El papel de la localidad en los trabajos de Vinculación, la historia de Alfredo Hualde Alfaro

María Josefa Santos Corral*

CIENCIA UANL / AÑO 26, No.122, noviembre-diciembre 2023

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Alfredo Hualde Alfaro es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra, España; maestro en Política y Economía Internacional, por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE, México), y doctor en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido director de la Revista Frontera Norte, director del Departamento de Estudios Sociales y secretario general académico de El Colegio de la Frontera Norte (Colef). También fue miembro de la Comisión Dictaminadora del Sistema Nacional de Investigadores. Sus áreas de especialización se dirigen hacia las relaciones entre educación y empleo, trayectorias laborales y precariedad en diferentes ocupaciones profesiones y regiones en México, la reinserción laboral de los migrantes mexicanos deportados de Estados Unidos y, actualmente, los procesos de digitalización y automatización y sus efectos en el empleo, así como la movilización del conocimiento en ciencias sociales. En dichas áreas ha publicado numerosos trabajos contenidos en libros, artículos y capítulos de libro, además de dirigir tesis de maestría y doctorado. El doctor Hualde es, desde 1990, profesor-investigador en El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, México. 

¿Cuándo y cómo descubre su vocación por la investigación?

Lo primero es señalar que yo no sentí una vocación en el sentido etimológico del término, una llamada que viene de algún lugar desconocido, sino que, en realidad, fue una serie de circunstancias la que me llevó a dedicarme a la investigación. Primero, el trasladarme de España a México, y segundo, conocer el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), hacer el examen de admisión y ser aceptado en la Maestría en Economía y Política Internacional.

Al cursar la maestría tuve como profesor a Lucio Geller, economista kaleckiano de origen argentino, quien al terminar mis estudios me preguntó si me interesaba quedarme en el CIDE. Accedí, con su ayuda y la de otros profesores, como José Miguel Insulza, comencé a investigar sin saber a cabalidad lo que era la investigación, descubriendo por mí mismo, con los consejos de otros colegas y amigos qué es lo que hay que hacer para ser investigador, cómo acceder a determinadas fuentes para recabar información y cómo darle forma a ésta para publicar artículos académicos o capítulos en libro, bueno, los productos convencionales del quehacer académico.

Yo no diría que trasladé lo que yo sabía hacer como periodista, que era otra serie de productos como crónicas, reportajes, entrevistas, etcétera, al otro ámbito, pues las exigencias del trabajo académico son diferentes. En éste se sigue una metodología rigurosa, los contextos y los antecedentes son muy importantes; la academia es realmente otro mundo. Con sus rituales y sus liturgias, en la academia los títulos que uno obtiene forman parte de los méritos acumulados. El periodismo es otra cosa en la que lo que cuenta generalmente es la inmediatez, la capacidad de dar la noticia, de escribirla en un lenguaje accesible para el lector. La academia utiliza a veces un lenguaje un poco críptico, aunque esto se está reformulando. De todos modos, mi oficio de redactor me ha sido útil sobre todo por esta exigencia creciente de que el científico comunique los resultados de su trabajo a públicos no especializados cada vez más amplios.

¿Cómo pasa de las ciencias de información a la Sociología del Trabajo?

El periodismo y la investigación en ciencias sociales son campos que comparten fronteras, que tienen ciertas similitudes, pero también diferencias. Tuve que aprender a redactar artículos académicos, a pensar en términos de ciencias sociales y no en términos de periodismo. Eso evidentemente me llevó tiempo y aprendizaje. Aquí también conté con la valiosa ayuda de colegas y amigos que encontré en el CIDE, una institución que me aportó mucho en la maestría donde tuve buenísimos profesores, como Luis Maira y Adolfo Aguilar Zinser; economistas como Jaime Ros, entre otros, quienes me ayudaron a entrar en esta nueva trayectoria. De todos modos, en la década de los noventa continué colaborando con la Jornada Semanal, que dirigía Roger Bartra, y en el periódico La Opinión, que se publica en Los Ángeles.

 

¿Cómo llega al Colef?

En el CIDE hice la maestría y estuve como investigador de 1984 a 1990, años muy difíciles en el país por la crisis de la deuda que causó muchos problemas. En ese entonces el director del Departamento de Economía Internacional era Pedro Vuskovic, quien fue ministro en la unidad popular chilena y había otros colegas como Isaac Minian, que después fue director, y Jordy Micheli, con quien he trabajado durante muchos años.

