Retos y oportunidades de una antropóloga que ingresa a temas escabrosos. Entrevista a la doctora Marisol Pérez- Lizaur

Maria Josefa Santos*

CIENCIA UANL / AÑO 26, No.117, enero-febrero 2023

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Marisol Pérez Lizaur es licenciada, maestra y doctora en Antropología Social por la Universidad Iberoamericana. A lo largo de su carrera profesional ha trabajado en los temas de planeación y estudios sociales de la ciencia y tecnología, parentesco urbano y de empresarios y organización social de las instituciones. En estas temáticas ha combinado actividades de investigación y docencia en la Universidad Iberoamericana, la UNAM, la ENAH, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile con asesoría a entidades públicas y privadas como la Secretaría de Educación Pública, universidades estatales, asociaciones empresariales y empresas privadas.

La doctora Pérez Lizaur es, además, un referente en estudios de parentesco de las elites empresariales latinoamericanas y en los análisis de empresas y tecnología.

¿Cómo descubre su vocación por las ciencias sociales, específicamente por la Antropología?

Desde pequeña quería ser novelista y escribir sobre la vida de otras personas de grupos sociales diversos. En la preparatoria me di cuenta de que lo que necesitaba estudiar para seguir este oficio era literatura o periodismo, profesiones que me acercarían a gente de distintos orígenes. Con esto en mente, me decanté por el periodismo. Cuando dije en mi casa que quería estudiar periodismo en la UNAM, mis padres no lo vieron bien y me conminaron a elegir una licenciatura en la Universidad Iberoamericana. La que más se acercaba a lo que pretendía era la de Ciencias y Técnicas de la Comunicación.

Sin embargo, un día antes de inscribirme, revisé de nuevo el programa y no me gustó. Era mucha filosofía, televisión e imágenes, no se acercaba a lo que me interesaba hacer. Al revisar otros programas de carreras que ofrecía la Universidad, encontré el de la Licenciatura en Antropología, que se centraba en el estudio de la forma de ser y hacer de otras personas, de comunidades indígenas. Esto me interesaba debido a los conocimientos y experiencias que me transmitió mi maestra de inglés, de la que aprendí mucho más que este idioma. En sus clases, Misca me contagiaba su cariño y admiración por las artesanías y por la cultura de los pueblos indígenas de Chiapas y los tarascos de Michoacán.

Fue ella, quizá, mi primera maestra de Antropología. Lo que sí tengo que aclarar es que al llegar a la Antropología nunca pensé que se trataba de una ciencia, yo lo que quería era escribir novelas. Fue Ángel Palerm quien, con sus clases, me dejó ver el lado científico de la materia. Con este aprendizaje dejé mi vocación de escribir novelas, pero, y aunque aún no he escrito ninguna, no he renunciado a ello.

El parentesco entre las élites y el desarrollo tecnológico son temas poco comunes en los análisis de la Antropología, y muchísimo menos cuando usted empezó a trabajar con ellos, ¿por qué decidió estudiarlos?

Mi tesis de maestría es sobre demografía de los pueblos de Texcoco. Entonces, lo que me interesaba era el campo, estudiar cómo vive la gente en las comunidades rurales. El asunto se complicó cuando me casé con un arquitecto urbano al que, además, no le gustaba mucho estar en contacto con las áreas rurales, a diferencia mía que siempre viví cerca de ellas. A esta escasa posibilidad de salir de la ciudad, se sumó que la familia materna de mi papá (con ascendencia poblana y asturiana) tenía una muy intensa actividad familiar.

Al casarme, lejos de abandonar la actividad social de mi familia paterna, como suponía en un principio, sumé otra, la de la familia de mi marido. Esta ocupación me restaba tiempo para hacer investigación pues, además de mis actividades familiares, trabajaba en la SEP, por lo que acudir a tantas reuniones terminó molestándome. Para tratar de estar de mejor humor comencé a hacer un diario de campo cada vez que iba a alguna actividad social. Aquel diario, para cuya escritura seguí la técnica que me enseñaron en Antropología, comenzó a convertirse en varios cuadernos en los que empecé a descubrir cosas muy interesantes.

Me intrigaba mucho, por ejemplo, la manera en que mi papá mezclaba los negocios con sus parientes a los que invariablemente contrataba para trabajar en sus empresas, aunque no supieran ni de administración, ni de ventas, ni de nada. Eso se evidenciaba en los escritos de mis cuadernos. También documenté la manera en que nos invitaban de padrinos de boda, primera comunión y otras ceremonias aquellos parientes que estaban protegidos por mi papá porque les daba empleo. A partir de las muchas lecturas del material, me percaté que, aunque la información era buena, para poder convertirla en una investigación seria, y difundirla, tenía que analizarla con objetividad. Esto que aprendí con mis maestros de la Iberoamericana requería, para empezar, distanciarse del material empírico y, en segundo lugar, buscar un enfoque teórico para organizar los datos. En ese momento, 1978, conocí a Larissa Lomnitz, quien fue mi compañera del doctorado en la Ibero y llamó mi atención lo que ella estudiaba: las relaciones sociales.

¿Qué aportan las herramientas y teoría antropológica al análisis de estos temas?

Al comentar con Larissa la información que yo tenía sobre los eventos y relaciones de mis parientes, me encontré con alguien interesado en apoyarme y compartir una nueva forma de hacer antropología, estudiando mi propia familia y empresarios. Así, entre las dos comenzamos a analizar las relaciones sociales como capital social, tal como lo menciona Bourdieu, para reforzar los lazos de parentesco como un recurso importante para el manejo de las empresas.

En el proceso, un día nos dimos cuenta de que los materiales podrían ser analizados desde la teoría del parentesco que, para entonces, ya estaba pasada de moda. Empezamos estudiando rituales, actividades sociales e historia de la familia y su efecto en la empresa, y ahí nos dimos cuenta de que las relaciones de los parientes eran las protagonistas. Había que explicar el material desde la teoría del parentesco. Después de analizar el material de los cuadernos y complementarlo con un trabajo de campo fascinante, en el que recorrimos desde el cementerio de la Villa al pueblo en Tepeaca, Puebla, los datos mismos nos llevaron a estudiar parentesco y ello nos permitió encontrar la estructura para armar el libro.

También llevamos nuestra información a distintas conferencias y congresos. Lo anterior ocurrió en la época del presidente Echeverría, cuando los empresarios eran los malos del cuento y yo, aunque me daba cuenta de que había que defenderlos, para hacerlo cabalmente, necesitaba mayor objetividad. Fue la doctora Lomnitz quien me ayudó a verlos objetivamente. Por otro lado, a partir de la construcción del libro pude entender también, y sin enojos, las razones por las que mi papá privilegiaba las relaciones de los parientes frente a la administración de la empresa, a pesar de que ello lo llevo a la quiebra de varios negocios en distintas ocasiones.

Esta situación se repetía entre varios empresarios que estudié y cuya historia documentamos en el libro. Privilegiar las relaciones entre parientes es una modalidad, un valor moral. Cuando lo descubrí pude observar que las críticas que se hacían entonces y se hacen ahora a los empresarios, parten del desconocimiento de muchos de sus valores.

¿Qué papel ha jugado usted en la legitimación de los temas de empresarios, ciencia y tecnología en la Antropología mexicana?

Esta labor ha sido muy pesada. Recuerdo, por ejemplo, una conferencia en el Colmex en la que un joven me reclamó porque estaba estudiando a los empresarios. Los antropólogos no tienen esos intereses, me dijo. Sin embargo, al seguir trabajando encuentras caminos para que los lectores le vayan dando importancia. En principio, la misma calidad del trabajo fue imponiéndose. Además, Larissa era una artista de las relaciones públicas. De tal suerte que, en las pláticas y las conferencias a las que asistimos las dos comenzamos a normalizar el tema, como uno muy novedoso que enriquecía los estudios y análisis antropológicos.

Un ejemplo de ello es que, recientemente, el doctor David Robichaux, quien tiene una red de parentesco en América Latina, me invitó a participar exponiendo y escribiendo un trabajo que retomara los datos de las familias de empresarios que he estudiado. Fue muy interesante porque ahora ya hay más estudios sobre el tema. En este trabajo, mi propósito fue mostrar cómo las redes de empresarios apoyan a las personas y a la creación de empresas, resaltando que la ayuda a parientes menos favorecidos se ha constituido en un valor moral de estos colectivos, igualito que lo hacen los campesinos, sólo que los primeros tienen habilidad para emprender. También analicé cómo las redes y relaciones sociales ayudan en la labor de emprendimiento.

 

¿Cómo nutre su labor de consultoría a su trabajo académico y viceversa?

En 1971, en el sexenio del presidente Echeverría, el doctor Ángel Palerm me recomendó para trabajar en la SEP, en un grupo que estaba tratando de entender los cambios que se habían desencadenado a partir del movimiento de 1968. Una de las condiciones para trabajar en este grupo es que hubieras participado en ese movimiento, yo había hecho algo desde la Ibero. Me contrató Jaime Castrejón Diez con quien escribí dos libros. En este proyecto comencé a hacer trabajo de campo en las universidades, lo que implicó incluir a los científicos y a los estudiantes, para conocer la estructura y funcionamiento tanto de las instituciones como de los colectivos adscritos a ellas.

Así hice un estudio sobre la Universidad de San Luis Potosí, que entregué al grupo que estaba tomando decisiones sobre qué medidas tomar para evitar un nuevo movimiento estudiantil. Estaban convencidos de que aquello que había provocado el movimiento era la gran concentración de estudiantes en la UNAM y, por lo tanto, querían fomentar el crecimiento de otras macrouniversidades que contrarrestaran dicha situación. Pretendían comenzar con la de San Luis. El resultado del estudio hizo ver al grupo que su propuesta no era muy acertada. Por el contrario, lejos de concentrar el apoyo en unas cuantas macrouniversidades, el trabajo sugería que había que apoyar a todas las universidades del país de manera igualitaria y crear una nueva en la CDMX, que no fuera tan grande como la UNAM.

