Modernidad e industrialización en Monterrey
ARMANDO V. FLORES SALAZAR*
CIENCIA UANL / AÑO 18, No. 72, MARZO-ABRIL 2015
La densa charla sobre temas académicos, sostenida con el doctor Noyola, quedó interrumpida de repente, al atender él una llamada en su teléfono portátil; y al final de la misma, la conversación cambió de rumbo cuando me formuló una pregunta al parecer sin sentido: “¿Cuánto crees que cuesta el pasaje del metro en Lisboa?
Nada ¡no cuesta nada¡”, se respondió a sí mismo, y con renovado interés me dijo, mostrándome la pantalla de su móvil: “¡Mira los carros, los asientos y los andenes, qué modernos! ¿No te parece?”. Tardé en responderle el sí que me exigía en su pregunta, pues no pude evitar sustraerme a reflexionar sobre el uso de comodín de la palabra “moderno”, y como ella la de muchas otras en nuestro vocabulario cotidiano. ¿Moderno, por qué? ¿Por ser sinónimo de nuevo, actual, reciente, de nuestro tiempo, de hoy en día?
Por supuesto que también me pregunté, luego, bajo qué consideraciones se denominó con la palabra moderna a una colonia, una fábrica de pastas de semolina, otra de galletas de trigo, una cigarrera, una ruta de camiones urbanos, una mueblería y tantos objetos más de la ciudad para, a final de cuentas, acercarme a su también flexible y común uso en el campo de la arquitectura y el urbanismo, que de ordinario se trata de validarlos apellidándolos de esa manera, sin lugar a dudas como facilitador de ventas rápidas y ganancias jugosas. ¿Moderna por qué?, ¿por su sinonimia con original, vanguardista, avanzada, innovadora, novedosa?
Con tal cantidad de sinónimos se propicia más su uso laxo y desorientado que asertivo. Se dicen moderno y moderna más que por valor entendido por comodidad y pereza lingüística.
Etimológicamente las palabras moderno y moderna proceden del latín modernus; de su raíz modus, que equivale a modo y moda, y aplicable para referirse a lo sucedido recientemente. Su uso más común es como adjetivo, aplicado, con términos como moderno, a lo que es reciente; modernista, lo relativo a lo moderno, y modernizador, a lo que moderniza; siempre en referencia a lo reciente o que existe desde hace poco tiempo. Usado como sustantivo se vale de las palabras modernidad, para lo que tiene calidad de moderno; modernismo, al movimiento artístico originado desde finales del siglo XIX; modernista, a lo que pertenece o es relativo al modernismo o para referirse a personas con tales preferencias, y modernización, a la acción, proceso o efecto de modernizar o modernizarse. Como verbo transitivo se expresa con el infinitivo modernizar, cuando se da forma o aspecto de tal a otras formas que no lo son de origen.
Si la raíz etimológica modus circunscribe a la palabra moderno con el modo de ser y, por consecuencia, con la moda, además de la referencia al tiempo inmediato o reciente, que es su uso más común, queda por ello asociada también con el estilo o la personalidad de lo referido. La primera acepción de relación temporal se nos presenta grandilocuente en lo que llamamos Edad Moderna (lo más reciente) y Edad Contemporánea (en el mismo tiempo), como subdivisiones del tiempo histórico. Mientras que en la segunda faceta de moda o estilo, comienza a configurarse a finales del siglo XIX, y se consolida a principios del XX con el llamado “estilo moderno” o “modernismo”, asociado generalmente a las creaciones artísticas –el Art Noveau francés, el Jungendstil alemán y el Liberty italiano son también parte de sus nombres–. El estilo modernista se aplica a los objetos de apariencia diferente a lo común, fundamentado en cierto menosprecio por sus antónimos: antiguo, conservador o pasado de moda.
La Edad Moderna comienza a configurarse como ruptura evidente con la aparición del Renacimiento italiano, abanderado de la razón, y el Humanismo como sus guías distintivas, en contraposición al pensamiento dogmático, el feudalismo y la servidumbre laboral, atribuidos a la Edad Media y desde la cual comienza su gestación en busca de cambios. Este largo proceso evolucionista de efecto mundial, aunque desfasado en cada entidad incorporada, modifica las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales hasta la consolidación de las sociedades democráticas, confederaciones políticas, sistemas de producción capitalista y nuevas maneras de producción cultural.
Como fenómeno social, económico, político y cultural toma fuerza y aceleración a partir de la revolución científica que se genera en la Europa central del siglo XVI, y le siguen como secuencia y consecuencia: la revolución política (francesa), la Revolución Industrial (inglesa), y se continúa en la actualidad con la revolución tecnológica (países de primer mundo).
Como consecuencia de la modernidad, la Revolución Industrial acelerará la idea de progreso y racionalidad y su impulso trastocará la vida de rural a urbana, la economía de cerrada a abierta, el gobierno monárquico por el representativo o parlamentario; asimismo, con el capitalismo, la burguesía y la democracia como sus más evidentes manifestaciones.
La delantera tomada por los ingleses en el Reino Unido, desde el siglo XVIII, los convierte en el epicentro del fenómeno industrial y les da las ventajas y liderazgos que aún ostentan en el tiempo presente. De allí se expande progresivamente al resto del mundo a partir del siglo XIX, incluyendo a los Estados Unidos de Norteamérica y, en consecuencia, su expansión al resto del continente americano.
El fenómeno de la industrialización sigue, por lo general, los mismos patrones de desarrollo en los distintos lugares en que se ha establecido; es decir, a una producción industrial textil, que genera la acumulación de capital, le siguen la explotación siderúrgica que hace posible las máquinas y el ferrocarril, y con éste se propicia la movilidad humana y la producción y distribución masiva de bienes de consumo.
El fenómeno expansivo de la modernidad, fincado en la propuesta del desarrollo y el progreso humano, ha luchado permanentemente para ser lo que ahora es, encontrando a su paso reacciones de diversa índole por sus permanentes e inquietantes propuestas. Da Vinci, Galileo o Darwin son ejemplos de insistencia al conocimiento nuevo ante las resistencias conservadoras. Hidalgo, Bolívar y Martí peregrinaron el apostolado de la democracia ante el colonialismo dominante; la “bombilla” de Thomas Alva Edison se denominó así por la gran cantidad de explosiones que le precedieron a la propuesta final; y los mártires de Chicago, Cananea y Río Blanco fueron victimados por la ambición desmedida de los patrones capitalistas. Esfuerzos todos en abono del espíritu de la modernidad.
En contraparte, tenemos como paradigmático que el principio de liberación del individuo: libertad, igualdad, fraternidad– prometido en todos los órdenes, en tanto bandera de la modernidad, también se torna contra él, victimándolo. Las reacciones contra el avance de la modernidad, cuando se separa de esos principios básicos, se manifiestan en paralelo a su desarrollo al generar simétricamente el esclavismo, el colonialismo, la dependencia económica, el proletariado, el consumismo, el hacinamiento, la migración, el cambio climático, el terrorismo, el comercio de órganos o la eutanasia, por nombrar tan sólo algunas de sus consecuencias contradictorias generadas en paridad.
Un estudio amplio sobre el devenir dialéctico del modernismo en la literatura y la modernización, en tanto proceso socioeconómico, fue publicado por el sociólogo estadounidense Marshall Berman en 1982, con el subtítulo de La experiencia de la modernidad, y en él reconoce que “ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones (… ) es ser, a la vez, revolucionario y conservador (…) es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos … incluso decir que ser totalmente modernos es ser antimodernos(…) Desde los tiempos de Marx y Dostoievski hasta los nuestros, ha sido imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo moderno sin aborrecer y luchar contra algunas de sus realidades más palpables”. (1)
El sociólogo alemán Ulrich Beck, autor de La sociedad en riesgo (1986), maneja como tesis central de su estudios que los problemas de la modernidad no son producto de sus derrotas, sino de sus éxitos; le atribuye, por ejemplo, que el cambio climático es consecuencia de la industrialización; y el desempleo, del exceso de productividad, entre muchos más, en los que cada logro tiene aparejado su malogro.
La modernidad en Nuevo León y la región comienza con el Acta de Fundación de la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey como capital del Nuevo Reino de León, a finales del siglo XVI; pues los términos jurídicos, la organización administrativa y el trazo urbano basado en el orden se corresponden con el espíritu modernizador de la época. El siguiente paso modernista aparece con la creación del Obispado, a finales del siglo XVIII, con el programa de trabajo de sus primeros obispos, quienes inician el crecimiento ordenado de la ciudad y su equipamiento con hospital, convento, seminario, hospicio, catedral y palacio (el barroco avanzado con columnas estípite y arcos torales facetados, del Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy Museo Regional “El Obispado”, evidencia la primera modernidad estilística en la región), y el establecimiento de la educación media y la superior con Miguel Ramos Arizpe y Fray Servando Teresa de Mier, como logros destacados en ideología política, entre otros más. El siguiente avance se presenta con la nueva estructura política de estados confederados, lograda al triunfo de la lucha por la independencia nacional, a principios del siglo XIX, misma que opera como garante e impulsora de la modernización en todo el país, con el sistema democrático como forma de gobierno y las garantías constitucionales de los ciudadanos. La industrialización en Monterrey se ensaya incipiente con la producción artesanal en serie de sombreros, sarapes, velas, piloncillos, harina, mezcal y otros productos demandaos por el mercado local y regional. (2) El primer paso formal se da con la fundación, en 1854, de la fábrica “La Fama”, en Santa Catarina, situación que se reafirma en 1872 con la fundación de “El Porvenir” en la Villa de Santiago y, en 1874, se funda “La Leona”, en San Pedro Garza García, todas de actividad textil y promotoras de la clase obrera en la región y de la acumulación de capital, para consolidar el siguiente paso del desarrollo industrial.
Ya para 1882, la ciudad ha sido considerada por los historiadores como moderna, pues en su equipamiento ya cuenta con servicios de electricidad, telegrafía, telefonía, tranvías, y se le da la bienvenida al sistema ferroviario que para 1888 ya la comunica con la capital del país y con otras entidades productivas, coadyuvando en su futuro desarrollo. A partir de 1890, comienza la primera expansión industrial en la ciudad y se mantendrá en avance creciente hasta 1910, cuando se interrumpe por la Revolución maderista.
Tan sólo en 1890 se establecieron en la entidad más de diez empresas industriales, entre las cuales destacan la planta metalúrgica “Nuevo León Smelting and Manufacturing Company Limted”, de Joaquín Maiz; una fábrica de cigarros de Luis Diez; la “Compañía Minera, Fundidora y Afinadora Monterrey”, de Juan Weber; la fábrica de jabón “La Reinera”, de Fernando Martínez; la “Gran Fundición Nacional Mexicana”, de Daniel Guggenheim, y la fábrica de cerveza y hielo “Cuauhtémoc”, de Isaac Garza y J.M. Schnaider. Estas primeras industrias invirtieron ese año en la ciudad un millón y medio de pesos y dieron trabajo a cerca de ochocientos obreros; y al cierre de este periodo de 1890 a 1910, el gobierno apoyó con franquicias a empresas y negocios valuados en más de treinta millones de pesos3 de ese tiempo en que el peso mantenía paridad con el dólar estadounidense.
De este esfuerzo trascendental que desarrolla la base económica de la ciudad se genera un nuevo perfil, tanto en sus habitantes como en la ciudad: hombres industriales y la ciudad conocida como la capital industrial de México. Ha quedado atrás la ciudad militarizada de mediados del siglo, y más atrás la ciudad colonial de perfil religioso de principios del siglo XIX.
Las ramas industriales más favorecidas en este fenómeno productivo fueron la textil, la metalúrgica, la vidriera, la cervecera; y en las industrias secundarias, las de productos alimenticios, las de máquinas y equipos y las de materiales para la construcción.
Los materiales industriales de construcción de nueva producción como el cemento, el acero, los ladrillos y el vidrio, generarán otras tecnologías constructivas e irán paulatinamente sustituyendo los bloques de tierra como el adobe y el sillar, por bloques de arena y cemento; los ladrillos artesanales, por ladrillos industriales; los techos y entrepisos de madera y terrado, por bóvedas catalanas y losas de concreto sólido o aligerado; los pisos de tepechil (mortero con base en cal y arena de río), por pavimentos de ladrillo, baldosas y mosaicos hidráulicos; los postigos de madera, por bastidores con vidrios y cristales; los pies derechos de madera y los gruesos pilares de piedra de rostro, por esbeltas columnas metálicas o de concreto armado; la carpintería de madera, por carpintería metálica; asimismo, la iluminación con lámparas de petróleo y velas de cera, por “bombillas” eléctricas; los cuartos de baño de patio, por los baños interiores; la ventilación natural, por la artificial; las pinturas con base en la cal con o sin colorantes, por las de aceite y las vinílicas; los cielos falsos de tela encalada, por plafones de lámina troquelada; el empedrado de las calles y banquetas por el concreto y el asfalto, entre otras más. También cambiará al albañil artesano en albañil obrero; y la arquitectura tradicional estructurada o estabilizada a la compresión, en arquitectura industrial estructurada en la flexocompresión. Arquitectura que se denominará moderna, tomando en préstamo el término, como sinónimo de nueva en el tiempo y diferente en su estilo. Habremos de revisar dicha modernidad desde la arquitectura misma, en tanto los factores que la determinan y la modifican. Como determinantes se encuentra el marco cultural en que se ubica; y como modificantes, los materiales industriales y la tecnología que de ellos se deriva.
El hombre modifica la arquitectura en tanto su propia modificación. Si consideramos que sus accesorios de vestir, así como todas las herramientas con que se auxilia en su vida diaria son ya productos industrializados y que la arquitectura es como su caja de herramientas, entonces la transferencia es obvia, ostensible y a simple vista.
* Universidad Autónoma de Nuevo León, FA.
Contacto: armando.floress@uanl.mx
Referencias
1. Marshall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, 16ª. ed. México, 2006. Pp. XI-XIII.
2. José Eleuterio González. Algunos apuntes y datos estadísticos. Monterrey, México, 1873. P. 33.
3. Isidro Vizcaya Canales. Los orígenes de la industrialización en Monterrey (1867-1920), Librería Tecnológico, 2ª edición, Monterrey, México, 1972. Pp. 66 y 74.
ADENDA
La tierra roturada: ¿Modernidad o modernización en el noreste mexicano?
JAVIER SERNA
Cuando quieras saber si estás en un lugar rico o pobre, mira las papeleras. Si no ves basura ni papeleras, es un lugar muy rico. Si ves papeleras, pero no basura, es rico. Si ves basura al lado de las papeleras, no es ni rico ni pobre: es turístico. Si ves basura pero no papeleras, es pobre. Y si la gente vive entre basura, es muy pobre.
Eric-Emmanuel Schmitt
“Hemos llegado tarde al banquete de la modernidad occidental”, dice Enrique Dussel parafraseando a Alfonso Reyes, quien afirmara alguna vez que América había llegado tarde al banquete de la civilización europea. Igual que otros, yo considero que América Latina si llegó al banquete de la modernidad, o tal vez sea mejor reformular la frase diciendo que ha sido la modernidad la que llegó a las Américas; pero de forma asimétrica y para que éstas entraran por la puerta de atrás, para servir la mesa del banquete de dicha modernidad y recoger la basura para tirarla en las papeleras, claro está que en las diversas categorías sociales de basuras. Sí, en América Latina, en México y específicamente en el noreste mexicano vivimos, entre una gran diversidad de papeleras y basuras perviviendo juntas —pero no revueltas— en un complejo tejido social de simultaneidades: éste es el tema de este escrito.
¿Es que estamos condenados a ser un remedo del mundo occidental o podremos ser un verdadero mundo nuevo de una buena vez por todas? La primera y más evidente de las preocupaciones en los estudios de las Américas ha sido, con algunas variantes, toda la reflexión derivada de la disidencia entre dos universos de sentido, la conquista o lo que O’Gormann llamaría invención de América; que más que un “descubrimiento” se debería hablar de forcejeo e imposición por la manera en como quedaron asimétricamente relacionados el Viejo y el Nuevo Mundo.
Desde esta perspectiva es que yo propongo que, concretamente en el noreste mexicano, la modernidad fue un intento fallido, nunca llegó ni siquiera a realizarse, ha sido más un proyecto de modernización económica el que se concretó en esta tierra, la tierra roturada apenas si a finales del siglo XIX. Al enfrentarme al concepto de modernidad y proponerme explicarlo desde una realidad local, he considerado, con base en un grupo de pensadores entendidos en nuestro espectro político-social-cultural, que este fenómeno de conquista y colonización en el Noreste no se ajusta del todo al proyecto de modernidad tan usado por el común de nuestros intelectuales y artistas, a menos que lo veamos como una variante de ésta. Lo que definitivamente sí nos representa es aquella segunda fase de dicho proyecto de modernidad, el que se da luego de la Independencia, el de —la modernización económica— éste sí ajusta correctamente al fenómeno social que nos presenta como la industriosa cultura norestense.
“Soy el espíritu que lo niega todo”, dice Mefistófeles en el Fausto. La modernización económica trae consigo el modernismo espiritual. Este modernismo es, en gran medida, una respuesta espiritual y artística al materialismo económico y al pensamiento positivista que dominan la escena hispanoamericana en esta época. Los modernistas constituyen la primera generación hispanoamericana que realmente comienza a encarar la modernización. Este hombre que se forja a sí mismo es el del modernismo. Los hombres del Porfiriato, los de 1900, mi padre, nuestros padres entre ellos, son la fuerza bruta y parte de un momento en la historia que para promover el crecimiento económico del país, implantan políticas liberadoras de la economía nacional, muestran una gran apertura al capital extranjero y colaboran en el proyecto de “progreso”.
Fue precisamente a principios del siglo XX, el tiempo de hombres de las zonas rurales, que hubo dos grandes transiciones que actualmente condicionan el desarrollo socioeconómico de la nación: la primera fue la transición demográfica, y la segunda, la transición urbana, determinada por la fuerte migración del campo a las ciudades, de la que formaron parte nuestros padres.
Es con base en estos hechos que propongo que, específicamente en el tema de la modernidad, ésta no se desarrolló nunca, excepto en teorías academicistas; aquí en el noreste mexicano lo que se implementó a finales del siglo XIX fue un proyecto de modernización económica. De acuerdo con Mario Cerutti, el empresariado que se configura en Monterrey a principios del siglo XX es resultado de una coyuntura favorable, en la que se entrelazan la economía nacional y necesidades emergentes en la economía internacional.
Se asume la modernidad como mercantil: todo es mercancía y puede ser medido, pesado, valuado; el mundo es ya su mercado en donde todo puede ser robado legítimamente, o bien vendido o comprado. Ésta si llega y se instala, ahora sí, como proyecto de modernización —en esta segunda arremetida de modernidad; sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, donde el exterminio no sólo es una posibilidad, sino una necesidad ante las presiones del “progreso”, el noreste mexicano se entrega a éste.
Desde el pasado lejano nuestras sociedades esperan a ser integradas al dicho sistema-mundo; a través de las huellas y las evidencias de la cultura material, estas, nuestras propias culturas, organizaciones sociales con tecnología diversa y otro modo de habitar la tierra —diferente al modelo centralista-occidental que se nos hubo impuesto a través del modelo de modernidad.
¿Modernidad o modernización en el noreste mexicano? Plantea, desde tierras fértiles, un problema de fondo para los espíritus contrariados e inconformes (como el mío), insatisfechos con la realidad y la libertad que nos han obligado a discutir y derrumbar ante imposiciones tradicionalistas, autoritarias, dogmáticas, burocráticas, conservadoras de otras tradiciones contradictorias y abusivas: éstas, las de la vieja modernidad.