Recordar es vivir
José Roberto Mendirichaga*
CIENCIA UANL / AÑO 21, No. 89 mayo-junio 2018
A casi 30 años de la publicación del libro La alegría de recordar, del abogado, exrector de la UANL y hombre de singular talento, Enrique Martínez Torres (1916-2016), bueno es evocar su libro, el cual contiene relatos muy amenos y que refieren, en su mayor parte, vivencias infantiles y estudiantiles del autor.
La obra se divide en tres partes: “El regreso a mi lugar”, “Abogados en agraz” y “De otros lugares”, incluyendo una nota biográfica del maestro Genaro Salinas Quiroga, también exrector de la institución. Encabeza el libro un prólogo, en el que el autor agradece a Raúl Gracia Garza la primera lectura del libro, capturado mecanográficamente por Esther Morales de Villanueva.
Va una síntesis temática del libro, para que el lector pueda asomarse a La alegría de recordar:
I. Don Vicente Torres, “[…] este mi Señor Abuelo que fue todo un hombre, porque sin siquiera conocer la luz del alfabeto, me supo transmitir el cariño a la vida”; “¿Qué fue de aquellos rapaces que como cervatillos inquietos saltaban por las márgenes del río, en aquel barrio de mi ciudad natal?”; “De las fiestas religiosas […], las del 12 de diciembre o Día de Guadalupe es la que llevo más grabada en mi recuerdo […]. Entre los danzantes destaca el viejo de la danza […]. Lo malo fue que también encontró propicio para sus gracejadas la presencia de los rapaces […]. Le dio por partir tras de ellos, gritando y restallando el látigo […]. Al principio le siguieron el juego, pero luego sintieron que los chicotazos iban en serio […]. Agraviados ante esta embestida […] los muchachos esta vez se perdieron por el portillo y se escurrieron perdiéndose en la obscuridad. El viejo brincó el portillo y en el salto libró la vereda y, al faltarle el suelo, el grito se convirtió en alarido de terror cuando se fue volando por los aires […]”; la historia de “Toñito quiere galletas”; la fallida serenata del maestro peluquero; los aurigas o cocheros de las jardineras y la travesura de un grupo de la generación 1930-1934 al viejo “Contreras”, ideada por Manuel Parreño, compañero del autor del libro, son este grupo de relatos.
II. Abre esta segunda parte con una descripción de la regiomontana Plaza Zaragoza, la Escuela de Verano, el Círculo Mercantil, Sanborn ́s del centro, el paseo de los domingos: sitio de encuentro de muchachos y muchachas… y más travesuras de los estudiantes; enseguida aparece el siguiente relato, que versa sobre las novatadas en Leyes y cómo el grupo de 36 alumnos de primer año se mantuvo unido, estudiando mucho y aprendiendo en los juzgados, “fruto en agraz” que habría de madurar en “la actividad profesional y la escuela de la vida”; viene luego la comida en el Topo Chico, donde se destaca la participación del autor junto con la de sus compañeros Óscar Treviño Garza, Ricardo Margain Zozaya, Óscar Ayarzagoitia y Mauro Martínez; después aparecen anécdotas sobre el béisbol estudiantil, donde figuran varios de los ya mencionados, más Salvador Garza Salinas, Ricardo Flores de la Rosa, Rodolfo González Castillo, el maestro Genaro Salinas Quiroga y su hijo Genaro Salinas Ruiz; y cierra esta sección con la pesada travesura hecha en despedida de soltero al compañero quien contraería matrimonio al siguiente día y fue enyesado sin necesitarlo luego de la borrachera de la despedida, para así ir “yesificado” al altar y al viaje de bodas… y enterarse después de que todo había sido una farsa.
III. En la tercera parte de La alegría de recordar, Enrique Martínez Torres (EMT), siguiendo a Alfonso de Alva en su libro El alcalde de Lagos (tierra de don Ricardo Covarrubias y del maestro Pedro Reyes Velázquez, entre otros), refiere la salomónica decisión del alcalde, al juzgar sobre una controversia asnal; el siguiente relato trata de otra travesura hecha en Llera, Tamaulipas, a un cazador cojo al que dieron orines humanos a beber, para curarlo de un supuesto piquete de víbora; “El ataúd” es un simpático cuento sobre un pasajero que, en el techo de un autobús, para guarecerse de la lluvia, se metió a un ataúd nuevo, dando un susto mayúsculo a otro pasajero, quien pensó que el “muerto” había resucitado; como penúltimo relato está lo que sucedió entre Cirilo y don Jesús, agregando los versos de: “Si te encontrares a un tuerto / te salvarás de milagro, / ponle las cruces a un cojo / y Dios te libre de un calvo”. Y finalmente la anécdota de Cayetano y aquel jefe de policía que hubo de pagar la deuda de una camioneta, lo que se dio mediante un ardid del primero.
En síntesis, se trata de un libro de amenos relatos, la mayor parte de ellos salpicados con humor norestense y mucho del ingenio y buena prosa del autor. El libro de 122 páginas lleva un retrato a lápiz del profesor Alfonso Reyes Aurrecoechea hecho a EMT y viñetas de Jaime Flores. Cuidaron de la edición el propio autor y Francisco Soto Armendáriz. Se imprimió en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, siendo rector Gregorio Farías Longoria; secretario general, Lorenzo Vela Peña; y director de la Capilla Alfonsina, Porfirio Tamez Solís.
*Universidad de Monterrey.
Contacto: jose.mendirichaga@udem.edu