El factor social en las tramas de la nutrición. Mirando el bosque desde los ojos de Miriam Bertran Vilá
María Josefa Santos-Corral*
CIENCIA UANL / AÑO 27, No.128, noviembre-diciembre 2024
La doctora Miriam Bertran Vilá es profesora-investigadora del Departamento de Atención a la Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (UAM-X). Tiene una formación interdisciplinaria que comienza con una licenciatura en Nutrición en la propia UAM-X, una maestría en Antropología Social, en la Universidad Iberoamericana, y un doctorado en Antropología Social y Cultural en la Universidad de Barcelona. Su área de especialización es la de estudios socioculturales de la nutrición en la que ha publicado numerosos artículos, capítulos de libro y varios libros. Ha desempeñado una impresionante labor docente impartiendo cursos sobre los factores sociales que afectan en la nutrición, en instituciones mexicanas y extranjeras. Además, ha trabajado como consultora, asesorando a distintas instituciones públicas y privadas sobre la incidencia de aspectos sociales en los problemas de nutrición, lo que le valió, entre otros reconocimientos, obtener el Premio Nestlé de Investigación en Nutrición en 2012.
Habiendo terminado una licenciatura en Nutrición, ¿en qué momento y por qué decide incluir la perspectiva de las ciencias sociales y con ello vincularse a un proceso de investigación interdisciplinario en el área de nutrición?
Incorporé el enfoque social por varias razones. En principio, porque la propia Licenciatura en Nutrición de la UAM-Xochimilco fue creada con una mirada social, aunque en la época en la que estudié ésta era menos fuerte. La carrera de nutrición estaba sentada sobre la idea de que había que mejorar la alimentación de la población pues, en México, esto era históricamente un inconveniente. Hoy, los problemas de este tipo se perciben como un asunto de salud. Es verdad que ha habido un crecimiento de la disciplina a partir de las necesidades de los hospitales, pero persiste la problemática de la nutrición, y yo me formé más en esta última perspectiva.
Recuerdo, incluso, cuando hice mi servicio social en Tláhuac, en el que medíamos niños para ver el crecimiento, no buscábamos sobrepeso sino desnutrición infantil. Éramos cuatro estudiantes que evaluábamos a los pequeños de todos los jardines de niños públicos de la entonces delegación, hoy alcaldía, y las directoras de las escuelas nos solicitaban pláticas de orientación alimentaria. Para mí fue un atrevimiento, desde entonces, arengar a la gente sobre las complicaciones de una “mala nutrición” sin saber nada de su vida. La experiencia en Tláhuac me permitió observar una parte de la ciudad que estaba en transformación a principios de los años noventa, donde convivía una sociedad rural, con algunos pueblos originarios, con la presión urbana de una ciudad que se es- taba desbordando; era una zona donde se sentía una transición rápida y heterogénea de manera que, en tanto problema social, la nutrición debía considerar todas las condiciones del contexto.
Con eso en mente, una compañera me dijo: “Creo que te convendría estudiar antropología”, y me gustó la idea. Comencé, pues, a explorar las opciones que ofrecían los distintos programas de antropología, con el antecedente de que ya había hecho dos años de sociología en la UNAM, y no me había ayudado mucho. La carrera me parecía muy densa, sobre todo porque la estudié al mismo tiempo que la de nutrición. Cuando llegué a la entrevista para ingresar a la Maestría en Antropología de la Iberoamericana, más que sentirme en proceso de selección, era yo la quería saber si la antropología podría darme la posibilidad de estudiar el contexto social de la alimentación. La antropología fue una revelación pues posee las herramientas que necesito para el trabajo que hago.
¿Qué tan difícil es y qué ventajas hay en combinar los conocimientos de salud con los de antropología social?
La mirada antropológica me permite contar con una perspectiva más redonda de los procesos. Como solía decirme mi director de tesis de doctorado: “Hay que tener mucho cuidado con que los árboles no te impidan ver el bosque”. La antropología te entrena para ver el bosque, y con ello situar los árboles que se encuentran en él. Ahora bien, hay varios problemas que no ayudan al trabajo interdisciplinario en México, y creo que en el mundo en general. Por una parte, cada disciplina defiende su coto y, por otra, cada una presenta objetivos distintos. Con ello puedo decir que no siempre cae bien que yo haga cuestionamientos a partir de mis análisis del bosque y, también es verdad, que a los antropólogos no les gusta mucho y tienen poca voluntad hacia el trabajo interdisciplinario.
De hecho, esa fue una ventaja que tuvo el programa de posgrado de la Ibero, lo que está plasmado en su proyecto. La doctora Carmen Viqueira, o bueno, al menos así lo resume el doctor Roberto Melville en su historia de los posgrados de antropología en el país, señaló que había la disposición de que el posgrado de Antropología de la Iberoamericana admitiera a quienes venían de otras disciplinas e incorporara sus perspectivas. Ella misma tenía una formación interdisciplinaria. En ese sentido, la Ibero sí acogía gente que no viniera de ciencias sociales, ese era mi caso, a diferencia de otras instituciones que pedían hacer varias materias como prerrequisitos si se deseaba ingresar a sus programas en el caso de no venir del área. Pienso que lo anterior está vinculado a una especie de sensación de intrusismo entre los antropólogos, pues hoy cualquiera que hace tres entrevistas ya dice que hace antropología, y en ese sentido es entendible esta reacción, pero es verdad que es una disciplina que no admite a otras fácilmente.
