SI MI CASA ES TU CASA…

Armando V. Flores Salazar*
CIENCIA UANL / AÑO 22, No.96 julio-agosto 2019

 

Siempre que me hacen una invitación que implique visitar la plaza principal y el centro histórico del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, la acepto de inmediato sin titubeos y con un tanto dealegría, la razón de ello es porque me permite volver a ver la Casa del Ayuntamiento o Palacio Municipal, que proyecté para el aspirante a alcalde –y luego alcalde– Enrique García Leal, en 1974, hace más de cuatro décadas.

En esta ocasión quien me llamó fue Carlos González, del Colegio de Cronistas e Historiadores, para invitarme a participar en una charla en el Museo El Centenario, con el único propósito de continuar insistiendo ante las autoridades municipales para recuperar la capilla religiosa que se supone –por el hecho de estar allí todavía– fue parte de la hacienda del capitán Miguel Montemayor y su esposa Mónica Rodríguez, fundadores en tiempo colonial de la Estancia de los Nogales, lo que devino en el tiempo con lo que hoy se denomina cabecera municipal del municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León.

Llegué al frescor mañanero de la plaza arbolada un poco antes de la cita, lo que me permitió caminarla sin prisa con rumbo al Museo, vecino de ella en la esquina sur oriente. Al no ver movimiento alguno en la puerta del museo, volví a experimentar la desagradable sensación de haberme equivocado de día o de hora de la convocatoria, pero no, porque recordé que la invitación telefónica fue reiterativa de “mañana en la mañana, cabrón, a las nueve, por favor no me vayas a fallar”. Llego a la puerta de madera tablereada y me asomo por los postigos abiertos, desde el interior se aproxima balanceándose a paso lento el guardia de turno, me da paso al recibidor del recinto y también se muestra extrañado por la ausencia de los demás invitados.

El Museo, adaptado en una vieja casona de familia, también exudaba frescura, tranquilidad y quietud; dándole uso al tiempo de espera me adentro en las salas de la izquierda donde la curaduría muestra cómo vivía una típica familia sampetrina, todavía a principios del siglo XX o poco antes de la actual modernidad: mobiliario de madera en todas las habitaciones, iluminación nocturna con lámparas de petróleo, cocina con jarros y cazuelas a fuego de leña en la chimenea de tiro; garabatos para colgar canastas de alimentos a salvo de gatos y perros; mesas, camas y ventanales sobrevestidas con telas de algodón deshilado o bordado con explosión de colores; lavamanos portátil para el aseo personal y bacinica de peltre bajo la cama para el descanso nocturno de las necesidades corporales, retratos de familiares en tonos sepias enmarcados en formatos circulares y ovoides, arcones o «castañas» de marquetería para el guardado de ropas finas y objetos de valor, sin faltar, colgada en la pared, la figura en gran formato del Sagrado Corazón de Jesús en el área social, como imagen protectora del hogar y la familia. La exposición se recorre con lentitud y en silencio para no romper la quietud que la habita y al mismo tiempo se reviven viejos recuerdos infantiles construidos con las inolvidables visitas familiares a las casas de tías y abuelas.

Regreso al recibidor, veo al guardia sentado en su lugar, en silencio, y él acudiendo al lenguaje corporal levanta al unísono ambos hombros como valor entendido para comunicar que todavía no ha llegado nadie más al evento anunciado. Me percato por el vano sin puerta frente a mí que, en el ala opuesta al recibidor, al poniente, en la pieza que da a la calle y a la plaza, hay otra exposición con el atractivo título de “Cuando tengas tu casa”, mismo que me jala impulsado por la curiosidad.

Paola Livas, alumna egresada de la Facultad de Artes Visuales, es la autora de la exposición “Cuando tengas tu casa”, y en ella utiliza la técnica de la instalación interactiva como recurso de construcción de su obra, es decir, congrega en tiempo y espacio real objetos y cosas que organiza deliberadamente para construir el tema a tratar e invita al espectador a entrar en el campo de la composición y ser o formar parte de ella. Como hilo conductor nos advierte, en un escrito en la pared interior, que la frase familiar de uso común y reiterado la asume desde la empatía, es decir, comprender las emociones ajenas sin descartar las propias y advierte su sentido cercano a “ponte en mi lugar” –cuando tengas tus hijos y la carga del trabajo doméstico–, y nos advierte no confundirla con la otra frase semejante y cargada de amenazas: “mientras vivas en esta casa”.

El “cuarto redondo” lo divide con muro ciego de tabla roca y por puerta una cortina blanca de manta de algodón crudo, en dos secciones: la pública o social –sala– y la privada o íntima –recámara–; en la primera sección penden al centro del espacio tres aros sobrepuestos, separados verticalmente entre sí por cuerdas, a manera de tendedero; de los aros cuelgan a la vez telas de limpieza doméstica usadas y sucias e invita al espectador a que agregue otras telas al tendedero –disponibles sobre un cubo adjunto– escribiendo, en anonimato o no, una denuncia en ellas sobre el trabajo doméstico femenino como condena y maltrato; a esta parte la llama “La ropa sucia se lava en casa”. La sección privada al fondo la titula “Habitación propia”, compuesta por una celda reducida a manera de recámaray en ella una cama individual tendida con una sábana blanca y una letanía bordada a mano en el extremo de la cabecera, “Una mujer debe seguir teniendo dinero y una habitación propia para seguir siendo artista”; se complementa el menaje de la celda con una pequeña mesa con silla en función de escritorio y sobre la cubierta hojas blancas de papel y una pluma, pieza que, por instrucciones previas de la autora, sólo debe ser usada por una persona a la vez, y en dicha soledad, propicia para la reflexión, sobre las hojas de papel, si así se desea, dejar por escrito una opinión al respecto.

Inevitablemente reaparecieron en mi recuerdo Nancy Peniche, Miriam de León, Saskia Juárez, Marilú Treviño, Rosa María Gutiérrez, Alejandra Rangel, Annie Blase, en su doble papel de mamás y productoras intelectuales. También pensé, particularmente, en María Eugenia Llamas, por aquella ocasión que grabamos un programa para televisión en una casona del Barrio Antiguo en Monterrey, en el que le cuestioné sin saber por qué y parafraseando el dicho más abundante en nuestra habla diaria “Ésta es tu casa” le dije, “Si mi casa es tu casa y la tuya es la mía, entonces, tu y yo… qué somos”. Escribí ese pensamiento en la cuartilla, salí de la instalación, dejando de ser parte de ella, y me incorporé en el salón central lleno de voces al evento al que había sido invitado, en el cual dominó la presencia fantasmal de otra ama de casa, Mónica Rodríguez, cofundadora –por su dote matrimonial– de la hacienda que dio pie a la casa-pueblo de San Pedro.

Terminado el evento –con firma del manifiesto y foto de grupo en las escaleras del kiosco– y ya camino de regreso a casa, seguí pensando y explorando las mil y una historias que se generan en el objeto cultural que todavía llamamos casa, la casa familiar y las de tías y abuelas, al porqué insistente del dicho mi casa es tu casa y a sus extensiones cuando la adjetivamos como en Casa de Dios, Casa del Ayuntamiento, Casa de la Cultura, Casa de peregrinos, Casa de migrantes, entre tantas más.

Si es cierta la vigencia del dicho cotidiano “mi casa es tu casa”, como lo es, entonces cabe la reflexión sobre la casa individual, la familiar, la común y como colofón lo de nosotros qué somos.

 

* Universidad Autónoma de Nuevo León.
Contacto: armando.floressl@uanl.mx