En ese periodo fui conociendo, en eventos académicos, a personas de otras instituciones, entre otros a Jorge Carrillo, que estaba en el Colegio de la Frontera Norte. Por una serie de circunstancias personales yo quería salir de la Ciudad de México. Había agotado un ciclo en esta ciudad y Jorge Carrillo me invitó a trasladarme a Tijuana. Además, me atraía vivir en la frontera sin tener ni idea de lo que ésta era. Cuando llegué encontré algo diferente a lo que me imaginaba. En todo caso inicié el tránsito al Colegio de la Frontera Norte en 1990, justo cuando en- traba Carlos Bazdresch como director del CIDE. Él despidió a mucha gente, entre los que no me encontraba yo, pues incluso me dijo que le interesaba mi tesis, un proyecto que apenas comenzaba. Sin embargo, ya estaba convencido de irme y así fue como en abril de 1990 llegué a Tijuana, donde inicié otro capítulo de mi vida académica y personal.

En principio cambié de tema de tesis, porque el que tenía era inviable y muy estudiado: las relaciones entre empresarios, gobierno y sindicatos, que tal como estaba planteado era inabarcable. En Tijuana pensé en otras opciones de investigación y decidí hacer un trabajo donde analizara las relaciones de educación-empleo en la industria maquiladora de Tijuana, desde la perspectiva de las instituciones técnicas de educación media superior, como los Centros de Estudio Tecnológico Industrial y de Servicios (CETIS), Centros de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CB- TIS), el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) y los Institutos Tecnológicos.

La relación educación-empleo me llevó a redactar una tesis con la asesoría de otras personas. Por ejemplo, Eduardo Weiss, quien ya falleció, cuyas observaciones y críticas me ayudaron a construir una estructura coherente. Lorenza Villa Lever también me ayudó mucho porque le presenté un borrador y me animó mucho, pues su lectura fue muy positiva. Y, por supuesto, fue decisivo el trabajo de mi director Ludger Pries.

La tesis, después de tantas vicisitudes, fue premio nacional de la Secretaría del Trabajo a la Mejor Tesis de Doctorado. Eso me colocó en el ámbito de la vinculación con la educación técnica, lo cual me llevó a emprender otros trabajos en el ámbito nacional y latinoamericano como parte de la Red Latinoamericana de Educación y Trabajo que lideraban María Antonia Gallart y María de Ibarrola, con quien he tenido la fortuna de colaborar en varios proyectos.

Aquél fue también mi primer acercamiento al tema de la maquiladora, la educación y el empleo en la medida en que la pregunta era ¿qué conocimientos y aprendizajes tienen los técnicos medios, los ingenieros empleados en la maquiladora? Hice varios estudios sobre los ingenieros, y ahí me inicié en el tema de la Sociología de las Profesiones, pues estudié a los ingenieros desde esta perspectiva, incluso introduje una cuestión de género. Publiqué varios artículos y trabajos basados en entrevistas con ingenieras en las que encontré que, en muchos casos, eran la primera persona que accedía a un título de educación superior en su familia. Las ingenieras fueron también un ejemplo de las dificultades que tienen las mujeres para desarrollar sus carreras profesionales en esos ámbitos.

¿Cómo armó su red de investigación?

Como ya dije, después de la tesis me adentré en otros temas y dimensiones. Al ser el Colef una institución fronteriza exige situar el trabajo en un contexto regional y territorial, tanto en los cursos que se imparten como en las investigaciones que se llevan a cabo. Los trabajos de investigación tienen este referente territorial urbano-regional, Tijuana, Ciudad Juárez y otras ciudades y su relación con Estados Unidos. Con esto en mente estudiamos a los trabajadores y a las empresas ubicadas en esta zona.

Comenzamos con estudios sobre aprendizaje organizacional, innovación, etcétera. Hablo en plural por- que ahí estaba Jorge Carrillo y otros colegas con los que en ese camino nos asociamos. Trabajamos con investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco como Daniel Villavicencio, Gabriel Dutrenit, Arturo Lara y Mónica Casalet de Flacso. Hicimos un proyecto conjunto para analizar el tema del aprendizaje en la industria maquiladora. Esa colaboración fue muy importante para mí, porque los colegas de la UAM-X aportaron otro bagaje, sobre todo desde el punto de vista teórico, que nos ayudó en este intercambio de ideas durante el trabajo de investigación. Ese fue un proyecto en el que se publicaron varios libros, artículos, etcétera, fruto de varias encuestas y entrevistas que realizamos.

