Medicina desde el alma: el impulso de la doctora Elsa Solórzano a la neuropediatría en México
María Josefa Santos-Corral*
La doctora Elsa Solórzano Gómez es médica cirujana por la Facultad de Medicina de la UNAM, tiene una especialidad en Pediatría y una subespecialidad en Neurología Pediátrica. Sus áreas de trabajo son la epilepsia, la esclerosis múltiple y las afecciones neurológicas que afectan procesos de aprendizaje de niños y adultos jóvenes. Áreas sobre las que ha impartido numerosas conferencias, publicado artículos y capítulos de libro. Ha tenido también una activa participación en la docencia, impulsando la subespecialidad de Neurología Pediátrica en la UNAM, donde ha impartido distintos cursos, dirigido más de 40 tesis y formado a numerosos médicos, algunos de los cuales han abierto servicios de Neuropediatría en los hospitales donde laboran. Ha sido también presidenta del Consejo Mexicano de Neurología y de la Sociedad Mexicana de Neurología Pediátrica. Además, es miembro titular de la Academia Mexicana de Pediatría. Actualmente es jefa del Servicio de Neurología Pediátrica en el Centro Médico Nacional “20 de Noviembre” en la Ciudad de México.
¿Cómo descubre la doctora Solórzano su vocación por la Medicina?
Estudié medicina puesto que desde muy temprano me di cuenta de que se me dificultaba realizar tareas físicas, por lo que debía hacer trabajo mental. De entre estos desafíos, y considerando que tenía un problema físico busqué, al elegir mi profesión, cómo encontrar las mejores soluciones para salir adelante. En mi casa no contaba con los recursos ni con las formas de resolverlo. Pensé, entonces, que debía encontrar el modo, y lo mejor que se me ocurrió fue estar en un ambiente que me acercara soluciones. Por eso decidí estudiar medicina.
Ser mujer y vivir con una discapacidad son grandes barreras, vas contra el modelo. Pero tuve un hermano que me dio la seguridad y la confianza que necesitaba al armar un plan, eso es algo que yo le agradezco y aún ahora seguimos siendo grandes aliados.
En principio, había pensado en estudiar química, porque me gusta realizar experimentos. Sin embargo, cuando reflexioné un poco más sobre mi problema de salud y las limitantes que éste conllevaba, pensé en que debía sustituir el músculo y la articulación con el cerebro, eso me llevó a decidirme, específicamente, por la pediatría, porque me remitía a la etapa donde necesité a alguien que volteara a ver la enfermedad con cariño, no como una paciente más, sino tratando de hacer lo mejor que puede para solucionar un problema de salud.
Creo que esto se está perdiendo actualmente. Cuando estudié, los médicos eran un poco más sensibles, ahora el arte de la medicina se está disipando. Lo digo porque pienso que es una ciencia, por supuesto, pero el arte radica en generar la empatía y la confianza que se está dejando de lado. A lo mejor eso no te cura el cuerpo, pero sí el alma, y eso es invaluable.
¿Cómo se decanta por la neurología pediátrica?
Cuando pensé en dicha subespecialidad estaba casada y tenía dos hijos. Venía de realizar el servicio social en un pueblo donde sólo había dos calles, a mi entonces marido y a mí nos iba muy bien económicamente, pero decidí que esa no era la vida que deseaba para mis hijos, quería ofrecerles otras posibilidades. Así que cuando presentamos el examen con el objetivo de cursar una especialidad, nos quedamos los dos, él en anestesiología y yo en pediatría, lo cual valoramos demasiado pues era nuestro último año y ya no éramos tan jóvenes, volvimos a la CDMX muy contentos.
Al terminar, él tenía todo preparado para irnos a vivir a Querétaro, nos habían ofrecido un puesto en una clínica nueva de ginecología, él como anestesiólogo y yo como pediatra, económicamente nos resultaba bien. Sin embargo, cuando estábamos por irnos, pensé: “Si levantas una piedra encuentras un pediatra”. No me puedo quedar sólo con esa especialidad, necesito más, y busqué una subespecialidad. Me aceptaron para hacer una en terapia intensiva pediátrica, un área muy demandante, y me quedaría poco tiempo que dedicarle a mi familia. Así que volví a recordar mi motor inicial, queremos cerebro, no músculos ni articulaciones, y encontré que la neurología pediátrica era una buena opción. Con eso en mente, ingresé a la subespecialidad, una experiencia maravillosa que me cambió la vida.
La neurología me enseñó el poder de la mente sobre el cuerpo y me llevó al proceso de aceptar la fuerza mental. Estudiarla es adentrarte en lo que realmente somos. Justo ayer le comentaba a un paciente que está pasando por un proceso depresivo, ¡fíjate!, en la época de Hipócrates, cuando una persona tenía una emoción fuerte en cualquier sentido, se ponía rubicundo, el corazón le latía muy rápido, eso los llevó a pensar que la mente estaba en el corazón. Lo que no sabían es que el cerebro dirige al señor corazón, y que lo que hoy llamamos corazón, está en el cerebro. Poder explicar lo que sucede en el ser humano desde su construcción mental es lo que me encanta de la neurología.
¿Qué retos supone combinar la práctica clínica con la investigación y la docencia?
Soy profesora universitaria desde que se aceptó la especialidad, porque cuando estudié neurología pediátrica, esta subespecialidad no era reconocida por la UNAM. Esto fue un esfuerzo compartido con otras sedes, el Dr. Juvenal Gutiérrez y yo, quienes en equipo armamos un programa y todos los trámites para que esta importante casa de estudios certificara la subespecialidad. Lo anterior me permitió, finalmente, en 1997, dos años después de haber terminado, recibir mi título de neuróloga pediatra por la UNAM. Desde entonces empezamos a formar generaciones de neurólogos pediatras de manera ininterrumpida, hasta la fecha, que se acaban de graduar cinco neuropediatras.
Nuestros egresados son muy exitosos, y antes de que concluyan su formación académica tienen ofertas en distintos nosocomios. Muchos de ellos están en diferentes zonas del país y fuera de éste, por ejemplo, hay uno en Canadá y otro en España. Además, algunos de ellos han creado servicios de Neuropediatría en los centros médicos donde laboran, por ejemplo, en un hospital público de Oaxaca y en el López Mateos. Es importante destacar que, como parte de su preparación, todos han acreditado el examen del Consejo.
Con los alumnos hemos hecho varias investigaciones. A modo de ejemplo, puedo citar el manejo de inmunoglobulina para epilepsias refractarias, de cuyo tratamiento, que no había, fuimos los iniciadores en el hospital. Dichos trabajos se vinculan con mi principal campo de acción, que ha sido en epilepsia, uno de los padecimientos más frecuentes debido a que los dos picos en los que se manifiesta son la infancia y la adultez. Entonces, hay un campo enorme y nos hemos convertido en un centro de referencia.
Con esa línea generamos por lo menos cuatro tesis, una de ellas ganó un tercer lugar en investigación en un simposio que se hizo entre expertos del ISSSTE, en el que participó también el Instituto Politécnico Nacional. Y por supuesto, hemos ganado muchos premios en congresos por presentaciones de trabajos de los alumnos. Esto es la docencia, que se acompaña además con el reconocimiento de los jóvenes. Sin embargo, yo tiendo a pensar que, si bien uno les ayuda con su formación, ellos nos dan muchísimo más, aprendes con ellos, porque, entre otras cosas, te obligan a leer y a actualizarte en lo que está pasando ahorita. Los alumnos suelen no entender eso.
Por otro lado tenemos la parte social, la identidad del grupo. Cada año hay dos congresos nacionales importantes: el de la Academia Mexicana de Neurología y el de la Sociedad Mexicana de Neurología Pediátrica. En éstos siempre organizamos una comida o una cena donde se presentan los hermanos mayores, los menores y los nietos. ¡Somos una gran familia! No sólo profesores y egresados. Creamos un chat donde presentamos casos clínicos, nos compartimos bibliografía. Es muy satisfactorio.
Entonces, tengo una familia académica que me da mucho cariño y una sanguínea que me ancla a la vida. A veces me pregunto: ¿qué estoy haciendo aquí?, y entonces recuerdo la fuerza de mi hijo, la potencia de mi hija y la sonrisa de mi nieta: eso me hace levantarme todos los días. Eso no lo da la academia: ser mamá, ser abuela y ser hermana son los mejores títulos que he construido en mi vida.
