La huida

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JOSÉ JULIO LLANAS

CIENCIA UANL / AÑO 17, No. 68, JULIO-AGOSTO 2014

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¿Susto?, ¿instinto de supervivencia? Estas alteraciones eran cosa nueva para nosotros. Como sea, reconozcámoslo, estamos huyendo como unos ladrones… ¡y mi padre es el que conduce la nave!, el vehículo que desde hace mucho se había designado para el escape. Me pesa un profundo sentimiento de culpa y de resentimiento. Hubiera preferido viajar a otro tiempo antes que a otro universo, pero ahora mamá es la que manda, ¡qué chistoso!

La guerra interestelar estaba a punto de estallar, existían bastantes presiones diplomáticas entre los planetas de la confederación. La causa: la pelea por los territorios que pudieran quedar habitables después de la explosión de nuestro sol languideciente. Experimento nostalgia mezclada con algo de ansiedad, qué raro es eso de sentir, no terminamos de acostumbrarnos, creo que a todos nos está pasando lo mismo.

Este viaje será más largo de lo normal, pues con el fin de pasar inadvertidos, papá está evitando conducir por el «atajo» y seleccionó coordenadas poco utilizadas por los viajeros, eso reduce al mínimo la probabilidad de encontrarnos con otra nave. Lo malo de viajar por el hiperespacio es el aburrimiento que ocasiona el panorama a través de la ventanilla, sólo vemos eternas manchas claroscuras entre fulgores grisáceos, lo digo por Lenguy y Cherruy, mis hermanos menores, que ya se les nota el fastidio del monótono trayecto. Se ven tristes. ¡Y lo peor! Este armatoste volador es un modelo austero y no cuenta con cámara de proyección tetradimensional ni sonido ergonofónico. Ahora me gana la euforia, ¡lo mejor de todo es que ya no voy a realizar tareas domésticas! ¿A dónde llegaremos? ¿Qué extraños pueblos nos esperan? Me descubro sintiendo miedo al futuro y a lo desconocido.

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Somos nuevos en esto de las emociones y me doy cuenta de que no estamos aprendiendo a manejarlas.

De pronto, mamá lanza un grito.

––¡Fiffuy! ¡Olvidamos a Fiffuy!

¡Fiffuy! ¡Es verdad! Quedamos perplejos. Allá, su fin es inminente. ¿Cómo pudimos olvidar a nuestro perrobot? Pero entiendo, todo fue muy rápido, ni siquiera pudimos preverlo, no tomamos nada de nuestras pertenencias. Con dolor pienso en voz alta: «La última vez lo estuve alimentando con croquetas virtuales», hice mal en mencionarlo, mamá enloqueció.

––Tenemos que regresar. ¡No debimos dejarlo! –y agrega con desolación–. Sin él no seremos una familia completa.

––¿Pero qué dices, Monnua? –exclama papá en tono regañón–. ¿Cómo se te ocurre? Regresar sería dirigirnos al suicidio. Ya habrán notado nuestra ausencia, seguro nos están buscando.

Ella llora amargamente sin saber qué decir y él – fuera de sí– remata con una declaración que me parece muy cierta y nos causa mucho pánico porque nos portamos mal. ¿En qué nos convertimos?

––¡No seas tonta!, deja de lloriquear. Al atraparnos, quedaríamos presos, luego seríamos remitidos a los laboratorios donde nos convertirían en esclavos sin inteligencia. El robo de naves es un delito que se persigue de oficio.

Hay un silencio colectivo como afirmación muda, las posibilidades de que eso suceda nos convencen del «no retorno», pero es doloroso y punitivo. Algo que nunca nos perdonaremos: abandonar a Fiffuy a su suerte, tal como lo estábamos haciendo con los dueños de esta nave, nuestros jefes por casi seis lustros. Quisimos ser como ellos sin imaginar en la que nos metíamos. Amablemente nos inyectaron los nanochips de emociones (¡uff!, son miles las que te asaltan, ¡cómo le hacen ellos!), y a la primera de cambios, tras el primer ataque de pánico, traicionamos a esa hermosa familia de humanos.

Contacto: jjllanasg@gmail.com