Posteriormente quise cambiar de tema y de sector aprovechando la coyuntura de que, en 2001, en Tijuana, y también en Baja California, se constituyó lo que se denominó un clúster de la industria de software. Eran empresas locales de Tijuana y Mexicali muy pequeñas, era otro mundo con empresarios mucho más accesibles. Junto con Redi Gomis hicimos varias encuestas y entrevistas con esas empresas en las que los empresarios nos dieron mucho más acceso y entendimos un poco las dificultades de conformar una colaboración entre empresarios en un ámbito regional, la cual tenía aspiraciones de ser transnacional pues ellos lo que querían era exportar software a California. Este objetivo no se logró y algunos de ellos terminaron exportando a Centroamérica. En cierto sentido era el primer intento de nearshoring hace 20 años cuando nadie hablaba de eso.

A partir de 2012 llevé a cabo un trabajo sobre precariedad, en conjunto con Rocío Guadarrama de la UAM-Cuajimalpa, un gran reto pues trabajamos de forma colectiva con un grupo de investigadores que adoptó el mismo planteamiento teórico y metodológico para un análisis de la precariedad en distintos sectores económicos.

¿Qué retos tienen los estudios laborales?, ¿cómo se acerca a los trabajadores?

Para comenzar tengo que decir que en los primeros trabajos con mucho esfuerzo y tenacidad logramos, sobre todo a partir del trabajo pionero de Jorge Carrillo, que algunas de las empresas maquiladoras nos dejaran entrar a las plantas. Tenían un claro recelo con los académicos porque había muchas investigaciones muy críticas con la situación laboral que se vivía, con el tema de los sindicatos, con las condiciones de trabajo, etcétera. En mi caso esa parte no jugó en mi contra porque el tema de la educación les interesaba, específicamente la formación técnica e ingenieril. De hecho había un comité de vinculación en Tijuana que agrupaba a empresas y a agentes de las instituciones educativas y ahí me pidieron un informe sobre las necesidades de ingenieros que habría en los siguientes años, lo que me puso en un aprieto porque no suelo hacer estudios de prospectiva.

Decir cuántos ingenieros se van a necesitar en los próximos años es complicado, ¡nadie sabe qué va a ocurrir en los siguientes veinte años! De todas maneras hice un reporte bastante voluminoso acerca de las necesidades de formación, aprendizaje y habilidades que requería el personal técnico en las maquiladoras. Ahí me di cuenta de algo que para otros investigadores puede ser muy obvio: la dificultad que conlleva la relación ente los académicos y otros actores no académicos. Es una relación muy complicada porque sus intereses suelen ser otros, el lenguaje que utilizan es distinto, exigen reportes en tiempos muy rápidos y los investigadores no trabajamos de esa manera. En fin… este asunto que ahora se encuentra en la primera línea de las aspiraciones del Conacyt, lograr incidencia, no se resuelve a partir de la voluntad del investigador, sino que se necesitan muchas otras condiciones, organizativas, financieras y de procedimientos, tanto por parte de la academia como por la de los otros actores.

Pienso que debe haber una transformación y un diálogo mutuo, porque de lo contrario ese tema va a quedar truncado, digo truncado porque esa vinculación y esa colaboración han existido, y aunque los resultados no han sido siempre fructíferos, hay ciertas experiencias que sí han funcionado. Sobre este tema, bajo el concepto de movilización de conocimientos y sus condicionamientos, estoy trabajando con colegas de la UNAM y del Colef. En esa investigación hemos encontrado esas experiencias fructíferas a las que me refiero, pero también la dificultad de llegar a influir en el diseño y puesta en práctica de políticas públicas.

¿Cuáles son sus trabajos de vinculación con distintos actores, empresas, instituciones de educación superior y organismos internacionales como Flacso, OIT o CEPAL?

Mi primera experiencia de vinculación fue en mi tesis de doctorado, donde me acerqué a otras instituciones de educación que no eran las nuestras: los tecnológicos, las universidades técnicas, conocí ese tipo de instituciones y a los técnicos que trabajaban ahí, eran personas muy jóvenes. Eso ya era una fuente de aprendizaje y me reveló un poco las convergencias y las diferencias que tenemos con estos otros actores que se ubican fuera del mundo de la academia. Creo que con el tiempo ha habido colaboraciones, pero siempre es una tarea complicada en la cual uno tiene que ir aprendiendo en la práctica.

Otro tema difícil es que las grandes empresas son muy recelosas de sus secretos, de los temas que son confidenciales. Un ejemplo de ello son las empresas de origen oriental, Samsung y Sony, cuando estuvieron en Tijuana. Abrir esas puertas es una tarea muy difícil. En algún momento lo logramos, entonces cuando decíamos que habíamos entrevistado a 70 empresas maquiladoras parecía fácil, pero en realidad detrás había un trabajo muy complicado.

He hecho otros trabajos con organismos internacionales. Por ejemplo, para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hice una investigación a finales de los años noventa sobre las maquiladoras en México y Centroamérica. Invitaron a los investigadores de México porque tenía una industria maquiladora más evolucionada, más madura. Se pensaba que, a lo mejor en unos años, la maquiladora centroamericana sería como la de México. Ese fue el motivo que los llevó a invitar a alguien de México para explicar qué era lo que pasaba. La investigación se tradujo en reportes y otros productos académicos.

Mi colaboración con la CEPAL más reciente fue en tiempos de la pandemia. Ahí me invitaron a hacer un trabajo sobre brechas de género pues les interesaba saber qué ocurría con el trabajo de las mujeres en los sectores exportadores de América Latina. Sectores que abarcan desde la industria automotriz hasta algunos clústeres de productos médicos como los que existen en República Dominicana y en México. Tuvimos un grupo de investigadoras e investigadores que están en este tema y ahí lo que hice con Guillermo Ayala, un exalumno muy capaz, fue revisar muchas bases de datos, tanto de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) como de otras fuentes, e intentar detectar cuáles eran las brechas de género en los sectores exportadores de México. Eso se publicó recientemente en un libro, sobre brechas de género, donde hay estudios de Chile, de República Dominicana y de otros países bajo el enfoque de las cadenas globales de valor.

También durante la pandemia, por invitación de Juan Pablo Pérez-Sainz, de Flacso Costa Rica, colaboré en un libro sobre jóvenes donde desarrollé el tema de las trayectorias laborales en los call center.

En cuanto a mi trabajo con las maquiladoras y con las empresas de software, creo que en este último proyecto tuvimos más la oportunidad de interactuar con los empresarios. A ellos les interesó lo que hicimos, incluso retomaron nuestros trabajos. Posteriormente investigamos sobre algunos temas del ProSoft que, en mi opinión, ha sido el único ejemplo de política industrial en México en los últimos años.

No estoy seguro de que nuestros resultados tuvieran alguna influencia o modificaran la manera de trabajar de los pequeños empresarios, creo que francamente no. Aunque hay algunos casos interesantes de uso del trabajo académico. Por ejemplo, Jorge Carrillo y yo hicimos un estudio sobre la maquiladora aeronáutica o aeroespacial, para mi sorpresa, se basaron en él para diseñar una maestría en ingeniería aeronáutica. Esos son resultados de vinculación no previstos, ¿no? En el sentido de que lo que tú hiciste circula por ahí y en algún momento se concreta en un insumo para un programa de maestría. Eso para mí fue una sorpresa agradable.

¿Qué le ha dado el Colef al doctor Hualde y usted qué le ha dado al Colef?

El Colegio de la Frontera Norte ha sido mi lugar de trabajo donde he hecho la mayor parte de mi carrera académica. El Colef, como todas las instituciones educativas en México, ha tenido altibajos. Ha habido momentos en los cuales su gestión ha sido inclusiva, hemos tenido cuerpos colegiados que funcionaban bastante bien. Por el contrario, en otros momentos ha sido más centralizada y restrictiva.

Los centros públicos de investigación en México han tenido como reto la institucionalización, la creación de cuerpos colegiados, una administración orientada a la investigación, docencia y vinculación, pero creo que el concepto fundamental es la inclusión, el respeto a los distintos enfoques, metodologías e incluso ideologías, pues la academia es diversa y plural.

De todos modos, el Colegio ha sido para mí un espacio, una institución que me ha permitido desarrollar distintos proyectos de investigación y dirigir tesis interesantes. Como parte del Colef he podido relacionarme con personas de otras instituciones, tanto aquí como fuera de México que reconocen el prestigio y la influencia de la institución. Por esas características el Colegio ha sido importante para mí. Por ello es fundamental preservar estos centros públicos de investigación con todas las potencialidades que tienen, pues han sido muy importantes en el país y, sin duda, es necesario fortalecerlos bajo esta perspectiva plural que mencionaba anteriormente. Hay que trabajar con la idea de que los cuerpos colegiados son muy relevantes, que el diálogo entre autoridades e investigadores es indispensable y que el financiamiento no puede restringirse a unas pocas áreas prioritarias.

¿Qué es lo que yo le he dado? Bueno, pues lo que le dan todas las personas que asumen una responsabilidad: el trabajo cotidiano durante más de 30 años con el aprendizaje que uno va adquiriendo sin pensar que hay una actitud heroica en las cosas que hago. Es una responsabilidad que uno asume en una profesión específica, en un contexto regional y nacional, y de ello puede beneficiarse la institución; de este tipo de trabajo que muchos de nosotros hemos hecho a lo largo de los años, de este empeño colectivo por crear conocimiento riguroso acerca de una realidad específica, en este caso la frontera de México con Estados Unidos.

 

*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx