Historia de la industria aeroespacial en México y su vínculo con la aeronáutica
Rodrigo Nava Amezcua*
La fascinación del hombre por el espacio y las estrellas siempre ha estado presente; ya desde la antigüedad, en diferentes culturas, se pueden observar leyendas como la de Dédalo e Ícaro en Grecia, donde el afán de volar y querer alcanzar el Sol le costó la vida a este último. En las culturas originarias de nuestro país, podemos encontrar, dentro de las crónicas y códices mexicas y mayas, un sinnúmero de leyendas y estudios sobre el espacio, desde las leyendas de Quetzalcóatl y Kukulkán, que bajaban del espacio a la Tierra en el equinoccio de primavera (Esquivelzeta, 2008: pp. 18-19), hasta los avanzados estudios astronómicos plasmados en la arquitectura y en el arte prehispánico.
Para hablar de la historia de la industria aeroespacial es necesario identificar que ésta es el resultado conjunto de las industrias aeronáutica y espacial: la primera tiene su campo de estudio en la troposfera –la primera capa de la atmosfera– donde se llevan a cabo la mayor parte de los vuelos de las aeronaves, y la segunda va más allá de la termosfera, incluso en el espacio exterior, y su principal campo son las comunicaciones con los satélites. Sin embargo, como es evidente, estas dos industrias van de la mano, debido a que, primeramente hay que pasar por la troposfera y por el estudio de la aeronáutica para poder llegar al espacio exterior.
El presente trabajo tiene la finalidad de hacer un breve recuento histórico, hasta nuestros días, de los aspectos más relevantes de la aeronáutica y de la industria espacial en México, a fin de obtener un panorama general del estado de la industria aeroespacial nacional y conocer sus altas y bajas a través de los años.
LOS ORÍGENES DE LA AERONÁUTICA EN MÉXICO
Para poder a hablar de la historia de la industria aeroespacial en México, es necesario hablar también de sus orígenes aeronáuticos, que se remontan a los estudios de aerostación desde las épocas del Virreinato de la Nueva España, cuyo registro más antiguo data de 1784. Muchos de esos estudios llegaron a nuestro país por medio de espectáculos extranjeros, sin embargo, en 1842, siendo presidente de la nación Antonio López de Santa Anna, el ingeniero Benito León Acosta inicia sus primeros ascensos en un globo aerostático. Asimismo, son relevantes los estudios de aerostación que realizó el ingeniero Joaquín de la Cantolla y Rico, quien, en 1863, durante el Segundo Imperio Mexicano, construyó tres globos aerostáticos: el Moctezuma I, Moctezuma II y el Vulcano. Incluso hoy en día, muchos mexicanos, al referirse a un globo de aire caliente de cualquier tamaño, lo suelen llamar globo de Cantolla (Nava, 2016). Posteriormente, a finales del siglo XIX e inicios del XX, en nuestro país la aerostación fue considerada como un simple espectáculo; en cambio, países como Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos lograron grandes avances en aerostación y su empleo para fines militares.
No fue sino hasta finales del gobierno de Porfirio Díaz que se comenzó a reconocer en los estudios aeronáuticos una verdadera utilidad para fines militares. El 17 de diciembre de 1909 se nombró al teniente del Cuerpo de Ingenieros Constructores, Federico Cervantes Muñozcano, para que marchara a Francia a realizar estudios sobre aerostación militar y los necesarios para la organización de una compañía de señales en el ejército (Cámara de Diputados et al., citada en Hernández 2015).
Con estos hechos y otros más, se sembró la semilla de los estudios en materia aeronáutica en México, al inicio con fines demostrativos y de espectáculo, pero siempre bajo la consigna de un empleo para fines militares, como el de Alberto Braniff que, en 1910, realizó el primer vuelo motorizado en México y América Latina, seguido por entusiastas de la aviación como Miguel Lebrija (Cámara de Diputados et al., citada en Hernández 2015).
El éxito de los espectáculos aéreos, en todo el mundo, propició que, el 19 de febrero de 1911, la empresa Moisant International Aviators realizara una gira en México, a fin de promocionar la comercialización de sus aviones. Se hicieron demostraciones enfocadas a exponer la eficacia de los medios aéreos en campañas militares (Cámara de Diputados et al., citada en Hernández 2015).
Por las mismas fechas, durante el periodo posterior a la salida de Porfirio Díaz, durante el gobierno interino de Francisco León de la Barra, se registró un intento de formar un cuerpo de aeronáutica militar con una escuadrilla de aviones y la primera Escuela Militar de Aviación, sin éxito por falta de tiempo y presupuesto. Sin embargo, no fue hasta el gobierno de Francisco I. Madero, cuando, el 30 de noviembre de 1911, éste fue invitado a participar en un vuelo de exhibición, a bordo de un avión Deperdussin de dos plazas, convirtiéndose en el primer mandatario en funciones en volar un aeroplano. Así, Madero quedó impresionado y decidió autorizar la compra de cinco aviones, por lo cual mandó a estudiar a cinco mexicanos a la escuela Moisant Aviation School en Nueva York, que luego serían conocidos como los “primeros cinco” (Nava, 2016).
Posteriormente, se presentaron nuevos proyectos ante la Secretaría de Guerra y Marina para formar el cuerpo de aviadores militares, algunos incluían la construcción de aeronaves en México; por asuntos presupuestales, dichos proyectos no prosperaron. Sin embargo, estos hechos tuvieron un impacto en muchos entusiastas como los hermanos Juan Pablo y Eduardo Aldasoro, quienes, en 1912, lograron construir el primer motor de explosión interna para un avión en México (Secretaría de la Defensa Nacional y Secretaría de Marina Armada de México, 2013).
Después del asesinato de Madero, el 19 de febrero de 1913, la nación se convulsionó en una lucha armada entre el usurpador Victoriano Huerta y las Fuerzas Constitucionalistas lideradas por Venustiano Carranza, por lo que el destino de la aviación mexicana tomó un nuevo camino (Cámara de Diputados et al., citada en Hernández 2015).
Victoriano Huerta, consciente de la importancia de contar con esta nueva tecnología, el 7 de abril de 1913, reunió en los llanos de Balbuena a Miguel Lebrija, Horacio Ruiz Gabiño, Juan Guillermo Villasana y Antonio Sánchez Saldaña, a fin de llevar a cabo unas pruebas aéreas, conformando la primera Escuadrilla Aérea de la Milicia Auxiliar del Ejército Federal. Asimismo, mandó a estudiar aviación en Francia a treinta alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes. Este hecho es de gran importancia para la aeronáutica nacional, ya que algunos de estos primeros pilotos militares mexicanos fueron los pioneros de la aviación civil en México (Nava, 2016).
Otro dato relevante es que, para el 15 de noviembre de 1915, se crea la Escuela Nacional de Aviación (ENA) y los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas (TNCA), impulsados por el piloto aviador militar Alberto Salinas, quien en tan sólo cinco años –y a pesar de lo convulsionado que se encontraba el país y con las carencias materiales que originó la Primera Guerra Mundial– logró crear una industria aeronáutica de calidad. La aviación militar mexicana se volvió totalmente autosuficiente; se construyeron aeronaves y refacciones para la conservación y mantenimiento de la flota aérea, la cual contaba ya con 58 naves, la mayor parte de construcción mexicana, como las aeronaves serie A y serie H, con motores Aztalt y hélices Anáhuac (Dávila, 2003).
A pesar de ser un periodo de grandes convulsiones para el país, los finales de la década de 1910 y la década de 1920 son consideradas como las épocas de oro para la aviación mexicana, ya que es cuando la industria aeronáutica alcanzó su cúspide, impulsada por los primeros pilotos militares. También se registraron grandes haza- ñas, como el primer correo aéreo en México en 1917, las primeras maniobras acrobáticas en 1918, así como los vuelos de larga distancia sin escalas México-Washington, Cuba y Centroamérica en 1928; vuelos de buena voluntad en Centro y Sudamérica en 1929 y MéxicoNueva York en 1930, entre otras. Estas hazañas fueron el impulso para la creación de compañías civiles, primeramente con la creación de la “Mesa de navegación aé- rea”, durante el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, que dio origen a la actual Dirección General de Aeronáutica Civil, dirigida por Juan Guillermo Villasana y, también, con la creación de compañías como Mexicana de Aviación y Aeroméxico (Nava, 2016).
Para 1923, y hasta la Segunda Guerra Mundial, ya se habían construido en México más de cien aeronaves, como los Sesquiplanos Azcárate, los bimotores Lascurian, lo biplanos Ares, los monoplanos Teziutlán, los Baja California (el BC-1, BC-2 y el BC-3), estos últimos fabricados en Tijuana por Flavio Rivera, entre muchos otros (Nava, 2016).
No obstante el impulso de la industria aeronáutica en México durante los años veinte y treinta, la situación económica del país y las continuas rebeliones (delahuertista, cristera, escobarista, serrano-gomista, cedillista, del yaqui) no permitieron que la industria despegara en forma permanente. Los TNCA pasaron a manos extranjeras sin que lograran producir un solo avión. Con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial, las compras al extranjero se convirtieron en una constante y los TNCA fueron poco a poco limitándose a labores de mantenimiento (Cámara de Diputados et al., citada en Hernández 2015).
Hasta ahora, sólo se han mencionado algunos hechos relevantes de los inicios de la aviación en México, los cuales tienen sus orígenes con fines militares. Sin lugar a dudas, existen muchos hechos más, sin embargo, lo que se pretende demostrar es la importancia del vínculo entre la industria militar aeronáutica y la industria aeronáutica nacional que tuvieron una cuna en común.
LA INDUSTRIA ESPACIAL Y LA HISTORIA SATELITAL DE MÉXICO
La industria aeroespacial a nivel mundial tiene su origen y su mayor auge principalmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo quedó dividido en dos polos ideológicos, periodo conocido como la Guerra Fría. Esta época se caracterizó por un rápido avance en la industria aeronáutica, los motores a reacción y las turbinas comenzaron a sustituir a los grandes motores radiales recíprocos y, posteriormente, las amenazas de una guerra nuclear obligaron a los países a retomar los estudios en lanzamiento de cohetes balísticos, lo que dio origen a la llamada “carrera espacial”, en la que la Unión Soviética se disputó la supremacía espacial con Estados Unidos por décadas (Dávila, 2003).
El Año Geofísico Internacional, que se celebró en 1957-1958, fue el punto de partida para que la comunidad internacional formulara el programa de actividades espaciales más ambicioso en la historia, que incluyó la puesta en órbita del primer satélite artificial en 1957, el lanzamiento de más de mil objetos al espacio ultraterrestre con fines de estudio y el arribo del hombre a la luna en 1969 (Dávila, 2003).
La carrera espacial también logró impactar a nuestro país, y el 10 de agosto de 1962, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, se crea la Comisión Nacional del Espacio Exterior (CNEE), cuyo principal objetivo fue controlar y fomentar, en México, todo lo relacionado con la investigación, exploración y utilización con fines pacíficos del espacio exterior (Dávila, 2003).
La misión fundamental que se le asignó a este organismo gubernamental fue utilizar con finalidades prácticas los beneficios que se derivan de la tecnología espacial, como las comunicaciones, meteorología, estudios de la Tierra, percepción remota, entre otros. Uno de sus principales estudios consistió en el desarrollo de cohetessonda para fines meteorológicos, como el MITL I, que podía levantar una carga útil de ocho kilogramos y volar a más de 55 kilómetros, el HULTE I, cohete que tenía dos etapas y el MITL II, con más capacidad de peso que su predecesor (Dávila, 2003).
En ese mismo año, 1962, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a través de su Instituto de Geofísica, creó el Departamento del Espacio Exterior, hoy Departamento de Ciencias Espaciales (Dávila, 2003).
Para 1968, la necesidad de contar con un sistema satelital para la transmisión mundial de los juegos olímpicos, obligó al gobierno a afiliarse al sistema satelital Intelsat y se construyó, en el estado de Hidalgo, la primera estación terrena del país, rentando un satélite ATS- 3, propiedad de la NASA. Dos años después se inició el uso del satélite para fines domésticos (Cinvestav, 2015).
Cuando todo parecía indicar que nuestro país entraba de lleno en la carrera espacial, y a pesar de los éxitos obtenidos, la CNEE, desafortunadamente, desaparece en 1977, durante el gobierno de José López Portillo, cuando nuestro país vivía una de las crisis económicas más fuertes hasta ese momento, y la investigación en materia espacial entró en aislamiento por muchos años, con proyectos autónomos pero sin coordinación ni participación del Gobierno Federal (Dávila, 2003; Cinvestav, 2015).
En 1982, México adquiere su primer paquete de satélites propios, conocido como Sistema Morelos. Los satélites Morelos I y Morelos II fueron puestos en órbita en 1985, para su manejo se creó Telecomunicaciones de México (Telecomm). Durante la puesta en órbita del Morelos II, el Ing. Rodolfo Neri Vela, a bordo del transbordador Atlantis, se convierte en el primer y único astronauta mexicano1 (Cinvestav, 2015).
El mencionado organismo descentralizado (Telecomm), en 1993, obtiene un segundo paquete de saté- lites, llamado Sistema Solidaridad. Ese mismo año se lleva a cabo la puesta en órbita del Solidaridad I y en 1994 el Solidaridad II, al tiempo que se daba de baja al Morelos I (Cinvestav, 2015).
Sin embargo, a pesar del impulso del gobierno y la fuerte inversión que se hizo para la adquisición de estos sistemas, la tecnología seguía dependiendo del extranjero. De manera simultánea, la UNAM crea el Programa Universitario de Investigación y Desarrollo Espacial (PUIDE), que, en 1991, inicia con la construcción y el diseño del primer satélite, 100% construido en México, el UNAMSAT-1, destruido en su lanzamiento en 1995. Un año después se pone en órbita el UNAMSAT-B, que funcionó aproximadamente un año (Secretaría de Comunicaciones y Transportes, 2011).
En 1990 se fundó la Sociedad Espacial Mexicana, A.C. (SEM), que trabajó para impulsar el sector en algunas escuelas mexicanas y en proyectos de cohetes de aficionados, pero con poco impacto en el resto del país y de la sociedad.
Existieron otros proyectos satelitales mexicanos como el SATEX-1, que comenzó en 1994, desarrollados por un consorcio de instituciones mexicanas con el patrocinio y la coordinación del extinto Instituto Mexicano de Telecomunicaciones, participaron: el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), el Instituto de Investigaciones Eléctricas (IEE), el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), el Instituto de Ingeniería de la UNAM, la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) unidad Zacatenco y unidad Ticomán del IPN y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Éste ha sido uno de los proyectos interinstitucionales más ambiciosos por la cantidad de científicos e instituciones involucradas, sin embargo, nuevamente la falta de apoyos económicos y la desaparición del Instituto Mexicano de Telecomunicaciones originaron que el proyecto se detuviera cuando llevaba más de 80% de avance (Secretaría de Comunicaciones y Transportes, 2011).
Todo parecía indicar que, en la década de los noventa, la industria espacial mexicana volvía a renacer, pero en 1997 recibe un nuevo golpe, cuando el gobierno mexicano pone a la venta el sistema satelital del país a través de Satélites Mexicanos, S.A. de C.V. (Satmex), el cual queda bajo el control de la compañía norteamericana Principia Loral Space & Communications.
No fue hasta 2010 cuando el gobierno mexicano anunció la creación de un nuevo sistema satelital para seguridad nacional, llamado Mexsat, que consta de tres satélites: el Bicentenario, puesto en órbita exitosamente el 19 de diciembre de 2012; el Centenario, destruido durante su lanzamiento el 16 de mayo de 2015, y el Morelos III, funcionando desde el 2 de octubre del mismo año. Este sistema es administrado por Telecomunicaciones de México (Telecomm-Telégrafos). Cabe señalar que el nuevo sistema satelital está nuevamente en manos del Gobierno Federal, la tecnología se vuelve a adquirir en el extranjero –son construidos por la Boeing Satellite Systems International, Inc.– (Mendieta et al. 2002).
A pesar de la falta de apoyo económico, la industria aeroespacial sigue creciendo a grandes pasos en nuestro país. En la última década, México se ha colocado entre las naciones líderes en manufactura aeronáutica y aeroespacial con más de 287 empresas, en su mayoría extranjeras, que generan una gran cantidad de empleos, pero, sobre todo y más importante, que crean a su alrededor otras empresas nacionales vinculadas al sector, lo que convierte a las grandes compañías en organismos madre con empresas más pequeñas en su entorno. Este conjunto de industrias conforman los grandes clusters aeronáuticos en varios estados de la república. Como consecuencia, se ha generado la necesidad de que estas entidades transformen sus sistemas educativos y creen carreras relacionadas al medio aeronáutico para poder competir en el ramo y proveer a estos clusters de personal capacitado
Así es como aparecen las escuelas aeronáuticas más importantes del país: el ESIME Ticomán del IPN; el Centro de Investigación e Innovación en Ingeniería Aeronáutica (CIIIA) de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), uno de los centros de investigación aeronáutica más modernos del país; la Universidad Aeronáutica de Querétaro (Unaq), entre otras. Todas ellas generan una gran cantidad de profesionales para la industria aeroespacial nacional.
De esta forma, nuestro país entra al siglo XXI con un nuevo impulso en la industria aeroespacial, y con recursos humanos capacitados. Así lo demuestra el proyecto Ulises I, que inició, en 2010, el Colectivo Espacial Mexicano, el cual consiste en la integración de un nanosatelite. Dicho proyecto atrajo la mirada tanto de instituciones nacionales como de extranjeras, ya que es promovido y patrocinado por un grupo de ciudadanos que pretende demostrar que la realidad puede ser cambiada y que nuestro país puede avanzar en las tecnologías espaciales de bajo costo.
La historia de la industria aeroespacial en México cuenta con un sinnúmero de proyectos impulsados por entusiastas investigadores del desarrollo tecnológico aeroespacial, proyectos como Satedu, que es un satélite educativo, diseñado y fabricado por el Instituto de Ingeniería de la UNAM, para ser empleado en laboratorios escolares y aulas de clases; el proyecto Sensat, diseñado por el CICESE, que se basa en la investigación de microsatélites como una continuación del proyecto Satex; así como proyectos de muchos estudiantes universitarios que se aventuran a estudiar el espacio con globos aerostáticos, cohetes, aeronaves no tripuladas, estudios de astrofísica y astronómicos, entre otros, los cuales sería imposible mencionar en un trabajo como éste, sin embargo, existen y son el motor para el impulso de la investigación aeroespacial en México (Pacheco et al. 2013).
La relevancia de este último aspecto radica precisamente en el vínculo que existe entre la aeronáutica y lo espacial, ya que una gran parte de los profesionistas egresados de las escuelas aeronáuticas se están especializando en materia aeroespacial (Pacheco et al. 2013).
LA AGENCIA ESPACIAL MEXICANA (AEM) ANA (AEM)
Con la creación de la Agencia Espacial Mexicana en 2010, se abrió –para nuestro país– una nueva coyuntura para desarrollar y consolidar una industria aeroespacial. Se abrieron, a su vez, áreas de oportunidad en electrónica, aviónica, telecomunicaciones, entre otras, con metas como la fabricación de satélites con mano de obra y tecnología mexicana, convirtiéndose esta agencia de la administración pública federal en un vinculador e impulsor del sector (Agencia Espacial Mexicana, 2015).
No fue fácil crear este organismo, tuvieron que pasar muchos años para que se lograra, ya que después de la disolución del CNEE, en 1977, muchos investigadores intentaron impulsar, sin éxito, la creación de un nuevo organismo que diera dirección a las investigaciones aeroespaciales. No fue sino hasta 2005 que unos jóvenes entusiastas fundaron una sociedad llamada Aexa, para impulsar la creación de una agencia espacial en México. Presentaron una iniciativa de ley ante la Cámara de Diputados, la cual fue aprobada en 2006 y turnada a la Cámara de Senadores, en donde se organizaron foros de consulta nacionales para integrar a la comunidad científica. Después de una serie de modificaciones, la iniciativa fue aprobada por el Senado el 4 de noviembre de 2008. El proyecto fue regresado a la cámara de origen para someterse a un segundo análisis y ronda de votaciones (Agencia Espacial Mexicana, 2015).
Así es como, para el 31 de julio de 2010, la ley que crea la AEM fue promulgada, sin embargo, este organismo no comenzó a funcionar de manera inmediata. Se conformó primero la Junta de Gobierno, integrada por secretarías de Estado e instituciones de educación superior, se crearon nuevos foros de consulta pública a nivel nacional, a los que se invitó otra vez a la comunidad científica y se publicaron las líneas generales de política espacial de México. No fue hasta el 2 de noviembre de 2011 que se nombró a su primer director general, el Dr. Francisco Javier Mendieta Jiménez, quien tuvo que presentar un proyecto de programa nacional de actividades espaciales y un estatuto orgánico para la agencia, por lo que la Agencia Espacial Mexicana, prácticamente comenzó sus funciones reales el 1 de marzo de 2013 (ProMéxico, 2012).
Como se puede apreciar, la Agencia Espacial Mexicana es un organismo muy joven, con un presupuesto muy limitado y con menos de cuatro años de estar en funciones, sin embargo, ha logrado ser un gran impulsor del sector, creó el primer plan nacional para la industria aeroespacial del país, llamado Plan de Órbita que, junto con ProMéxico, promueve esta industria y la vincula al sector aeronáutico existente a través del llamado Plan de Vuelo. Estos dos planes representan las principales guías de la industria aeroespacial nacional. En la actualidad, cada año, la AEM promueve decenas de proyectos con universidades e instituciones de investigación, por lo cual se generó un fondo sectorial, en coordinación con Conacyt, y un fideicomiso público para poder financiar dichos proyectos (ProMéxico, 2012).
De igual forma, se ha impulsado el reconocimiento internacional de México como un gran sector dentro de la industria aeroespacial mundial, se han creado vínculos con las principales agencias espaciales del mundo. Tan sólo a un año de su funcionamiento como agencia espacial, se logró que México ganara la cede para el 67 Congreso Internacional de Astronáutica a celebrarse en Guadalajara en 2016, considerado como uno de los eventos internacionales más importantes dentro del sector aeroespacial internacional.
CONCLUSIONES
La industria espacial en México tiene sus orígenes en la industria aeronáutica, si bien en apariencia tienen objetivos distintos –una en el área de las telecomunicaciones y en el estudio del espacio exterior, la otra en el campo de la aeronáutica– están vinculadas y son inseparables, por lo que el término correcto es industria aeroespacial.
La historia de la industria aeroespacial en México es muy antigua y tiene sus orígenes en el virreinato, principalmente con fines militares. Sin embargo, ha tenido altas y bajas, y no se ha podido consolidar de manera fuerte, nacional e independiente. Por motivos presupuestales no se le ha permitido despegar de manera constante.
Desde finales de los años sesenta, hasta la década de los noventa, se logró un avance muy importante en estudios en el área satelital y de las comunicaciones. México ha logrado establecerse de manera exitosa en la producción manufacturera, lo que ha generado un capital humano de técnicos y profesionistas a nivel nacional que pueden competir con cualquier país en el ramo. No obstante, en la actualidad se sigue dependiendo de la tecnología extranjera.
Hoy en día, contamos con instituciones de educación superior dentro del sector aeroespacial y con organismos que impulsan el sector como la Agencia Espacial Mexicana, por lo que la industria está viviendo un resurgimiento; cada día se generan nuevos proyectos impulsados por jóvenes entusiastas –egresados precisamente de estas instituciones–, por ello, es muy probable que en los próximos años podamos ver que nuestro país logre consolidarse y obtener cierta independencia tecnológica dentro del sector aeroespacial.
Pero, para poder ver este sueño hecho realidad, es necesario que todos los participantes en esta industria –instituciones educativas, estudiantes, ciudadanos, empresas, entidades paraestatales, así como los gobiernos tanto federal como estatales– logren visualizar este nuevo resurgimiento y le ofrezcan todo el apoyo a este sector de manera sostenida, ya que la investigación y desarrollo no se hace de la noche a la mañana. Se requiere un impulso transexenal.
* Fuerza Aérea Mexicana.
Contacto: amezcuaneguer@hotmail.com
REFERENCIAS
Agencia Espacial Mexicana. (2015). Diario Oficial de la Federación de Acuerdo mediante el cual se expide el Plan Nacional de Actividades Espaciales. Consultado el 14 de abril de 2014. http://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo= 5388707&fecha=14/04/2015 (accesado).
Cámara de Diputados LXII Legíslatura, Secretaría de la Defensa Nacional. (2015). Fuerza Aerea Mexicana. La aviación militar. Un siglo de historia (1915-2015), en Hernández, G. R., Origen de la aviación militar en México. México. Cámara de Diputados LXII Legíslatura. Ciudad de México.
Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. (2015). White paper, Satélites México: CINVESTAV.
Dávila, H. (2014). El último mohicano. Historia de un biplanonotable, en América Vuela, número 153-154, diciembre-febrero 2014-2015, pp. 16-30.
Francisco Esquivelzeta Aguilera. (2008) En pleno vuelo (Los pájaros de acero). México: Edición
Mendieta, F.J. et al. (2002). The SATEX Project, A Mexican Effort. The development of a micro-satellite platform for space technologies knowledge and human resources preparation. Institute of Electrical and Electronics Engineers. DOI: 10.1109/AERO.2003.1235477.
Nava Amezcua, R. (2016). Los altos vuelos de la aviación militar, la Fuerza Aérea Mexicana: más de cien años de historia. Relatos e Historias en México, año VIII [91]. Pp. 1-17.
Pacheco, E., et al., (2013) Satellite and Space Communications Research in Mexico: Contributions to a National Program. American Institute of Aeronautics and Astronautics, Inc. California: Pasadena.
ProMéxico. (2012). ProMéxico inversión y comercio. Plan de Orbita. Mapa de ruta de la industria aeroespacial mexicana. Consultado el 16 de marzo de 2016. http:// www.promexico.gob.mx/es/mx/mapas-de-ruta
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