Las ventajas de memorizar el pequeño Larousse
ZACARÍAS JIMÉNEZ
CIENCIA UANL / AÑO 18, No. 75, SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2015
Cuando llegó al periódico, la máquina inteligente ya estaba ahí; quizás estuvo desde el principio de los tiempos. Un maestro de su escuela lo había recomendado como corrector y lo habían citado a las siete de la tarde. Sin embargo, Erubey llegó 40 minutos después y creyó oír que una voz lo delataba. El guardia le abrió la puerta eléctrica, previa identificación. En la sala de redacción, el jefe de correctores le aplicaría el examen.
—Es fácil –le dijo–, tan sólo 250 palabras, las más utilizadas por los reporteros.
Al principio pensó que saldría avante con facilidad, pero el asunto se le fue complicando; hubo palabras de las que no tenía ni idea: hebdomadaria, denuesto, diputado, transparencia, bromatología, etcétera.
—Si acierta a 70, pasamos a la segunda fase, si no, queda eliminado; y debe completarlas en media hora.
Invocó a los santos de su devoción en los últimos segundos. ¿Qué significaba entomología? Contestó con otra pregunta: ¿acaso estudio del estómago? El jefe al parecer no había escuchado. Tampoco escuchó los murmullos que emanaban de la máquina. Tres segundos antes del final, la respuesta correcta hizo sonreír al jefe: “Parte de la zoología que trata de los insectos”.
—Caray, mi buen amigo, lo logró. Ya parecía que no.
Erubey contempló a la máquina inteligente con agradecimiento. El otro, concentrado en el cuestionario, no había reparado en su intervención, gracias a la cual Erubey tuvo oportunidad de pasar a la siguiente fase.
—Está desconectada –le aclaró el jefe–, los encargados de mantenimiento la tienen en reparación.
En la segunda fase, al día siguiente, su escrutador fue enfático:
—Cinco errores y queda eliminado. Aunque si no acierta a los 130 reactivos restantes posiblemente no obtenga el trabajo como corrector.
La máquina seguía desconectada cuando Erubey la miró en el límite de su suerte: si no contestaba bien la siguiente pregunta quedaría eliminado, y ya no deseaba obtener el empleo sino salir dignamente. Para su desgracia, el jefe tenía el vicio de repetir, y Erubey se atoró en la misma palabra: entomología. El jefe, siempre concentrado en el cuestionario, parecía más nervioso que Erubey, quien quiso llorar pero una voz vino a refrescarle la esperanza: “Parte de la zoología que trata de los insectos”.
—Aquí le dejamos, no tiene caso –el jefe guardó el cuestionario en una carpeta y encendía un cigarro cuando Erubey le extendió la mano.
—Gusto en haberlo conocido.
—Caray, pues no que andaba muy urgido por trabajar.
—Pero es que…
—Ande, vaya pronto, antes de que cierren en Recursos Humanos. No sea collón, no le saque al trabajo.
—Muévete, Buey –dijo la voz de siempre, y Erubey dudó si había oído mal o la máquina no tenía registrado su nombre en la memoria.
El fundador del Nuevo Diario de Monterrey había instituido una cláusula en la que se establecía que el periodismo digital no sería prioritario sobre el escrito y el gráfico, y que habría por lo menos un corrector a la par de las máquinas inteligentes, que corregían, pero en ocasiones se alejaban de la creatividad, del calor humano de la redacción. Las cosas marcharon bien sólo por unos días; pues el jefe, irascible, reprendía a Erubey cuando lo encontraba consultando el Larousse.
—Estás obligado a sabértelo de memoria u olvidarte de que alguna vez fuiste corrector.
Erubey pasaba el trago amargo, y sobrevivió en el periódico porque la máquina inteligente siempre le ayudó con el significado de las palabras.
Un día, recibió dos notificaciones: una mala y otra quizá buena; el guardia se las entregó en dos sobres: en una el jefe lo citaba en su oficina antes de que comenzara sus labores. El periódico pegado en la puerta con palabras subrayadas se lo dijo todo: lo despedirían. Tragó saliva, y no supo ni por qué se le ocurrió abrir el segundo sobre, que decía: “Ahí le mando unos centavitos para que se tome un refresco de vez en cuando. Yo no tuve oportunidades, pero admiro a los que, como usted, se la rifan en eso de la ortografía. Estando en el infierno de las rejas, un amigo me trajo varias revistas y en casi todas venía usted como escritor y corrector. Yo no entiendo intelectualidades, pero me late el corazón del lado derecho con ciertas cosas; y me dije: ‘mis respetos para los que apostaron por el bien’. Por eso reciba este obsequio, mi admiración y la seguridad de que me impartirá un taller de composición, pues anhelo escribir mis aventuras de mi puño y letra”. La carta la firmaba Joaquín “El Chapo” Guzmán.
—¡Muévete, Buey! –la voz de la máquina le recordó que le faltaba un escollo más; aunque ya no sentía temor a llegar ante el jefe. Casi se mareó antes de levantar la vista para encontrarse con otra máquina inteligente en el espacio del jefe. Se fijó bien si estaba conectada… no.
—Eres un buen corrector, a pesar de lo lento, y queremos que nos firmes un contrato por dos años. Tu antiguo jefe pretendía cesarte pero ha desistido al saber la clase de amigos que tienes. Sin embargo, agradece; gracias a sus regaños eres de los pocos que saben todito el Larousse de memoria, aunque ni él mismo se lo sabía; eso nos motiva a integrarte en nuestro equipo. Simplemente tu jefe te tenía tirria porque él es de la secta del penúltimo día y tú eres de otra religión.
II
Asociarse con las máquinas inteligentes permitió a Erubey Chupín Cardona fundar la primera Facultad de Corrección Avanzada de Estilo y de Pruebas en la UANL, primero que en ninguna institución educativa de Latinoamérica y del mundo. Subsidiado por poderosas firmas, quiso que la nueva institución se librara del estigma de ser un patito feo en los contextos de la política industrial, que solía frenar el rumbo de las carreras humanistas en pro de ese agente ideológico denominado progreso; progreso siempre unidimensional.
Tiene y tendrá sus ventajas saber de memoria el pequeño Larousse, aun en este mundo de tecnologías de la información y la comunicación; quizá Erubey lo supo en el tiempo propicio. Ya entrado en gastos, confiaba en la situación y que, en el Nuevo Diario de Monterrey, las máquinas inteligentes permanecieran por siempre desconectadas del monitor de presión arterial, pero no de la sensibilidad donde se cimienta la grandeza de los hombres.