Donde el aire envenena: el Tampico del auge petrolero
Carlos Alejandro Lupercio Cruz*
CIENCIA UANL / AÑO 21, No.90 julio-agosto 2018
La novela Der Schatz der Sierra Madre (El tesoro de Sierra Madre, 1927) de B. Traven (Alemania, 1882-México, 1969; Traven, 2009) nos ofrece una versión del Tampico frenético inmerso en la vorágine del auge petrolero. Un puerto magnético para aquellos que acudían seducidos por una prosperidad tan desmesurada como descontrolada, emergente y fugitiva. La potencia dramática del film hollywoodense homónimo de 1948, basado en la misma novela y dirigido por John Huston (1948), expone con verosimilitud ese Tampico nouveau riche: crudo, salvaje y cruel; entregado a los excesos del mercado sin más leyes que las de la oferta y la demanda.
Las primeras prospecciones del hidrocarburo realizadas en la región fueron emprendidas por el norteamericano Edward Laurence Doheny (1856-1935), director de la Mexican Petroleum Company, fundada en 1901 (Pinedo, 2005). Estas exploraciones serán el detonante de una nueva era para la zona del Golfo de México conocida antiguamente como la Faja de Oro, limitada al norte por Tampico, Tamaulipas, y al sur por Poza Rica, Veracruz. Aun cuando efectivamente la zona de mayor explotación petrolera mexicana se encontraba en el territorio del estado de Veracruz, Tampico y sus áreas aledañas fueron el meollo de la organización de las actividades extractivas y administrativas de la industria petrolera de la zona. La importancia del puerto, su movimiento comercial, las refinerías ahí instaladas y el asentamiento de una notable población que vivía del trabajo en campos y refinerías otorgaron a la ciudad señales evidentes del auge petrolero. No es erróneo afirmar, incluso, que la historia de Tampico está íntimamente ligada a la historia del petróleo.
La noticia de los brotes en los pozos Potrero del Llano número 4 –el pozo más productivo en México durante el periodo revolucionario, cercano a Tuxpan, Veracruz– (Garner, 2005) y Juan Casiano número 7 –a 100 km de Tampico–, se extendió como reguero de pólvora y atrajo a un enjambre de empresarios, técnicos perforadores, agentes arrendadores y viles buscadores de fortunas que se allegaron a Tampico individualmente o en grupo, por barco o por tren. Hacia 1910 se contaban 155 compañías y 345 empresarios asociados a la explotación petrolera en México. Una auténtica marabunta de extranjeros que siguió operando en el país en pleno transcurso de la Revolución (Brown, 1998). La colonia holandesa local, por ejemplo, sumaba cerca de cien personas y se integraba por europeos y por trabajadores procedentes de Curazao; todos ellos empleados de la compañía petrolera La Corona (Brown, 1998). La novela Tampico, de Hergesheimer, por su parte, detalla la gran cantidad de chinos que habitaban en la ciudad portuaria, y que se dedicaban tanto a cantar o bailar, como a cocinar o a la limpieza de las viviendas (Negrin, 2013).
Al iniciarse la explotación del crudo en México, en 1901, la producción alcanzó los 10,334 barriles anuales. La cifra aumentó exponencialmente en sólo diez años: en 1911 el producto anual fue superior a los doce millones de barriles. Una década después, en 1922, el rendimiento alcanzó su clímax, los ciento ochenta y dos millones de barriles (Zorrilla y Ortiz, 1994). Con este impactante potencial productivo y la coyuntura de la Gran Guerra, no sorprende en absoluto que hacia 1918, México alcanzara el segundo puesto como productor petrolero mundial, superando a Rusia. El producto nacional de hidrocarburos representaba 16% del producto internacional. El primer productor mundial en el periodo continuó siendo Estados Unidos, que obtenía dos tercios de la producción global (Brown, 1998). Al ocaso del auge, hacia 1924, estaban registradas cerca de 500 compañías petroleras en México (Negrin, 2013). Es importante puntualizar la mínima derrama económica que la explotación petrolera representaría para los propietarios originales o arrendatarios de los terrenos productivos, diametralmente opuesta a las desmesuradas ganancias de las empresas explotadoras.
El final del festín de la explotación petrolera nacional, con cargo a los recursos nacionales y beneficio mayoritario a los capitales extranjeros, corresponde a un retorno al orden liderado por el presidente Cárdenas, quien orquestaría la indemnización y consecuente expulsión de las empresas multinacionales propietarias y gestoras del petróleo nacional, decretado en 1938. Podemos hablar entonces de un espacio epocal que se contrae en prácticamente cuatro decenios. Debe subrayarse, empero, que los yacimientos en la región comenzaron a dar signos de agotamiento a partir de 1922, y que en 1926 la producción resultaría francamente catastrófica. Por otro lado, en 1928 Venezuela superaría a México como productor y los desarrollos en el cercano oriente menguarían aún más la preponderancia relativa de nuestro país en el contexto mundial (Meyer, 1979). Si en 1938, cuando el general Cárdenas realizó la expropiación petrolera, el gobierno de los Estados Unidos no ejerció la violencia para detener la acción del gobierno mexicano, fue debido en parte a que el hidrocarburo nacional había perdido su carácter estratégico. En ese momento, nuestro país era uno de los tantos productores secundarios (Meyer, 1979).
En cuanto a las recaudaciones de impuestos derivadas de la industria petrolera nacional, éstas representaron el soporte principal de los ingresos públicos durante los gobiernos revolucionarios que, aunque no ignoraban la formación de una industria de corte predominantemente estadounidense, no podían plantar cara a esa inmensa grieta en la soberanía nacional (Brown, 1998).
A pesar de su carácter fugaz, no debemos desestimar la profundidad e irreversibilidad que las huellas del boom petrolero imprimirían en Tampico. De hecho, la fisonomía icónica de la ciudad, conformada en gran medida por el conjunto edilicio construido en este periodo, deviene en imaginario perdurable del puerto y le confiere una morfología que, como ninguna otra señal de la bonanza, cincelará el mito del Tampico cosmopolita, repentinamente ascendido y perentoriamente crepuscular y decadente ángel caído, castigado por sus excesos.
En la ya citada Tampico, de Joseph Hergesheimer, se perfilan ciertos hábitos de las élites tampiqueñas extranjeras. Govett Bradier, el protagonista de la novela –acaso esbozado con ciertas pinceladas autobiográficas del propio fabulador–, no comulga con aquellos extranjeros que habitaban en la ciudad, en las exclusivas colonias inglesa y norteamericana y que conviven en cocktail parties, fiestas, tés o campos de golf (Negrin, 2013). Una muestra de que estas clases dominantes trasladaban a su Tampico colonizado sus costumbres y practicaban vigorosos exorcismos a su nostalgia; sin intentar, ni por asomo, la integración con los autóctonos y mucho menos apreciar sus diferencias, respetar sus tradiciones, su cultura e identidad. La arquitectura que estos individuos promovían y habitaban era necesariamente un reflejo de unas mismas motivaciones imperialistas. En este sentido podemos añadir las afirmaciones de José Santos Llorente vertidas en su crónica Episodios petroleros, centrada en la década de 1920, en la cual apunta sobre la colonia El Águila, constituida por lujosas residencias circundadas de jardines donde vivían norteamericanos, ingleses y otros extranjeros y que, por estar situada en la parte alta del puerto, ofrecía la oportunidad de dominar unas espléndidas vistas de las lagunas y disfrutar de la fresca brisa (Ortiz y Ortiz, 2015).
Los extranjeros que en diferentes obras literarias se refirieron al Tampico del auge petrolero en la década de los años veinte de la centuria pasada –Beals, Hergesheimer o Traven, entre otros–, se muestran indiferentes al evidente esplendor arquitectónico que aún hoy –en la mayoría de los casos de manera decaída– podemos presenciar en la ciudad tamaulipeca e insisten en señalar al puerto como despreciable espacio de degradación moral, infecto e insalubre, una zona franca de excesos, cuya ausencia de valores éticos se correspondía también a una ausencia de valores estéticos y, por supuesto, su visión se deslinda de la mirada nostálgica de las crónicas turísticas contemporáneas, que por su carácter benigno y halagüeño se sitúan en el extremo opuesto de la apreciación de ese topos que independientemente de miradas favorables o despiadadas, constituye sin duda un territorio mítico.