¿Qué ventajas tiene el trabajar en un hospital público para hacer investigación?
Muchísimas. Sobre todo en un hospital como el “20 de Noviembre”, donde te dan los insumos. Es decir, no es lo mismo un centro de tercer nivel como los institutos de salud, donde el paciente paga –por supuesto con una valoración desde el área de trabajo social–, que el “20 de Noviembre” que provee lo que requieren los pacientes, muchas veces hasta alimentación y hospedaje para los acompañantes que vienen de otros lugares del país.
A nuestro hospital le llaman la “corona” del ISSSTE, debido a que ahí se conjuntan muchas áreas como Cardiología o Neurología, en las que estamos a la par de los institutos nacionales. Tenemos todas las altas especialidades y eso te permite ver holísticamente un paciente complejo. Con ello no es sólo un manejo específico, es la supervisión de todo su padecimiento con una perspectiva multidisciplinaria y esto enriquece mucho el diagnóstico y favorece la recuperación del paciente.
¿Cómo ha armado la doctora Solórzano su red de colaboradores?
En este momento estoy preparando una presentación para el Congreso de Neurología Pediátrica, voy a hablar de la historia de las neurociencias y las mujeres visibles y ocultas. Desgraciadamente, muchas mujeres valiosas están ocultas y, claro, son pilares de lo que somos ahora. No podemos ser analfabetos de la historia.
Fue un grupo de mujeres, en 1997, el que consiguió que el hospital comprara un aparato con el cual hacer videoelectroencefalogramas, gracias al que pudimos ver exactamente lo que pasa con las personas que tienen convulsiones o crisis en el momento justo en que está ocurriendo. Antes del aparato no se podía detectar en que área del cerebro estaba el daño, sobre todo en pacientes recién nacidos o pediátricos con crisis auditivas, no había manera de ubicarlas.
Fue, además, el primer aparato que hubo en el Instituto. Con él pudimos llevar a cabo muchísimas cosas, por ejemplo, un control continuo terapéutico, que se requiere cuando un paciente entra en crisis persistente y no sabemos por qué. Para paliarla hay que suministrar los fármacos en espera de que ya no se mueva, lo que es muy difícil de lograr con niños pequeños o recién nacidos, pero con el aparato, les tomamos video y, en ese instante, les pasamos el medicamento y lo suspendemos en el momento en que el electroencefalograma se normaliza.
Este procedimiento se llama control continuo terapéutico y el videoelectroencefalograma es el estándar de hoy, debido a que te permite observar lo que sucede en la corteza cerebral y cómo se expresa en la persona, puede ser desde una cara de miedo hasta movimientos y otra serie de cosas, puesto que hay tantos tipos de crisis como funciones tiene el cerebro. La diversidad es enorme. Con el aparato los clínicos presentamos a los cirujanos con mucha precisión el área que tiene que ser tratada. Después de veintitantos años las cosas han cambiado, ahora en el hospital se opera no sólo la zona que descarga, también la aledaña, porque ya se entendió que son redes. Claro, para lograr esto necesitas un grupo, una persona sola no lo puede hacer.
Como consecuencia de lo que se avanzó, a propósito de las redes de médicos que se tejieron alrededor del instrumento, se creó en el hospital la primera Clínica de Cirugía de Epilepsia del ISSSTE, hasta el momento la única certificada por la Asociación Internacional de Neurología de Cirugía de Epilepsia.
¿Qué le ha dado a la doctora Solórzano el hospital “20 de Noviembre” y usted qué le ha dado al hospital?
En términos académicos y de investigación me ha dado seguridad, muchísima enseñanza, la posibilidad de estar en contacto con mucha gente y de interactuar con otros pares.
Desde el punto de vista personal, le debo años de vida de mi hijo, eso no se paga con nada. Si a mí me dijeran: vas a trabajar lo que te queda de vida sin sueldo, gustosa lo haría, porque la vida es un mar de ida y vuelta. También lo haría por la UNAM, por supuesto.
Yo le he dado lo que soy, sobre todo energía, y he procurado dar un plus. Pienso en lo que tengo que hacer y cómo dar siempre más. Estoy dispuesta siempre a dar más por el hospital y por mí.
Muchas gracias doctora Solórzano.
*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx



