EDITORIAL CIENCIA UANL 25-111

Alma Rosa Saldierna Salas*

CIENCIA UANL / AÑO 25, No.111, enero-febrero 2022

Históricamente, la violencia contra la mujer ha estado presente en las diversas sociedades, sin embargo, el problema no sólo radica en su reconocimiento, si no en su definición, hay que tomar en cuenta que existen comportamientos y actitudes normalizadas que fomentan esa agresión hacia el género femenino y que, sin duda, impactaron en cómo definir claramente lo que se reconoce como violencia contra las mujeres. Recordemos que los conceptos se construyen por imágenes mentales de acciones que se expresan por el lenguaje. El concepto de violencia hacia la mujer nace en los años setenta desde la Organización Mundial de la Salud, las Naciones Unidas y la Convención de Belén do Pará. ¿Y por qué surge desde la OMS? Surge por la identificación de un elevado porcentaje de problemas de salud en mujeres, como consecuencia de golpes y maltrato físico por parte de su pareja o algún familiar del género masculino.

Es así que, en 1993, la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres es adoptada por las Naciones Unidas y reconoce el concepto de violencia contra las mujeres como “cualquier acto de violencia de género que tenga como resultado el daño físico, sexual o psicológico, o sufrimiento de las mujeres, incluidas las amenazas, coacción, privación arbitraria de la libertad, ya sea en la vida pública o privada”.

Sin embargo, no sólo es identificar el problema, o definirlo, también es que las mujeres reconozcan que están viviendo violencia de género; no todas las mujeres pueden expresar libremente que están siendo violentadas, muchas veces por lo que piensan que dirá la sociedad, por miedo al agresor, por sentirse culpables, por no reconocerse como víctimas de violencia o por sentir que no cuentan con una red de seguridad que les permita liberarse del agresor y no sólo de una red familiar o de amigos, también por falta de mecanismos de protección proporcionados por el Estado o desconocimiento de la existencia de los mismos en pro de salvaguardar su integridad, recordemos que la violencia no es exclusiva de un grupo etario, sector económico o nivel de estudios.

A nivel mundial se estima que una de cada tres mujeres ha sufrido violencia, en la que el acoso es uno de los que más se presenta, se estima que 70% de las mujeres se ha enfrentado a esta situación no sólo en el espacio público, también en lo privado. En el caso de México existe la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (Ensu), que en sus mediciones permite identificar si las mujeres han enfrentado algún tipo de acoso personal o violencia sexual, encontrando que una de cada cuatro mujeres ha sido víctima de ese tipo de violencia.

Esta problemática ha generado que mujeres se organicen para sensibilizar a la sociedad sobre la situación alarmante a la que están expuestas y que viven millones de mujeres y niñas. Se tiene por ejemplo la Women ́s International League for Peace and Freedom, fundada durante la Primera Guerra Mundial, que vela por las causas fundamentales de protección a las mujeres desde 1919. Y que en años recientes deriva, por ejemplo, en otros movimientos sociales como #HearMeToo, #EndVaw, así como el movimiento #MeToo, que tiene su origen en 2006, que toma auge en 2017 en Europa y en Estados Unidos y que llega a México promoviendo la visualización de los responsables de acoso sexual y el total apoyo a las víctimas. Otro movimiento es el 8M que en los últimos años ha reinvindicado las injusticias que vivieron trabajadoras textiles y que ha desencadenado una serie de marchas y ausencias de mujeres en espacios públicos para concientizar la vida sin mujeres ante la sociedad.

En ese sentido, los especialistas en Ciencias Sociales debemos cuestionarnos ¿cuál es nuestro papel y contribución en tratar de erradicar la violencia?, ¿cómo explicamos esos comportamientos?, y ¿cómo podemos ayudar a las víctimas y a generar conciencia?

En este número de Ciencia UANL se presentan dos textos que desde diferentes disciplinas analizan las vivencias de acoso y violencia que enfrentan las mujeres, esperando que motiven a la reflexión y el análisis, pero sobre todo a cuestionarnos ¿cuál es nuestro papel para que esto no continúe sucediendo?

La invitación queda hecha, sin duda combatir los problemas que enfrentan las mujeres es tarea de todos: los medios de comunicación deben revisar los contenidos que presentan, en los cuales se desvaloriza a las mujeres de forma estereotipada, fomentando la violencia, además de cumplir su función de ser generadores de opinión pública contribuyendo a la lucha y apoyo contra la violencia de género; que el Estado reorganice sus instituciones y estructuras en aras de protección de las mujeres; que en las instituciones educativas se fomente la sensibilización y apertura para lograr la libertad, seguridad e igualdad como parte de los derechos humanos de las mujeres.

 

* Universidad Autónoma de Nuevo León.