Literatura para mirar la ciencia con ojos de Epimeteo

Melina Sarahid-García*

CIENCIA UANL / AÑO 28, No.130, marzo-abril 2025

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¿Quién es el monstruo de Frankenstein o el moderno Prometeo? ¿Las atrocidades cometidas por la criatura, son su responsabilidad o son responsabilidad del Creador? A dos siglos de la publicación de la novela de corte epistolar, su lucidez sigue siendo un parteaguas, una obra literaria imprescindible para las mentes curiosas cuyo sentido de vida está volcado a la ciencia y la inventiva.

Ya en el subtítulo su autora, Mary Shelly, dispara directo a la dimensión de trascendencia mitológica con el personaje de Víktor Frankenstein, un brillante y disciplinado científico cuya pasión por el conocimiento y el deseo de explorar todas las posibilidades de la ciencia aplicada lo llevan a transgredir la naturaleza transformando el ciclo de la vida y la muerte, usando su saber para generar vida artificial, convirtiéndolo así en un mito de la modernidad que representa la capacidad de la ciencia frente a la naturaleza.

El Creador sustrae restos de las tumbas, uniendo miembros y órganos para concebir un ser vivo nacido en un laboratorio, un ser que superará al humano normal en fuerza física, chispa intelectual e incluso en la intensidad de sus pasiones; el monstruo, criatura, engendro o demonio, como le llama su Creador, es capaz de sentir, persuadir, razonar y, al igual que él, transgredir. Repudiado por su apariencia, es condenado a la soledad y, dejándose arrastrar por su instintos, se convierte en asesino. Al encontrar muerto a su dios-Creador, el monstruo explica la condición de rechazo que origina sus penas:

Cuando la busqué (la compañía humana), al principio, sólo deseaba participar del amor al bien y de los sentimientos de felicidad y alegría que albergaba mi alma. Pero ahora que la virtud no es para mí más que una sombra, la felicidad y la alegría se han tornado desesperación, ¿dónde podría buscar comprensión? No, me conformo con sufrir solo, mientras duren mis sufrimientos. Y cuando muera aceptaré que el odio y el oprobio descansen sobre mi memoria.

 

¿Cuál es la pertinencia hoy de leer una obra escrita en el siglo XIX? Esta joya literaria lleva en su corazón una postura de filosofía de la ciencia, una manera de analizar las decisiones que tomamos en lo que concierne a los proyectos de investigación científica. En la historia reciente hemos acudido con desconcierto y algarabía a un avance tecnológico sin precedentes, haciendo uso de sus frutos con voracidad, pero también hemos presenciado sucesos lamentables a los que nos ha llevado la aplicación de la tecnología y el conocimiento sin considerar el impacto en la dignidad del ser humano, como lo fue, por ejemplo, la bomba atómica y el desarrollo de armas nucleares.

Nuestra era se caracteriza por un ciencia pragmática y utilitaria en la que la tecnología y la información persiguen objetivos diversos; la pertinencia de explorar la condición humana a través de la obra gótica de Mary Shelly radica en poner sobre la mesa de diálogo una duda vital que da sentido a los proyectos de investigación o creación. ¿Ciencia para qué?, ¿conocimiento para qué?, ¿existen límites en su obtención?, ¿hay responsables en las consecuencias de investigaciones científicas?, ¿hay límites morales? Adelantada a su tiempo, la autora ya percibía los escalofriantes resultados que puede conllevar una búsqueda insaciable de poder a través del saber científico.

En 1818, año en que fue publicada, en los albores de la Revolución Industrial, no existía aún la pertinencia de establecer comités de bioética que revisaran y vigilaran el desarrollo de investigaciones, que observaran y analizaran las repercusiones, ya sea de los posibles beneficios o las acciones en detrimento de la humanidad que éstas conllevan.

En el siglo XXI, las narrativas relacionadas a la ciencia y tecnología convierten a sus personajes y relatos en una singular reinvención de las antiguas epopeyas de gestas en las que, sin duda, hay que tocar los terrenos éticos y morales del conocimiento, porque hoy, la lucha ya no es por territorios, sino por el poder que lleva consigo la información.

¿El monstruo es engendrado también por condiciones de estructuras sociales? Muestra remordimiento por sus actos, a diferencia del Creador, quien confiesa no sentir culpa por las consecuencias de su experimento. La genialidad de la inventiva y la sensibilidad en la pluma de Mary Wollstoncraft Godwin Shelly están vertidas en la profundidad discursiva y las facultades de juicio, inteligencia, persuasión en las que dialogan las voces de ambas partes, Creador-Engendro. Esta obra en tono epistolar lleva la voz narrativa en un explorador que ansía conquistar nuevos horizontes en aras de un supuesto beneficio de la humanidad, al igual que Víktor, es capaz del sacrifico en favor del descubrimiento.

LOS MOTIVOS DE LA CREACIÓN Y LA BÚSQUEDA DE CONOCIMIENTO

El leitmotiv discursivo del doctor Víktor explora las motivaciones psicológicas de este ¿genio?, ¿inventor? ¿Víktor creó un monstruo para beneficio de la humanidad o acaso las motivaciones altruistas estaban ocasionadas por orgullo y arrogancia? Podemos trasladar este dilema a las empresas que en primera instancia pretenden aportar bienestar, pero terminan causando dolor, sufrimiento y muerte, como el lamentable suceso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. ¿Cómo se sintieron los inventores del arma tras el genocidio de 1945?

La estructura de la consiste en, misivas de un explorador que ansía conquistar tierras desconocidas, ser el primero en llegar a donde ningún otro lo ha hecho, desafiando los límites que impone la naturaleza con un clima áspero en frialdad, y corriendo graves peligros con tal de triunfar con su empresa: ir más allá de lo conocido. En esta exploración se encuentra con el moderno Prometeo y protagonista, Víktor Frankenstein, quien, obnubilado, persigue al engendro que ha creado juntando piezas de muertos para coronarse en una especie de dios de laboratorio cuyo conocimiento científico transgrede las leyes de la naturaleza alumbrando un ser que supera al ser humano en fuerza e inteligencia.

El subtítulo, el moderno Prometeo, alude al personaje clásico de la mitología griega quien, siendo capaz de mirar el futuro, roba el fuego de los dioses y lo entrega a los humanos en un afán protector: con éste les otorga la posibilidad de transmutar la materia y abre las puertas al desarrollo de las técnicas que les permiten dominar la naturaleza para sobrevivir, alejando a las bestias, cocinando la carne, transformando; su hermano, Epimeteo, representa la reflexión posterior a los actos ya consumados, es decir, es quien medita más tarde en las consecuencias de sus decisiones. Walton, el escritor de las epístolas, ya encaminado en su objetivo por el cual ha abandonado la comodidad de su hogar, encuentra en el testimonio de Víktor un reflejo de sí mismo.

Al final de la correspondencia a su hermana Margaret, Waldo, quien lleva la voz narrativa, encuentra al engendro de Frankenstein frente al cadáver del doctor, llorando, y le dice que no se vaya, éste le explica que es su última víctima, producto de una desesperación que le motiva a la conclusión de su objetivo, pero que también se lamenta y se arrepiente pues en esa muerte ha quedado ya simbolizada la marca de su existencia como la de un ser hecho no con las capacidades racionales y las altas virtudes en las emociones, sino con la crueldad, la soledad y el infortunio.

Considero que al final de las epístolas hay dos discursos que permiten un diálogo filosófico sobre las cuestiones de la existencia en ambos personajes, por un lado la arenga que hace Víktor tratando de convencer a la tripulación de que no abandonen su objetivo y sean firmes de espíritu, alegando que quienes no tienen capacidad para prever más allá en su imaginación la trascendencia que implica alcanzar los fines idealistas, acusándoles de no ser capaces de aguantar las penalidades que conllevan las grandes empresas, es decir, quiere alentarlos a continuar por un camino similar al suyo. Por otro lado está el encuentro del engendro con el cadáver, en el que expresa su arrepentimiento y tristeza por vivir en soledad, en cómo también siente emociones semejantes a lo humano, porque se ha dejado llevar por su arrebato de venganza y odio hasta la consumación de un último fin, si bien nosotros sentimos, al igual que él, arrebatos pasionales que pueden inducir a la criminalidad y al daño sobre otros, es la facultad de suprimir esos deseos lo que nos permite construir una sociedad políticamente organizada y no vivir en un aislamiento perpetuo.

El engendro, a quien describen horrible y desproporcionado, es un representante opuesto de los ideales de belleza, aspecto que también lo hace sentir excluido y por el cual juzga a la humanidad de no tener la capacidad de ver más allá de las apariencias, sino que se le excluye por una diferencia física, esto lo llena de odio y rencor hacia la sociedad normalizada. ¿Quién es realmente el monstruo? ¿El científico que impone su voluntad sobre la naturaleza creando vida en el laboratorio y condenándole a una soledad existencial? ¿O el monstruo que, por cierto, es un vegetariano que no se alimenta del sufrimiento de otras especies y que sólo pedía la aceptación y una compañía que le traería comprensión y alegría? ¿Tuvo alguna vez Víktor Frankenstein compasión hacia su criatura? Jamás, en todo el desarrollo de la novela, manifiesta ternura, sino que sus palabras son expresadas siempre desde un discurso de racionalidad.

Por otro lado, con su muerte, Víktor Frankenstein no siente un arrepentimiento, no asume culpa o responsabilidad sobre su creación, sino que se va hacia ella con deseo de. venganza, incluso tratando de convencer a otros de que arriesguen su propia vida, semejante a aquella voluntad humana movida por Oppenheimer con tal de demostrar la verdad en sus teorías.

El convencimiento que tiene sobre el grupo de viaje hacia la exploración está en la gloria que supone el conquistar nuevas tierras y llevar conocimiento para beneficio de la humanidad, lo cual acarrearía fama y fortuna al demostrar que la fuerza de voluntad se ha impuesto sobre las inclemencias del hielo, cuando el grupo le pide al capitán que se den por vencidos y vuelvan a Inglaterra, Víktor lanza una arrebatado discurso en el que busca persuadirles de continuar con la empresa, de alguna manera explicando con ello cómo su deseo de dominar la voluntad le ha instado a perseguir sus fines científicos en una búsqueda arrogante por conquistar la trascendencia de su nombre en un supuesto altruismo, en el que se desdobla la complejidad de la condición humana: mientras por un lado puede comprender cómo esa ambición lo lleva a elaborar en el laboratorio su propia destrucción, también fue impulsado por deseos personales de gloria estimulados por el ego y la arrogancia.

¿Cuál es el sentido del conocimiento? ¿Acumularlo, generarlo, alardear, construir bienestar, transgredir la naturaleza, ejercer poder a través de las posibilidades de la tecnología sobre ésta, domesticarla, superarla? En esta obra exploramos la condición humana en relación al saber científico, la pertinencia de su análisis en el mundo contemporáneo es necesaria porque aún con todos los alcances de la ciencia y la tecnología que se han generado desde su publicación en el siglo XIX hasta la fecha, la humanidad no ha logrado hacer uso del conocimiento hacia una vida de bienestar que se distribuya de manera democrática, al contrario, parece que éste se encuentra a merced de un pequeño número de personas que usan los saberes del capital intelectual en beneficio del mercado.

Revisar esta obra es fundamental para las y los científicos del siglo XXI, porque nos sensibiliza frente a las posibilidades del conocimiento y nos insta a reconocer qué tanto hay de Creador ambicioso en cada lector y qué tanto somos semejantes al engendro de Víktor Frankenstein, quien, atormentado por el producto de su creación en el laboratorio, persigue a su monstruo como aquel que sale a la cacería de su propia sombra en el diván.

Shelly Mary. (1818). Frankenstein o el moderno Prometeo, Ediciones Ariel.

 

* Instituto Estatal Electoral y de Participación Ciudadana de Nuevo León, Monterrey, México.
Contacto: melinasarahid@gmail.com