Ahí fue cuando se decidió fundar la Universidad Autónoma Metropolitana. Mi trabajo no terminó ahí, sin darme cuenta, pero quizá como resultado del trabajo en la Universidad de San Luis acabé como coordinadora del plan para diseñar la estructura académica de la UAM. Lo pude hacer también porque en el México de esa época no había ninguna universidad pública departamental y el equipo que asesoraba al ingeniero Bravo Aguja quería una organización de este tipo. La única era la Iberoamericana, entonces, para hacer el plan leí mucho y entrevisté al rector de la UIA, quien me explicó en qué consistía y cómo funcionaba una estructura departamental. Con estas dos cosas entregué el proyecto a la Cámara de Diputados el 3 de diciembre de 1973, el mismo día que nació mi hijo menor. Ahí fue donde aprendí a combinar las cosas.

Cuando acabó el proyecto trabajé con el ingeniero Carranza haciendo un estudio de los tecnológicos que había en el país, y ello me dio el expertise para hacer estudios sobre la tecnología y la forma que se hacía el trabajo tecnológico. Eso me animó a seguir haciendo investigación sobre el tema, y para ello estudié no solamente a los tecnológicos y las universidades, sino también el papel que juega este recurso en las empresas. Con este nuevo tema de investigación regresé a las familias de la élite para analizar qué relación tenían sus empresas con el desarrollo y asimilación tecnológica. Decidí hacer mi tesis doctoral sobre el tema, ahí fue cuando ingresé al Centro para la Innovación Tecnológica de la UNAM, invitada por el director de entonces y por la doctora Lomnitz.

Cuando dejé la UNAM, el conocimiento que había adquirido al trabajar en el proyecto me ayudó a dar asesoría a las empresas. No fue lo más exitoso del mundo, es muy difícil. Los empresarios no respetan a los antropólogos, ni su conocimiento sobre la forma de organización social ni el que tienen sobre las organizaciones. Nos consideran más como paleontólogos. Para ellos, nuestro conocimiento sirve para analizar huesos, muertos y pirámides, pero no lo que se está viviendo a diario en las organizaciones. Incluso, el acuerdo que establecí con las empresas cuando realicé mi investigación doctoral era que yo tenía que proporcionarles información sobre el funcionamiento de sus empresas como una retribución.

Cuando les informé sobre lo que pasaba y pasaría, un empresario atendió a lo que le dije, pero otro no.

Por desgracia mis observaciones eran correctas. El empresario que no atendió se quedó sin capacidad financiera y tecnológica y el negocio quebró. El conocimiento de la Antropología te permite advertir esas cosas, aunque para los empresarios es difícil entenderlo porque ellos quieren ver los números y a veces es complicado traducir los datos cualitativos de observación a los cuantitativos que demandan.

Curiosamente me han seguido contratando, pero más para analizar las interrelaciones entre las comunidades y la empresa cuando una llega a establecerse. En contraste, en las universidades sí toman en consideración mis recomendaciones, quizá porque trabajé en la SEP y contribuí al diseño de algunas. Por ejemplo, en el estudio que el doctor Esteban Krotz hizo sobre la antropología de la Antropología, yo escribí la parte de la Ibero.

 

¿Cómo construye la red de investigación y de consultoría para los trabajos que ha desempeñado?

A través de las universidades. He trabajado en la ENAH, en la UNAM y en la Ibero donde establecí redes de colaboración. Aunque las últimas consultorías fueron a través de amistad de personas que conocen mi trabajo.

 

¿Qué le ha dado la UIA a la doctora Pérez Lizaur y usted que le ha dado a esta Universidad?

Yo regresé a la Ibero después de haber laborado en otros lugares. Así que seguí el lineamiento del doctor Palerm, quien señalaba que una institución no debería contratar a sus egresados hasta que éstos hubieran tenido la experiencia de enfrentar sus conocimientos a circunstancias y realidades ajenas a su institución. Yo acabé la maestría en los setenta y el doctorado en 1994, y fue hasta 1997 que me llamaron para hacerme cargo del posgrado de Antropología de la Ibero. Para entonces había trabajado en distintas instituciones: la SEP, la UNAM, la ENAH y aprendí el funcionamiento de éstas y el de la Ibero cuando diseñamos la UAM.

Lo anterior me ayudó a llegar sin prejuicios, me permitió observar lo que estaba ocurriendo y, a partir de ello, tomar decisiones. Cuando tienes experiencia sobre el funcionamiento de otros lugares tomas decisiones con mayor seguridad y aprendes a negociar. Además, y eso también tengo que reconocerlo, los jesuitas me formaron. Recuerdo, por ejemplo, el nombre de todos mis profesores que fueron fundamentales. Te forman sin que te des cuenta de ello. Además, te abren la oportunidad de establecer relaciones con personas y profesores de distintas disciplinas.

 

*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx