Salud pública para la sustentabilidad

Pedro César Cantú-Martínez*

CIENCIA UANL / AÑO 26, No.121, septiembre-octubre 2023

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Tras la reunión que llevaron a cabo las Naciones Unidas en Río de Janeiro, Brasil, en 2012 sobre desarrollo sustentable, se asentó que la salud es el resultado de las tres dimensiones que integran el concepto de sustentabilidad: las esferas social, económica y ambiental (Cantú-Martínez, 2015). En este tenor, distintas organizaciones internacionales han impulsado la perspectiva de carácter sanitario para lograr el bienestar físico, mental y social y la reducción de los riesgos médicos, condiciones que se demandan para alcanzar la sustentabilidad. Con esto se reconoce universalmente que los progresos existentes en esta materia contribuyen a una relación propicia del ambiente y el desarrollo sustentable. No obstante, ha sido evidente que las asimetrías existentes provienen sustancialmente de las eventualidades observadas en esta relación entre el ser humano y el ambiente, las cuales atentan contra el establecimiento de un desarrollo sustentable (Cantú-Martínez, 2012).

Sin embargo, se tiene muy claro, en el ámbito internacional, que para aspirar a la consolidación del desarrollo sustentable (social, económico y ambiental), se requiere la adopción de políticas, planes de desarrollo y programas sectoriales para aumentar las capacidades de las sociedades que orienten el tipo de procesos para modificar las condiciones actuales, para hacer confluir el desarrollo económico, social y ambiental a propósitos comunes que contribuyan al establecimiento del desarrollo sustentable. Entre las mayores contribuciones se encuentra:

que la reducción de los riesgos ambientales en el aire y el agua, y los generados por los productos químicos, pueden prevenir hasta un cuarto de la carga mundial de morbilidad general y que las políticas de promoción de las energías más limpias podrían reducir a la mitad el número de defunciones en la niñez causadas por neumonías y disminuir sustancialmente el número de personas que sufren neumopatías crónicas (Organización Panamericana de la Salud, 2013:VIII).

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En el escenario internacional han surgido cuestionamientos que deberán responderse mediante las acciones implementadas en esta área para aproximarnos al desarrollo sustentable, entre éstos contamos con las siguientes: ¿el control de las enfermedades crónicas no trasmisibles contribuye al afincamiento del desarrollo sustentable?, ¿la sustentabilidad fortalecerá y fomentará la salud de las personas?, ¿las nuevas directrices en la materia favorecen la sustentabilidad? Éstas y otras preguntas surgen de una duda general: cómo este sector contribuirá a la construcción de la sustentabilidad y a los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS), particularmente para trascender del discurso al ejercicio práctico y así concretar el desarrollo sustentable de manera universal (Cantú-Martínez, 2016).

Por lo antes mencionado en este manuscrito se transitará por el papel, la inversión para el porvenir y sobre cuáles son los desafíos en salud pública en materia de sustentabilidad, para terminar con algunas consideraciones finales.

EL PAPEL DE LA SALUD EN LA SUSTENTABILIDAD

Dado que todas las personas tienen derecho a acceder a la salud y el bienestar, el ODS 3 de la Agenda 2030 (denominado Salud y Bienestar) tiene como objetivo sancionar que todos, independientemente de su nivel de ingresos, tengan acceso a la mejor atención médica posible (ONU, 2015). La ONU advierte que las disparidades en el acceso a la atención hospitalaria continúan, a pesar de que ha habido un progreso significativo en los últimos años en la mejora y el bienestar de las personas. Además, la pandemia mundial de coronavirus y el avance de este ODS se ven actualmente más dificultados por estas desigualdades.

Por lo tanto, las organizaciones internacionales han llamado la atención sobre cómo la salud depende de la capacidad de las personas para acceder a agua limpia, sistemas de tratamiento de aguas residuales, un medio ambiente libre de contaminación, sistemas de control de enfermedades y epidemias, y servicios de saneamiento ambiental (Cantú-Martínez, 2010). Por el contrario, los problemas en esta área se ven exacerbados por la pobreza, la ausencia de educación y capacitación, los desastres naturales o provocados por el ser humano y la urbanización excesiva.

Desde 2020, el mundo afronta una crisis sanitaria internacional sin antecedentes, la COVID-19, que al mismo tiempo que afectó la vida de millones de personas, ha desestabilizado economías e impactado negativamente en el progreso y desarrollo global. En su documento final, “El futuro que queremos”, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, conocida como Río+20, afirmó que la salud es un requisito previo, un resultado y un indicador de las tres dimensiones de la sustentabilidad: social, ambiental y económica (ONU, 2015). También enfatiza que los ODS sólo pueden lograrse entre quienes logran el bienestar físico, mental y social. Además, entidades internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización Panamericana de la Salud han expresado la trascendencia de controlar la curva de contagios por COVID-19 y otras enfermedades para reactivar las economías nacionales. Wolf (1967:289) ya lo mencionaba hace bastante tiempo, al comentar: “La falta de salud afecta directamente la fuerza de trabajo y tiene profundas repercusiones en la economía, ocasionando la pérdida de trabajadores y unidades económicas”.

Por esta razón, la salud y el bienestar son puntales irrefutables e innegociables de los ODS. La primera es fundamental para crear sociedades prósperas, garantizar una vida vigorosa y promover la bienandanza de todas las personas en todas las edades. Con esto podemos afirmar que es esencial para la reactivación, la competitividad y el avance de las economías de todas las naciones. Aunque se han logrado avances significativos en las últimas décadas para aumentar la esperanza de vida y reducir algunas de las causas más comunes de muerte relacionadas con la mortalidad infantil y materna, la ONU advierte que sin más avances y cambios no lograremos el objetivo 3 de los ODS, mayormente por la experiencia de la pandemia de COVID-19.

LA SALUD ES UNA INVERSIÓN PARA EL FUTURO

Somos conscientes de que el gasto en salud pública de una nación se considera una carga económica, así como una deuda para el crecimiento económico y las perspectivas de la economía en su conjunto. Contrariamente a estas creencias generalizadas, hay tendencias y evidencia creciente, especialmente para las economías emergentes y algunas economías desarrolladas importantes, de que esto es favorable para la sociedad. De tal manera que el desarrollo económico de las naciones se ve directamente beneficiado por las inversiones en ese rubro (Gálvez et al., 2018).

La igualdad de oportunidades es creada por el gasto público en salud. El gasto público en
ésta y en educación es el gran igualador, y esta afirmación no debe interpretarse como si tuviera una connotación política o ideológica (Dos Santos, 2020). Esto permite establecer una base más sólida y una compensación mutua de los elementos para lograr sus objetivos económicos y competitivos, especialmente para las economías emergentes donde el acceso a los servicios básicos de salubridad es frecuentemente limitado.

La productividad es resultado del gasto público, las poblaciones con buena salud son más productivas, quizá el aspecto más estudiado y documentado de todo el debate que la vincula con la economía (Cantú-Martínez, 2010). La competitividad se ve beneficiada por inversiones críticas en el rubro porque fortalecerían internamente a las naciones emergentes y las posicionarían mejor para competir internacionalmente a medida que desarrollan sistemas sanitarios competitivos.

Para hacer esto es esencial que elevemos el nivel de atención de una manera que fomente la prosperidad de la profesión biomédica. Cuando los países decidan que la innovación es más valiosa, emergerán más negocios paralelos al sector, proveedores, empresas de servicios y desarrolladores de centros médicos y hospitalarios de clase mundial (Terán et al., 2017). Las sociedadesdelmundodebentrabajar para promover la economía de la salud adecuada para el siglo XXI. Todos los líderes gubernamentales deben verla como una inversión en lugar de un costo debido a factores económicos y demográficos globales. De esta forma, comenzarían a verlo como un campo que requiere ser respaldado por los beneficios sociales vitales que el público espera.

Particularmente, no es de extrañar que en los próximos años los fondos de inversión en salubridad se beneficien de las tendencias y patrones de la población, incluidos los efectos de la pandemia de coronavirus, las preocupaciones generales sobre el envejecimiento o el inesperado y fascinante aumento de la esperanza de vida, conjuntamente con el aumento de más y mejores servicios médicos y de proporcionar acceso universal a los mismos. Hoy por hoy, después de la COVID19, ninguna persona en el mundo sería capaz de elevar la voz para arropar los recortes económicos sanitarios (Blackman et al., 2020).

El desarrollo económico, el aumento de la competitividad y la atención a los determinantes sociales de la salud se ven impulsados por la financiación de la investigación en medicina. Para que la investigación en ésta siga creciendo, la voluntad política y la inversión son sumamente esenciales (Organización Panamericana de la Salud, 2023). En ese tenor, los sectores que se verán beneficiados son: servicios sanitarios, farmacéuticos, tecnología médica y biotecnología. La investigación y la innovación deben ser lo primero. En los últimos años ha quedado claro que hay que actuar en este sentido, y más concretamente en relación con las enfermedades infecciosas y crónicodegenerativas.