Ante eso, ¿cómo ganarse un espacio y, posteriormente, legitimarse en las dos comunidades?
En mi caso, la única posibilidad es ser muy rigurosa en la demostración del porqué mi trabajo es válido para las dos partes. Además, no estoy tan segura de que tenga esa legitimidad frente a unos y otros. Esto se debe, a lo mejor, a que padezco un poco el síndrome de la impostora, ¿sabes? Mi formación antropológica podía ser útil a los fines de la nutrición en la medida en que desde sus orígenes en México esta disciplina ha- bía incorporado la visión de las ciencias sociales, lo que pasa es que eso decayó, hasta que recién se vuelve a retomar, básicamente por el interés de Luis Alberto Vargas. Pero, desde el principio mismo de la antropología profesional en México, la alimentación está presente pues es tema de interés; ese interés continuó y en los años sesenta, por ejemplo, Guillermo Bonfil participó en un proyecto del Instituto Nacional de Nutrición en Sudzal, por citar algunos casos notables.
Pero como decía, lo más importante ha sido ser muy rigurosa; sin embargo, eso no quiere decir que tenga impacto. Es cierto que, por ejemplo, me he vuelto un poco la antropóloga de cabecera en un grupo importante de nutriólogas, pero también lo es que, por ejemplo, cuando yo soy crítica ante las narrativas sobre la responsabilidad individual en las intervenciones nutricionales, porque desde la antropología social sabemos que eso no existe, aunque me escuchan, no mueven a nada. Incluir los aspectos sociales y culturales de la alimentación, podríamos decir que es una especie de must, siempre debe estar, pero la realidad es que el modelo dominante de intervención nutricional está basado en el cambio de conducta de las personas.
Sin embargo, también es preciso que resalte que he participado en proyectos con compañeras de nutrición clínica para mostrar las diferencias de apego a un tratamiento según la condición de seguridad alimentaria y sus impactos en los parámetros metabólicos, de los que me siento muy orgullosa porque han dado resultados muy evidentes.
Me entusiasman mucho ese tipo de trabajos, porque un poco van mostrando los vínculos entre las disciplinas y también hace que colegas nutriólogas quieran analizar desde la perspectiva social y acudan a mí en búsqueda de metodología. Pero efectivamente, la interdisciplina no es nada fácil.
¿Cuáles son los principales factores sociales y culturales que inciden en el tipo de nutrición de los mexicanos?
Grosso modo diría, desde las explicaciones que he ido construyendo, que esto se debe al proyecto modernizador y a la globalización de México, que lleva a toda una serie de cambios de orden económico y de acceso a los alimentos, pero también a transformaciones culturales, que no llegan igual a toda la población, que no asume, ni vive, ni puede funcionar con esos discursos. También a las alternativas reales de comida que hay y las perturbaciones de organización que implica. Por ejemplo, la flexibilidad laboral y la acumulación de las personas en zonas urbanas enormes que suponen reformas en su vida, el precio de la vivienda, en fin.
Todos esos procesos que son parte, a final de cuentas, del proyecto modernizador y globalizador del país han afectado la vida cotidiana de la gente y, desde luego, una de las funciones centrales de la vida cotidiana es resolver la comida. Hay que resolver la vivienda, el cuidado de los hijos, el trabajo y la comida.
¿Qué afecta? Bueno, creo que hay desigualdad social, eso es obvio. Pero ésta se expresa no sólo en el acceso a los alimentos, también en el acceso y comprensión de los mensajes sobre éstos. Hoy tenemos narrativas de todo tipo y todos poseemos una idea de lo que debería ser una alimentación correcta, pero no todo el mundo puede llevarlo a cabo o no todo el mundo lo comprende igual. A veces ni siquiera tiene que ver con el dinero para comprarlo, que puede ser uno entre muchos factores. Por ejemplo, si tú lo analizas desde la perspectiva de que lo que las personas comen puede tener un riesgo a su salud, todos estamos de acuerdo con eso.
El problema comienza cuando uno se enfoca en los riesgos. Así, si pensamos en todos los riesgos que existen al gestionar una familia que vive, por decir algo, en el cerro de Santa Catarina en Iztapalapa, cuál de todos ellos te parece son los prioritarios, pues hay miles antes que la alimentación. Por ejemplo, el cuidado de las hijas, la violencia, el acceso al trabajo, el espacio de vivienda, el resolver los servicios públicos porque ahora tienen agua, ahora no; ahora hay transporte público, ahora no; el resolver la educación de los hijos, etcétera. O sea, hay muchas cosas a resolver todos los días. Por otra parte, la comida es una fuente de placer y muchas veces la nutrición no habla de eso. Eso también hace que si se te presentan tantos problemas en la vida, mínimo que te puedas comer unas quesadillas en santa paz, porque ese es un placer. Es un elemento que da mucha satisfacción.
