Pantera agazapada en la luz
ZACARÍAS JIMÉNEZ
I
––Vivirás –había escuchado cuando pasó frente a la máquina inteligente que conservaba en su consultorio el neurolingüista Luis de Alba, en la Clínica Monterrey. Saturnino Presas supo entonces que hacía falta en la vida a pesar de haber nacido con defecto de fábrica, como le decía de niño su padrastro. Valía la pena vivir aun siendo disléxico, tartamudo y de que se le olvidaran los guiones que él mismo escribía para su amiga la actriz Laura Eugenia. Había dejado el alcohol, demasiado tarde, al grado de que un amigo sacerdote le había dicho:
––A usted ya ni Dios lo salva –y esas palabras las había sentido peor que el hígado destrozado por los es- tragos de su desorden. Aunque anduvo con varias mujeres, cuando enviudó de su esposa Blandina lo vapuleó peor que a nadie la desesperanza. La necesitaba para que lo animara hoy que el destino le corrompía el ánimo. Hubo sin embargo de dónde agarrarse en medio de la borrasca. Por eso poco le importaron las burlas cuando confesó que un amigo poeta le había aconsejado ponerse en manos de un neurolingüista; para el oncólogo fue el mejor de los chistes:
––Santa Claus murió en la guerra hace muchas décadas, compi –lo increpó–. La primera regla es “no te pongas con especialistas”.
––El neurolingüista no pretende ponerse con especialistas, sino contra el cáncer.
––Bueno, si de algo te sirve creer, adelante; pero no llegues al grado de pensar que te curarás con tierra.
––Quién sabe, pelao. El reino de los cielos se hace fuerte y los violentos lo arrebatan.
En su familia, no necesitó de enemigos ante la evidencia total:
––¿Y a quién heredarás la cantina, cuñado?
––No, pues no creo que al DIF.
––Estoy presto, para que así te acerques más a la iglesia, y así te prepares para bien morir.
––Ya no me quieras tanto, cab…nijo.
Al neurolingüista todo le pareció normal; le dio las indicaciones pertinentes, confiado en que su terapia sería eficaz y verdadera:
––Hable con su cáncer. Escríbale. Lo va a convencer de que se vaya. Tenga la convicción de que lo sensato es apostar a lo imposible.
Y Saturnino llegó al grado de escribirle a su cáncer de hígado como se le escribe a lo más entrañable:
Este dolor será de la locura una variante; invocación al caos. Locura hay en el dolor y consecuencia: se cimbra la dignidad y uno se pregunta ¿estoy completo aún? Sólo se quiebra el dolor ante el vocablo dolor.
Acerca del dolor me dijo mi mujer en su etapa terminal:
está ahí, nunca se va; es una pantera agazapada en la luz, la luz que la saga nombra la sombra de Dios.
––No es la gran cosa como escritura –le dijo el neurolingüista, que ya en confianza lo comenzó a tutear–, pero lo importante es que programes tu mente para que ese mal se vaya mucho a… donde ya sabes. Sigue platicando con tu cáncer; yo te juro que ha de irse, como se irían los sicarios de la sociedad, si ésta simple- mente les dijera: he aquí mi desprecio. Pero, ah qué caray, les componen corridos en señal de simpatía; así se enamora la gente de las enfermedades e invoca a la muerte antes de la hora crucial. Que no sea tu caso.
Había escuchado al profesional, nomás por no dejar y respetaba el dictamen del oncólogo; sin embargo, pesó la voz fundamental de la máquina inteligente cuando la escuchó en la Clínica Monterrey: “vivirás”. No quiso pasarlo por alto y lo comentó al neurolingüista en la siguiente sesión. Éste se carcajeó, pero lo tomó a bien.
––Esa máquina es sólo una réplica que me regaló el físico Stephen Hawking cuando estuve becado en la Universidad de Cambridge. Te van a tasajear los oncólogos en vano, pues no creerán que tu mal ha deja- do de existir. Malo es el dogma en la Edad Media y ahora.
––No entiendo tanto. Yo no soy intelectual, soy de la raza…
––No importa, si el cáncer no existe en tu mente, no existe en ninguna parte.
Sin embargo, el pánico lo abrumó un día antes de la operación que el oncólogo calificó de urgente.
Asimismo, el cuñado llegó durante la tarde acompañado de un sacerdote.
––Confiésate, yo como tu mejor amigo te lo aconsejo.Tú ya no amaneces.
––No hay vuelta de hoja ante la evidencia –intervino el cura.
II
––Brindemos por mi pariente que ya pasó a mejor vida –dijo el cuñado en la cantina, el día de la operación de Saturnino, después de haber arreglado la papelería para hacerse cargo del local. Antes había hecho los trámites en la funeraria para que le apartaran un ataúd de la mejor calidad. A la Clínica de la Sección 50 sólo asistió a acompañar a Saturnino el neurolingüista, y a manera de broma le comentó: ––
Mi máquina te manda decir que no olvides sus indicaciones.
Ya anestesiado, en el quirófano, creyó oír: “Qué raro, el tumor que aparece en las radiografías no existe”. Saturnino había programado su cerebro con la fe del leproso que desanduvo el camino hacia el manto de la piedad. Su mal no sería más la pantera agazapada en la luz, ni un obstáculo en su convicción de vivir.
Con trabajos recuperó la cantina de manos de su cuñado, la vendió y destinó parte del dinero a la Asociación de Neurolingüística del Noreste, que administra desde entonces Luis de Alba y que casó en buenas nupcias con la actriz Laura Eugenia, siete años mayor que él, sabedores ambos de que le felicidad se mide por otros parámetros, si acaso se midiera. Pero…
III
En realidad ésta no es la historia que importa contar, otra de heroísmo singular reclama las líneas de la conclusión y se expresa en pocas palabras como las historias de verdad antigua y trascendencia vital. Mucho dijo Heráclito con aquello de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Igual sugiere Juan, el apóstol, en su versículo: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús,las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”. Cortos y sin digresión son los libros de Sión. Una línea cuenta una vida: yo abusaré: abreva mi historia en la experiencia del actor mexicano Luis de Alba, para los amigos Juan Camaney, a quien la neurolingüística enseñó a deletrear otra vez la Vida. Unas a otras se enfrentan las religiones en pos de cuál es la verdadera; la medicina alópata denigra a la homeópata como a la criada de la casa y viceversa. Una sola verdad será irrebatible: el “vivirás” salvó a un hombre de la pantera agazapada en la luz, de la locura en el dolor y consecuencia.