La Hacienda de Guadalupe en el campus Linares
ARMANDO V. FLORES SALAZAR*
CIENCIA UANL / AÑO 18, No. 71, ENERO-FEBRERO 2015
Leí con gran agrado, el pasado septiembre, el correo que me envió el doctor Juan Alonso Ramírez Fernández, compartiéndome el acuerdo recién aprobado de la edición especial de la revista CiENCiAUANL para conmemorar los treinta productivos años de la Facultad de Ciencias de la Tierra en el campus Linares, y la invitación, por acuerdo unánime de los editores, de que la sección “Andamiajes” formara parte de dicha edición, con una lectura arquicultural del casco y el edificio principal de su sede, la centenaria Hacienda de Guadalupe.
Un alud de recuerdos me invadió, transportándome a ese pasado reciente en el que la Universidad vivía una transformación a fondo con el liderazgo del doctor Alfredo Piñeyro López, como rector (1979- 1985), y la participación activa y entusiasta de todos los directivos universitarios, de los cuales yo formaba parte como director fundador de la Facultad de Artes Visuales (1980-1986) y como miembro ex oficio de la Comisión Académica del Consejo Universitario.
Tal dinámica actuaba en consecuencia a la labor de transformación, que a su vez llevaba a cabo el gobernador Alfonso Martínez Domínguez (1980-1986) en todo el estado de Nuevo León. En ese espíritu de tiempo, y como correspondencia a ello, en la Universidad se trabajaba en la revisión profunda de planes de estudio, fortalecimiento de los posgrados, establecimiento del nivel doctoral, creación de nuevas carreras, impulso a la investigación, adquisición de prestigiados fondos bibliotecarios, regularización académica del profesorado, formalización de la enseñanza artística, movilidad estudiantil y magisterial al extranjero, establecimiento de institutos de investigación, promoción a la producción universitaria tanto científica como artística, apoyo a la extensión y difusión cultural, establecimiento de las sesiones solemnes del Consejo Universitario, construcción de edificios apropiados para todas las dependencias académicas, creación de nuevos campus y fortalecimiento de los existentes, fundación de nuevas preparatorias fuera del área metropolitana, ampliación de las reservas territoriales para facilitar el crecimiento posterior, adquirir en propiedad haciendas de valor histórico, como conservación del patrimonio edificado, y otras más de igual o semejante importancia.
Uno de los grandes proyectos impulsados por el gobernador Martínez Domínguez fue el Plan Hidráulico, para garantizar a futuro el abasto de agua para la zona metropolitana de Monterrey, lo cual obligó la construcción de varias presas, entre ellas la “José López Portillo” en la zona del Cerro Prieto, en Linares, Nuevo León, la más grande de todas, con capacidad para almacenar más de 300 millones de metros cúbicos de agua.
En paralelo a la magna obra, la Universidad coadyuva al proyecto adquiriendo la colonial Hacienda de Guadalupe, (1) ubicada en el kilómetro 8 de la carretera que une la cabecera municipal de Linares con la presa en Cerro Prieto, e instala en ella al personal académico y administrativo de los institutos de Geología y de Silvicultura y Recursos Renovables, acatando el acuerdo del H. Consejo Universitario, en su sesión de marzo de 1981.
Ambos institutos nacen dependientes de la administración central, coordinados en primera instancia por el ingeniero Gregorio Farías Longoria y el médico veterinario Ernesto Salinas Ahumada, hasta alcanzar su evolución como dependencias académicas. El Instituto de Geología se convierte en la Facultad de Ciencias de la Tierra y el de Silvicultura en la Facultad de Silvicultura y Manejo de Recursos Renovables (Facultad de Ciencias Forestales desde 1987), con sede en la Carretera Nacional Linares-Victoria, en el kilómetro 145, a partir de junio de 1983, por acuerdo del H. Consejo Universitario. Este hecho es el que se conmemora por el 30 aniversario de su existencia como dependencia académica.
Los orígenes de la Hacienda se remontan al Nuevo Reino de León del siglo XVII (1667), cuando el capitán Alonso de Villaseca adquiere en propiedad el gran predio con intenciones de explotación de minerales. Desde entonces muchas voces la han habitado, y muchas personas han tomado decisiones sobre ella. Con la fundación de la Villa de San Felipe de Linares, en 1712, un nuevo orden de posesión de la tierra reconfigura la región. También la llegada de los religiosos jesuitas al Nuevo Reino de León, en 1713, incidirá en la economía de la región y en la educación de los potentados de la Villa de San Felipe.2 Las Aguas de San Ignacio, en el Ejido Guadalupe, y la hacienda de San Ignacio, al sur de Linares, son supervivencias de ese periodo histórico. En 1746 comenzó la venta en subasta pública de las haciendas administradas por ellos y su alejamiento definitivo de la región. La hacienda de Guadalupe quedó en manos de Luis de Urquijo hasta su venta en 1800, a favor de don Remigio Rojo y sus descendientes, los Aguayo Rojo, que la trabajan durante todo el siglo XIX y casi completa la primera mitad del XX, periodo en que la hacienda llega a su mayor equipamiento y esplendor.
Durante la gesta revolucionaria fue escenario de guerra, al enfrentase en su casco tropas carrancistas contra villistas; luego, con la nueva Constitución Política de 1917 y la Ley Agraria, el latifundio de más de 30 mil hectáreas se transforma en el Ejido Guadalupe, y en 1942, ante la incertidumbre legal, las 245 hectáreas que quedaron con la casa grande se vendieron a Pablo Bush.3 De ahí en adelante, voces patronales norteamericanas (Lasiner, Carter, Tsuart) y administradores mexicanos (Garza, Cantú, Guerra) se ocuparon y trabajaron el predio hasta 1976, cuando lo incautó el gobierno federal, lo que facilitó su adquisición para la Universidad Autónoma de Nuevo León en 1980, que dio continuidad a su tradición productiva con un nuevo giro: la enseñanza y la investigación. El más altruista uso en su ya casi tetracentenaria historia.
El mediodía del 24 de septiembre de 1981, bajo un sol de carga canicular, nos congregamos en el casco de la Hacienda miles de universitarios encabezados por los miembros del H. Consejo Universitario para ser testigos de la ceremonia de inauguración e inicio de las actividades académicas. Fue emocionante y festivo el momento en que descendió el helicóptero y se hicieron presentes el gobernador Alfonso Martínez Domínguez y el rector Alfredo Piñeyro López, para presidir la ceremonia acompañados por el vicerrector David Galván Ancira, el secretario general Orel Darío García y los coordinadores de los institutos. Los discursos fueron elocuentes y, luego de concluida la ceremonia oficial, un animado convivio hizo brotar a raudales la alegría en los invitados, celebrando el suceso.
Me sentía parte activa del proyecto por varias razones: primero, por ser miembro de la Comisión Académica del Consejo Universitario quienes propusimos al Consejo en pleno la creación de los institutos primero, y su transformación en facultades después; luego, por la asesoría directa que di al Departamento de Construcción y Mantenimiento para la restauración de la Hacienda y, ya declarado por el rector Piñeyro como coordinador del Comité de Intervención Arquitectónica de la Unidad Linares, dirigir el diseño y la presentación del proyecto general o plan meta del conjunto.
Fueron muchas las sesiones de trabajo en la Hacienda, y memorables las reuniones con el doctor Piñeyro, los arquitectos Rosa Amelia Lozano, Iván Botello y Roberto Guerrero, los doctores Peter Meiburg, Rainier de Hoog y Brooks Anderson, el vicerrector David Galván Ancira y los doctores Lutz y Bárbara Brinckmann, asesores del proyecto de internacionalización, entre otros más que compartimos la configuración del magno proyecto.
Los encuentros siempre fueron cordiales y enriquecedores. Con enorme sorpresa, descubrí el uso de técnicas artísticas como el dibujo y el relieve escultórico en el trabajo ordinario de los geólogos, así como en los dibujos del doctor Meiburg, graficando las fracturas rocosas en la montaña, o en los perfiles de laca o lienzos de registro tridimensional de las diversas capas geológicas, o en la preparación de las láminas delgadas o placas pétreas en el laboratorio de mineralogía, y como consecuencia de esos rasgos disciplinarios comunes (ciencia y conciencia, razón y emoción, búsqueda y encuentro) quedó establecido un puente pedagógico, hermanando el factor creativo entre la unidad científica en Linares con la unidad artística en Mederos.
Ese día la Hacienda de Guadalupe se presentaba remozada y limpia ante sus nuevos usuarios. Fiel a sus determinantes regionales, el casco se organiza en dos bloques paralelepípedos, aislados uno del otro, perpendiculares, enmarcando con dos de sus caras un incipiente rectángulo en función de atrio exterior o plazoleta. Durante el siglo XIX y la posesión de los Rojo y los Aguayo, el casco de la hacienda llega a su mayor esplendor. El primer bloque, con ligera orientación norte sur, aloja la casa grande con capilla, y el segundo bloque, con orientación oriente poniente, la troje o almacén de granos y herramientas y el extenso acueducto como garante de la producción.
La primera etapa de construcción de la casa grande incluye la capilla Guadalupana de una nave, trazada en el eje oriente poniente, de 6.00 por 22.00 m, y su sacristía al fondo de 6.00 por 4.00 m, y adosada a ésta, perpendicularmente, el cuerpo masivo de la casa de 46.00 por 6.00 m, subdividido interiormente para formar las habitaciones íntimas, sociales y de trabajo, seccionadas por el zaguán que da paso al patio interior cercado por tapia. El acueducto de perfiles ojivales testimonia la pujanza productiva en tiempos del reyismo en la región. En 1912, se concluye una intervención importante que le da la imagen que apreciamos a nuestros días, se pavimenta con mortero de arena y cemento la capilla; la casa fue ampliada con las recámaras del segundo piso, la terraza-mirador techada, la escalera que comunica ambas plantas; y se modifica la espadaña sobre el zaguán. En 1980 se realiza su más reciente etapa de intervención, a cargo del Departamento de Construcción de la propia Universidad, agregándosele los cubículos de profesores, adosados a las bardas perimetrales, reforzando con ello el esquema hacendario de patio central como vestíbulo de comunicación a todas las partes internas del edificio.
Su sistema constructivo se compone del rodapié de piedra sobre el que se desplantan los anchos muros de adobe (1.00 m) y las cubiertas de terrado sobre vigas y cama de madera; los pisos son de tepechil o mortero planchado; los vanos de puertas y ventanas se salvan con arcos adintelados, rebajados y de medio punto, con base en dovelas de adobe; los elementos estructurales sobresalientes son los contrafuertes en la capilla para estabilizar sus anchos muros de doble altura. El imafronte se resuelve en un solo plano, hermanando la casa con la capilla, con notorio dominio del macizo sobre el hueco y el bicromatismo que diferencia el recubrimiento de los muros y los marcos de los vanos.
El componente más destacado del edificio es la capilla-oratorio, de personalidad franciscana, sobresaliendo del exterior los masivos contrafuertes y el jambaje neoclásico que enmarca el vano de su portón de acceso, y del interior: el espacio de generosa altura, las pilastras que la estructuran, el cornisamento para el arranque de la bóveda de cañón (sustituida en la última intervención por losa plana de concreto) y el entrepiso del coro con ventana semicircular.
La personalidad del edificio conjunta diversosmarcos culturales: la sencillez franciscana, la seguridad castellana, las celosías y el bicromatismo islámico, la austeridad sefardí, el patio interior náhuatl y la localización estratégica chichimeca, entre otros.
En la adecuación de los edificios, para resolver óptimamente las necesidades de sus usuarios en turno, van quedando registros de sus usos y costumbres. Así, a nuestros días el casco de la Hacienda y su troje forman parte de un conjunto que se ha enriquecido con aulas, talleres, laboratorios, calles, estacionamiento, jardines y plaza exterior; todo ello responde a las necesidades funcionales de sus nuevos usuarios.
Dos realidades me recuerdan constantemente la Hacienda de Guadalupe: la primera, en tiempo pasado, es el inolvidable comentario del doctor Piñeyro por haberme dicho ahí que el único equivalente a sus esfuerzos por modernizar la Universidad era mi trabajo como impulsor de la formalización académica del área artística en Mederos (y la parte proporcional del trabajo en Linares); y la segunda, en tiempo presente, tiene que ver con la caminata que como ejercicio hago frecuentemente en la Unidad Mederos, del gimnasio de profesores al edificio de los seminarios y cuyo ascenso concluye en la Estación Sismológica MNIG, que opera el personal académico de la Facultad de Ciencias de la Tierra con sus pares de Geofísica de la UNAM, ya que esta presencia del Campus Linares en el Campus Mederos me desencadena recuerdos imborrables de aquella relación mutua –ciencia y conciencia, razón y emoción, búsqueda y encuentro– que se gestó en los tiempos de la formalización académica de ambas instituciones.
Referencias
1. Facultad de Ciencias de la Tierra, UANL. Carretera Linares- Cerro Prieto Km. 8, A.P. 104, Hacienda de Guadalupe, CP 67700, Linares, N.L., México.
2. Los padres jesuitas tendían a una sociedad ideal, atendiendo aparte de las necesidades espirituales las necesidades socioeconómicas del grupo bajo su custodia; trabajaron en la región principalmente con comunidades indígenas.
3. Jorge Briones C. “Apuntes históricos de la FCT/UANL” en la página web de la Facultad.
* Universidad Autónoma de Nuevo León, FA.
Contacto: armando.floress@uanl.mx
ADENDA
En la Hacienda de Guadalupe
GREGORIO FARÍAS LONGORIA
En la Hacienda de Guadalupe, ubicada en el municipio de Linares, Nuevo León, cuyos inicios datan de 1667, se encuentran señales claras de lo que fue seguramente un arduo trabajo de construcción, aun considerando etapas prolongadas entre las diferentes edificaciones, como las plataformas, las gruesas y altas paredes, los dos niveles de la casona, la capilla de doble altura, los talleres, las bodegas, el acueducto, el molino, la búsqueda y acarreo de los materiales, todo principalmente trabajado con mano de obra venida de lugares lejanos, que se fue arraigando y formando la simiente de las poblaciones aledañas que conservan las herencias de los oficios, los modos de trato y la disciplina de una comunidad dedicada al trabajo agrícola y artesanal.
Cuando llegó al sitio la Universidad Autónoma de Nuevo León en 1981, su uso era muy limitado, circunscrito al casco principal; no representaba un factor de desarrollo en la comunidad como en otro tiempo, ni aun con la construcción de la nueva presa que le acerca un lago a sus linderos. Su propósito original no se había podido sustentar al cambiar las condiciones económicas y sociales; sin embargo, conservaba el sentido de grandeza de las obras pensadas y concebidas para generar bienestar y riqueza, con la noción clara de que la naturaleza, tierra y clima, con criterio adecuado y ayuda del ingenio humano, generan frutos que con una ligera transformación producen bienes necesarios, no solamente en su lugar de origen, sino que son motivo de intercambio y comercio.
A partir de ese año, la vecindad fue testigo y protagonista de los cambios físicos; se renovaron las habilidades de carpintería, ebanistería, albañilería, vigilancia, secretaría y otras. Cambió el sentido del edificio, las habitaciones se convirtieron en aulas y oficinas; las bodegas, en laboratorios; la capilla fue primero biblioteca y después auditorio; el coro fue taller de dibujo; el patio se convirtió en plaza con facilidades para servir de teatro al aire libre, donde alguna vez la Orquesta Sinfónica de la Universidad ofreció un concierto a toda la comunidad de Linares. Con sus olores, las artes de la cocina regional llenaron los mediodías, muchas veces servidos en el mismo plato los tres tiempos básicos sin desmerecer el sabor, la cantidad y el buen modo al servir, satisfaciendo los diversos gustos de los nuevos comensales.
También cambiaron los sonidos del quehacer: de los primeros tiempos de la caña de azúcar, del trapiche y del transporte de las cargas de piloncillo al silencio inmediato anterior; y de ahí al hablar de los silvicultores, de los geofísicos, de los paleontólogos, de los lectores de idiomas y de los preparadores de muestras. Y empezaron a tomar una nueva importancia la pradera, el bosque y las montañas, al convertirse en temas de artículos de investigación que circularon internacionalmente en revistas de alta especialidad.
Sin pretender sustituir a la Guadalupana, se dio también lugar a Santa Bárbara, patrona de los mineros y de los geólogos, que empezó a festejarse el 4 de diciembre en el Baño de San Ignacio. Tomaron significado los nombres de ciudades lejanas, la esperanza de viajar por esos rumbos era bien fundada entre los becarios y técnicos que formaron los primeros grupos de estudiantes.
Todo fue llenándose de nuevos proyectos de vida; en ese entonces, se produjeron las condiciones para que se cumplieran los destinos de personas que vinieron de otros estados, países y continentes, y también de muchos de los vecinos. Los mexicanos y los alemanes se comprometieron en un proyecto educativo que implicaba formar y captar profesores, desarrollar investigación y formar técnicos bajo modelos innovadores de enseñanza en ciencias básicas de recursos naturales. La Universidad con la comunidad académica, poniendo cada una lo mejor que tenían de su parte, dieron un nuevo impulso para que la Hacienda fuera nuevamente generadora de riqueza: ahora de conocimientos para comprender mejor las potencias de nuestra naturaleza y de nuestra gente.