Monterrey, 1838

Armando V. Flores Salazar*

CIENCIA UANL / AÑO 17, No. 65, ENERO – FEBRERO 2014

Monterrey1838

La Declaración de la Independencia Nacional de México, proclamada en el Plan de Iguala, en febrero de 1821, se juró solemnemente en Monterrey por toda su población el 18 de noviembre de ese mismo año. Sin embargo, fue hasta agosto de 1824 cuando quedó electo el Primer Congreso Constituyente, mismo que tras de siete meses de trabajo promulgó la Constitución Política del Estado Libre de Nuevo León en marzo de 1825. Con este documento normativo se inicia legalmente una nueva vida cívica de los habitantes en la región bajo su nueva denominación de mexicanos, sin distinción étnica o social.

Un nuevo sistema de gobierno y la responsabilidad en la elección de los gobernantes por los gobernados, así como la construcción de la identidad nacional, serán la base de una nueva cultura cimentada sobre los restos dominantes de la colonial anterior.

Para la comprensión socioeconómica en la ciudad de ese tiempo, la crónica histórica nos ofrece sólo datos estadísticos sobre cantidad de habitantes, ocupaciones laborales y producción de bienes; por ejemplo, se dice de once mil habitantes en la ciudad, que ésta se extendía desde las márgenes del Río Santa Catarina, en el Sur, hasta los Ojos de Agua, en el Norte, y que la mayoría de sus habitantes se dedicaba a menesteres propios de la agricultura y la ganadería.

Monterrey, 1798.

Monterrey, 1798.

Pero la estadística, por más abundante y precisa que sea, no alcanza a esbozar la imagen para conjeturar el lugar en sus características generales. Tampoco resultan convincentes las raquíticas suposiciones, por más lógicas que parezcan, de su pequeñez urbana a nivel de villa, ni que sus calles no tuvieran nombres ni números sus casas, o que hubiese muchos perros sueltos en la calle. Se requieren de más ingredientes para esbozar una imagen más cercana a su realidad.

En 1998, Edmundo Derbez publicó el libro Sin novedad Monterrey, (1) en el que inscribe una propuesta metodológica para esbozar o delinear un retrato urbano sincrónico con información escasa y dispersa sobre el mismo.

Para ello conjunta diversos documentos de archivo, como la nómina o censo de propietarios de bienes raíces y su ubicación urbana que fueron levantados por la autoridad civil en 1835 y 1836; estos datos los ubica en un plano de la ciudad, reconstruido a partir

de los existentes más inmediatos, antes y después (1798 y 1846) a la fecha de estudio; en éste transfiere los edificios públicos de cierta importancia que por costumbre quedaron registrados en los planos base, como los edificios de gobierno, los edificios religiosos; así como plazas, mercados, puentes, etc., y se considera, en el plano propuesto, una nueva estructura urbana que dividió la ciudad en secciones y cuarteles, acatando el reglamento que para tal mandato se expidió en 1838.

Estos datos estadísticos y topológicos se enriquecen con datos de la vida cotidiana respaldados por documentos tan variados como los informes de las comisiones del Congreso, el planteamiento de vecinos sobre problemas específicos en busca de solución, la correspondencia de gobernantes, las declaraciones en procesos penales, las impresiones de visitantes de paso por la ciudad, las publicaciones periódicas, etc., y se complementan estos ingredientes con datos biográfi- cos y anecdóticos provenientes de los cronistas, tanto los que vivieron los hechos como los intérpretes poste- riores a éstos. El resultado: un retrato sinfónico contado por los demás bajo la voluntad y batuta del autor.

El motor que impulsó el esfuerzo narrativo fue intentar asomarse a la cotidianeidad de una ciudad descrita a través de la percepción de los propios vecinos, conjuntado con datos registrados en documentos de archivos eclesiásticos y civiles. El guión narrativo corre por cuenta de la patrulla de policía que vigila el orden y la seguridad en la ciudad, durante la ronda nocturna, con el ferviente deseo de informar al final de la jornada: Sin novedad Monterrey.

Monterrey 1846

Monterrey, 1846.

El autor eligió 1838 por considerarlo un parteaguas en la vida social de la ciudad y el último de vida pacífica para los habitantes en la región, entre las luchas armadas por la Independencia Nacional y la Invasión Norteamericana.

Para respaldar lo antes dicho, entremos al escenario de los hechos descritos por Edmundo Derbez, (2) aunque sea recorriendo parcialmente una de las calles de la ciudad, la que nunca ha perdido su importancia desde su origen: la actual calle de Hidalgo que nació en el poniente como Camino Real y se bifurcó en la plazuela del Mesón –luego de San Antonio, Degollado, y actualmente Morelos– con un brazo que hoy llamamos calle Morelos, y ambos brazos extendidos hacia el Oriente hasta donde se los permite el Río Santa Catarina.

Cuando el sol está próximo al ocaso, la gente animada sale a la calles a respirar el aire fresco después de la siesta. Los vecinos suelen andar a caballo, sin apearse saludan y conversan con el vecino que encuentran frente a su casa (p. 11). Las calles suben o bajan de poniente a oriente y de oriente a poniente, conservando las antiguas denominaciones que le han dado los habitantes… los callejones toman rumbo al norte y al sur, no han recibido nombres excepto por el que les ha dado el vecindario (p. 14). El plano de la ciudad es bastante regular, pero no están numeradas las casas, manzanas, ni tienen nombre ninguno las calles porque el ayuntamiento no ha procedido a inscribir con letras claras, al principio de cada calle, el nombre que se le señale, y pese a haber crecido la ciudad, se necesita poner en práctica el arreglo de la nomenclatura (p. 15). La demarcación hecha por el ayuntamiento comienza de la capilla de la Purísima Concepción por la calle de junto al río, al oriente, hasta el callejón del Hospital y volteando por este al norte… Los edificios, si bien de esa clase de arquitectura sin belleza ni elegancia, son sólidos, de buena apariencia y cómodas en lo interior… las casas se fabrican con sillares y techos de envigados, por lo común tienen zaguán, una sala, varios cuartos, corredores con sus pilares y envigados, corrales de sillar, noria y acequia de calicanto (p. 16). Por la llamada calle Real… atravesamos un puente por donde corre la acequia de Los Tijerinas y llegamos al barrio de la Purísima, también conocido como barrio de La Capilla… la capilla tiene un camposanto a sus espaldas, el primero que hubo en la ciudad (p. 25). Frente a la Capilla está la llamada plazuela de la Concepción. Allí es común ver a muchos arrieros, maduros y jóvenes, algunos descalzos, cargando agua en sus aguajes, los que amarran con mecates a las mulas… (p. 27). Siguiendo por la calle de La Capilla, hacia el oriente, se encuentran más huertas con árboles frutales, pero conforme se avanza a la parte céntrica, comienzan a levantarse recias y austeras fincas… La calle topa con la plazuela del Mesón que se conoce también como plazuela de San Antonio… (p. 30), en días encontramos en la plazuela de San Antonio un gran concurso de vecinos llenos de expectación porque es el punto designado para las ejecuciones públicas de los ladrones y reos criminosos condenados a la pena ordinaria o de último suplicio (p. 31). En el mesón la calle se divide en dos, una corre recta y se denomina Calle Nueva, la otra baja hasta topar con la plaza Principal y se le conoce como calle Vieja… (p. 33). En la siguiente cuadra al oriente se encuentra establecida una tenería, por lo que a la calle se le llama calle de la Tenería, de la que es propietario don Mateo Quiroz… Andando al oriente pasamos frente a las casas de Jesús García, José Ángel Zambrano, Manuel Cantú. También vive el actual secretario de gobierno, Santiago Vidaurri… (p. 35). Frente a la plazuela del Mercado está la casa del padre Juan José Antonio de la Garza Martínez… Ya frente a la plaza principal, encontramos el portal de la casa de don Pedro Gómez, quién ha sido contador general y comisario de hacienda… (p. 37). Después de una casa del curato, encontramos la parroquia que, en la comarca de este ayuntamiento, sirve de catedral, se halla en la misma plaza y es la única iglesia de la ciudad (p. 38). Al costado sur de la catedral está el que nombran Callejón de Catedral o mejor conocido como de Santa Rita… frente a la casa del señor Ramos se ha levantado un coliseo donde a las ocho en punto comienza la representación de las obras que ofrece la compañía de teatro que administra el señor Mariano Avedón (p. 47). Llegando a la orilla del río está el único hospital general que existe en la ciudad, llamado Hospital de Nuestra Señora del Rosario… Es una vieja casona que perteneció a los antepasados del señor Guimbarda… (p. 49). No falta día que lleguen envueltos y cargados en cobijas o tapetes manchados de sangre o sobre improvisados catres, vecinos con impresionantes heridas de cuchillos, estoques, belduques, machetes o espadas, balazos, pedradas o golpes con los que comúnmente suelen dirimir sus diferencias y enconos… (p. 50). Por la misma orilla del río se encuentran los hornos donde queman la cal… La queman finísima de piedra azul del mismo río, esta arena es material para las fábricas de las muchas casas (p. 52). A las once de la noche principia el anuncio de las horas. Los serenos usan un pito para dar la señal y la hora, y en seguida, invocan el nombre de María Santísima… al dar las tres de la mañana, regresa la última patrulla a la Cárcel Nacional donde se espera que informen: “sin novedad Monterrey” (p 123).

Dice Derbez que el escrito fue redactado con ciertos tintes narrativos aunque sin pretensiones literarias; sin embargo, puede considerarse un documento importante en ese campo por mezclar elementos de la ficción, como la novela y el cuento, con los de no ficción como la crónica y el ensayo.

Cuando leí Sin novedad Monterrey, en el verano de 1998, me reafirmó lo efectivo y didáctico que resultaba la narración estructurada como cuento y ensayo, técnica que en mi caso ya venía practicando con éxito en las páginas de la Hoja de Arquitectura, para promover la lectura en los estudiantes de la escuela de arquitectura.

La arquitectura, como constante obra del hombre, es objeto de interés para diversas disciplinas, una de esas disciplinas es la literatura, en sus distintos géneros: crónica, libro de viajes, epístolas, cuento, poesía, novela, drama, reportaje, memoria, etc., y en ella podemos buscar y encontrar uno de sus más fieles y constantes registros.

* Universidad Autónoma de Nuevo León, F.A.

Contacto: armando.floress@uanl.mx

 

Referencias

1. Edmundo Derbez García. Sin novedad Monterrey. Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, México, 1998.

2. Edmundo Derbez García (1966, Monterrey, N.L.). Licenciado en ciencias de la comunicación y en historia, director del Centro de Documentación y Archivo Histórico de la UANL.

 

ADENDA

Sin novedad con el libro Sin novedad Monterrey

EDMUNDO DERBEZ GARCÍA

El objetivo de este trabajo histórico fue intentar, con base en la documentación de archivo, un acercamiento a las calles, edificios y personajes que en conjunto perfilaron a Monterrey, tanto en el aspecto urbano como social en 1838.

El trabajo nació con la idea de hacer una descripción de la ciudad a través de los testimonios de sus propios habitantes, contenidos en la documentación no sólo de ese año, sino alrededor del mismo.

Oficios dirigidos a las autoridades por vecinos que planteaban problemas específicos, informes de comisiones del Congreso relacionados a asuntos sociales, la correspondencia de los alcaldes y las declaraciones de testigos e implicados en juicios penales, reflejan la cotidianeidad, organización social y costumbres, pero al mismo tiempo describían características físicas de la ciudad, sitios, rincones, calles, callejones y espacios públicos y privados.

De este modo se despertó la inquietud, que se mantuvo latente, de elaborar una obra descriptiva, y aunque todo este material había sido revisado, no constituía en su momento materia de las investigaciones que se efectuaban; pero hacia 1995, previo a la conmemoración de los 400 años de la fundación de Monterrey, adquirió mayor significado intentarlo.

Para concretarlo, la base principal consistió en las nóminas fechadas en diciembre de 1835 y agosto de 1836, de los propietarios de fincas con expresión de las calles con sus antiguas denominaciones; la nómina de solares de la ciudad en arrendamiento calle por calle de 1837, la de individuos que pagaban las contribuciones en 1838, la demarcación en que se dividió la ciudad por un reglamento del 16 de noviembre de 1838 y el registro de residentes de los cuarteles y secciones de 1840.

Todo este material se volcó en un plano de la ciudad elaborado por Alejandro Derbez García, con base en el de Juan Crouset de 1792 y 1798 y en el de la invasión americana de 1846, periodo en el que la urbanización de la ciudad en cuanto al número de calles y manzanas no había cambiado sensiblemente.

Con dichas nóminas visualizadas en un plano, se ubicó en cada manzana, hasta particularizar en lo posible los edificios públicos importantes relacionados con el gobierno civil, tanto estatal como municipal, por ejemplo: la Casa de Gobierno, el Tribunal de justicia y el Congreso; de la iglesia, como la parroquia, las capillas y los edificios administrativos; los sitios de reunión colectiva como plazas, mercados, tiendas, parques, billares y prostíbulos; así como las casas de los vecinos.

Además del perfil urbano, una vertiente más del trabajo se basó en el perfil de sus moradores, buscando origen, cargos u oficios.

Se respetó en lo posible el contenido y lenguaje de los documentos, hilados por medio de una voz narrativa que fuera fluida para la lectura, pero sin pretensiones literarias.

Todos estos elementos conjuntados representaron un intento por asomarnos a la cotidianeidad de una ciudad y, lo más importante, a sus contrastes, desde las amplias casas de ricos comerciantes hasta los jacales de miserables peones; desde el convento franciscano donde los religiosos cubrían sus obligaciones espirituales, hasta las casas de solteronas dedicadas a servir y divertir a los visitantes masculinos.

También los más variados tipos humanos de la ciudad, desde un Luis Lesa “El Mechero”, encargado de retirar la basura e inmundicia de los reos de la cárcel, el lenón Refugio Bocanegra que ofrecía lances con sus mujeres, hasta el excelentísimo obispo José María de Jesús Belaunzarán, apreciado por la dulzura afable de su predicación, exhortación y ejemplos.