Efectivamente, el puerto como imaginario de la centuria pasada, alterno a la Sodoma y Gomorra bíblicas, es presentado en diversas obras literarias a través de escenas que se sitúan en los lugares donde trabajaban mujeres públicas procedentes de todos los continentes: el “Luisiana”, el “Bristol”, el “Bolívar”… (Negrin, 2013). En este punto es indispensable citar al autor de canciones Pierre Mac Orlan (Francia, 1883-1970) y su composición “La chanson de Margaret” (Regalado, 2008), himno de una prostituta que añora su inocencia y su país y presenta su visión de Tampico: “donde el aire envenena/donde la mariguana te empuja al hastío”. La vertiginosa cresta y el súbito declive confirman la lógica periférica latinoamericana: Los “mendigos” norteamericanos que buscan súbitas fortunas en Tampico y en México, cual Fred Dobbs, el protagonista de Der Schatz der Sierra Madre –trazo magistral del ave de rapiña sin valores éticos que aflora de la esencia humana en medio de la danza frenética del dólar–, traspasarán una y otra vez la frontera del sur en busca de un tesoro al mismo tiempo deslumbrante y corruptor. Espléndida metáfora que nos ofrece Traven de las empresas explotadoras del oro negro mexicano que compiten a muerte por el botín, acosadas por la desconfianza hasta que los yacimientos sean agotados y la riqueza absorbida. Quedan las sombras de ese Tampico demencial e inusitado, sede de las más numerosas e inverosímiles delegaciones consulares, de lujosas oficinas correspondientes a grandes compañías petroleras del mundo, de los clubes sociales más exclusivos, accesibles únicamente a aquellos que no escatimaban el pago de estratosféricos derechos de membresía, etcétera, etcétera. Todo se fue como llegó: repentinamente, en un abrir y cerrar de ojos. Con esa misma celeridad, Tampico se convertiría en escenario de un momento perdido irremediablemente, que como por obra de un extraño sortilegio, casi de inmediato, se antojaba lejano en el tiempo. La abrupta caída de la ciudad portuaria confirma el destino previsible de una era de riqueza súbita y fugaz; una riqueza arrancada de cuajo sin contemplaciones ecologistas ni el más mínimo respeto al derecho a la propiedad soberana de la nación. Cuando el plato fuerte de la Faja de Oro, vendido por la dictadura primero y por los gobiernos revolucionarios después –frágiles y sedientos de poder– hubiera sido devorado por las empresas del imperio, las sobras del banquete se reservarían para los nacionales: políticos, prestanombres, líderes sindicales, delfines y herederos. La gesta cardenista ocluiría la menguada riqueza que en épocas recientes provocaría la ebria ambición de los empresarios norteamericanos y europeos; dando paso así a otras aves de rapiña que conformarán nuevas corruptelas y plutocracias, aunque en la nueva era, el vampirismo será mayoritariamente fratricida y la producción petrolera sólo una pálida sombra de lo que fue en los tiempos del boom, dando paso a un Tampico corroído, torre de Babel inconclusa, pretenciosa Nueva York mexicana reconvertida en Nueva Orleans de cartón piedra.
* Universidad Autónoma de Nuevo León
Contacto: luperciobcn@hotmail.com
REFERENCIAS
Brown, J.C. (1998). Petróleo y revolución en México. Madrid, Siglo Veintiuno Editores, S.A.
Garner, P. (2005). Sir Weetman Pearson y el desarrollo nacional en México. 1889-1919. UNAM. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. 30:163.
Huston, J. (1948). The Treasure of Sierra Madre. USA, Warner Bros. Pictures.
Meyer, L. (1979). El auge petrolero y las experiencias mexicanas disponibles. Los problemas del pasado y la visión del futuro. En: Las perspectivas del petróleo mexicano. El Colegio de México-Centro de Estudios Internacionales.
Negrin, E. (2013). La Huasteca colonizada por la explotación petrolera. Tampico una novela. UNAM. Literatura Mexicana. 24(2):45. Disponible en: http://www.revistas.unam.mx/index.php/rlm/article/ view/48549/43619
Ortiz, O., y Ortiz G., T. (2015). Ensayo panorámico de la literatura en Tamaulipas.Tomo II. De finales del siglo XIX a 1940. Ciudad Victoria, Gobierno del Estado de Tamaulipas / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes / Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. Disponible en: http://bibliotecavirtual.itca.gob.mx/wpcontent/files_mf/1448053643libroensayopanoramicotomoIICOMPLETO.pdf
Pinedo V., J.L. (2005). El petróleo en oro y negro; Libros en Red.
Regalado H., A. (2008). El intento de Portes Gil por acabar con el barrio de “La Unión”. El Sol de Tampico. 7 de julio. Disponible en http://www.oem.com.mx/ elmexicano/notas/n762192.htm
Traven, B. (2009). El tesoro de Sierra Madre. Trad. LÓPEZ MATEOS, Esperanza. Barcelona, El Acantilado. Zorrilla, J.F., y Ortiz F., J. (1994). El noreste. En Piñera R., D. (coord.) Visión histórica de la frontera norte de México; Vol. 5. “De la Revolución a la 2ª Guerra Mundial”. Universidad Autónoma de Baja California-Instituto de Investigaciones Históricas; Editorial Kino-El Mexicano.