Yo pienso que es una combinación de todas estas cosas, que en la gestión de las condiciones de vida que son resultado del proceso modernizador y la globalización que implicó la distribución a gran escala de los alimentos, así como de todas estas narrativas y datos sobre éstos, porque no es sólo información sobre la salud, también hay otros factores, por citar alguno podemos mencionar el gran espectáculo que se ha montado alrededor de la comida en redes sociales, en televisión y en los mismos restaurantes.
¿Cómo hace para combinar sus tareas de investigación y docencia con sus trabajos de asesoría en problemas sociales de nutrición?
Pienso que todas estas tareas se refuerzan entre sí. Mi mayor reto ha sido el de la formación de futuros nutriólogos. Por eso imparto clase en los primeros semestres, me gusta jugar un poco a romper el esquema de dejar la nutrición sólo como pequeños árboles y plantear el modelo del bosque. Adicionalmente, lo anterior me permite observar cuáles son las ideas que los jóvenes tienen sobre este tema, la obesidad y los grandes problemas en esta área en México y con ello prestar atención a la manera en que se percibe en el país, en un determinado grupo social, ¿qué están buscando?, ¿qué esperan de la profesión?, ¿por qué la gente cree que es buena idea estudiar eso? Eso es una fuente de conocimiento.
Procuro tener estudiantes que se involucren en mis proyectos o yo involucrarme en los suyos, eso pasa también, llegan alumnos que quieren hacer la tesis conmigo con un problema muy planteado. Para mí, las tesis de posgrado son una fuente maravillosa para actualizar a los académicos, pues nos presentan otras cosas que nos obligan a pensar de manera distinta, plantear otros problemas, etcétera.
En cuanto a la transferencia de conocimiento he tenido diferentes épocas. Me han llamado como asesora de varios proyectos del gobierno, lo que no es fácil, me provoca bastantes desencuentros. Porque suelo decirles cosas fuertes, que la responsabilidad individual no existe, por ejemplo. Por otro lado, a veces buscan que uno justifique decisiones que ya están tomadas, cosa a la que me niego. Además, no estoy muy segura de haber incidido nunca en algo, aunque recibo retroalimentaciones sobre lo que señalo diciéndome que sí fue importante. Pero no es fácil, es super complicada la transferencia de conocimiento, no ha sido sencillo.
¿Qué retos supone hacer trabajo de vinculación con otras instituciones?
Creo que hay una especie de modelo de salud en el que la nutrición está ahí puesta y donde cuando yo llego y digo algo, rompe un poco esa idea de la responsabilidad individual. Está claro que el enfoque social no es algo que yo inventé. Por ejemplo, trabajo y asesoro a un grupo de seguridad alimentaria de la Universidad Nacional de Colombia. Ahí hay temas muy interesantes sobre el papel de la violencia en el sistema alimentario en donde se pueden encontrar tesis super dogmáticas. En esas ocasiones les señalo a los estudiantes que, aunque puedo estar de acuerdo con sus planteamientos, no me tienen que convencer a mí sino al funcionario de gobierno que gestiona la transformación de los cultivos ilegales o que financia a los migrantes o a las personas que se encuentran en zonas de conflicto, ahí es donde deben ser muy rigurosos, de lo contrario no los van a considerar.
Por otro lado, el reto para incidir en los programas alimentarios estriba en que son poco flexibles.
¿Qué le ha dado la UAM-X a Miriam Bertran y usted qué le ha dado a al UAM-X?
La UAM fue la universidad que me dio una formación bastante exigente, que iba de la bioquímica, con lo que puedo más o menos saber por dónde vienen las cosas, a lo social, que es en lo que me he centrado. También me ha dado la posibilidad de poder trabajar ahí, de crecer. Llegué a la UAM con la maestría y al poco tiempo el rector me conminó a hacer estudios de doctorado y me apoyaron para ello. Además, que ha sido muy generosa conmigo y con mis hijos, la UAM me permitió criarlos.
En cuanto a lo que yo le he dado a la UAM: incluir en mis clases e investigaciones una mirada que venía de otras academias pues, aunque estudié en la UAM, hice mi posgrado en otras universidades. También trabajé en instituciones como la Secretaría de Salud, lo que me brindó otra perspectiva. Me gusta pensar que he transmitido el rigor con el que trabajo, pues al llevar la visión social a los nutriólogos tienes que presentar evidencia científica; esto va más allá de hacer dos o tres entrevistas. Periódicamente hago llamadas de atención sobre los problemas de nutrición. Por otro lado, a partir de las oportunidades que he tenido de trabajar con la iniciativa privada, puedo abrir camino a los jóvenes que se están formando, visibilizando los problemas que existen ante las empresas y abriendo un nuevo campo de trabajo para los jóvenes.
Soy una profesora que está en medio de generaciones. Muchos profesores que fueron mis maestros comenzaron a jubilarse o se jubilaron ya, luego llega una nueva generación y estoy en el medio recuperando, incorporando, mezclando y transmitiendo los conocimientos de ambas generaciones.
Muchas gracias por la entrevista doctora Bertran.
*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx