El hombre y la mujer: seres humanos, sus diferencias y relaciones
José A. Serrano*
CIENCIA UANL / AÑO 16, No. 64, OCTUBRE-DICIEMBRE 2013
El hombre y la mujer han estado desde siempre vinculados por razones fuertes y altamente determinantes: la perpetuación y la supervivencia de la especie; el hombre y la mujer se han vinculado para reproducirse. Esta unión, de una gran fuerza, como principio y fundamento de la perpetuación de la especie, ha sido enorme y ha condicionado el resto de las relaciones exigidas para su supervivencia.
Destacan entre otras relaciones, de manera muy especial, la división del trabajo, las relaciones de tipo político, educativo, familiar y, en fin, todas las que en su conjunto conforman la estructura social, que se apoya en ciertos principios para sostenerse y garantizar la supervivencia de sus integrantes. Estos principios son conocidos como el mandato social o “desideratum”, que se entiende como la noción colectiva de lo que cada sociedad considera bueno o malo, deseado o repudiado, aceptable o reprochable.
Diversas condiciones histórico-sociales han contribuido a la construcción del ser hombre-mujer, que se remonta a la época de las cavernas, del hombre troglodita, cazador, y la mujer cuidadora de la caverna y de la vida familiar. En la cultura judeocristiana, la noción del sujeto estaba atravesada por la del hombre religioso; por el contrario, a la mujer se le asignaba la noción de objeto, en el orden de la naturaleza, que debía ser dominado. No fue sino hasta el Concilio de Trento cuando se le “adjudicó” alma a las mujeres, que antes eran consideradas humanas sólo en su tarea de reproducción: una condición sólo alterada por aquellas glorificadas como vírgenes o estigmatizadas como perversas, por “salirse” del papel tradicional de objeto que se les asignaba.
Hemos pasado a lo largo de la historia por diferentes etapas evolutivas de la sociedad humana, pero interesa resaltar que esos papeles establecidos para la mujer-objeto se adquieren a partir del mandato social y se perpetúan de manera casi inconsciente, por medio de la familia, la escuela, la religión, los medios de comunicación y otros más.
En muchas culturas, la mujer aún continúa segregada en espacios de la educación, y su presencia en las actividades científicas e incluso artísticas y profesionales se mantiene al margen. Esto representa una pérdida de las potencialidades del saber y del conocimiento de estas mujeres, las cuales no logran crecer y desarrollarse de manera igualitaria en la vida social.
Hoy en día la mujer ha roto con muchos tabúes y mandatos sociales del pasado, y de una manera progresiva ha pasado a ocupar un lugar importante y de gran relieve en la sociedad. En nuestro tiempo, algunas personas consideran los estudios de género como algo encauzado a destruir familias o promover la competencia y la lucha encarnizada entre hombres y mujeres. Muy por el contrario, los estudios de género promueven acciones encaminadas a la revaloración de las relaciones entre hombres y mujeres, en busca del desarrollo responsable igualitario y equitativo entre ambos, basando sus principios en una cultura que promueve valores universales como el respeto a las diferencias.
Asimismo, es necesario resaltar los valores de la mujer y participar de lleno en todos sus procesos de inclusión e integración social y económica como un ser humano plenamente incorporado al diario quehacer de la vida; no tan sólo del hogar, sino en el desarrollo de ella misma y por sí misma en todos aquellos escenarios de la cotidianidad, en los cuales lado a lado con su fortaleza y presencia, de manera conjunta, ella y el hombre sean productivos y participativos.
Reflexión: cuando tomas de la mano a una mujer o a un hombre, sea tu esposo o esposa, novio o novia, hermano o hermana, amigo o amiga, ¿por qué no quedarse en silencio?, ¿por qué no cerrar los ojos y sentir la presencia del otro? Somos iguales, debemos aceptarnos y vivir con respeto mutuo a las diferencias.
* Facultad de Medicina, Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela.
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