Aporte de la economía verde a la sustentabilidad

Pedro César Cantú Martínez*

CIENCIA UANL / AÑO 24, No.109, septiembre-octubre 2021

Las actuales tensiones socioeconómicas y ambientales tienen su génesis y se siguen sosteniendo (como lo comenta Javier Ramos, 2016) por la creciente utilización de hidrocarburos y la intensiva demanda de recursos naturales que conllevan de manera directa o indirecta la degradación de los sistemas naturales. Señalando, además, que este modelo de desperdicio genera, adicionalmente, de manera franca un incremento en todos los insumos que las sociedades del mundo requieren.

Conforme al escenario que vivimos, se hace evidente encontrar un modelo de desarrollo y crecimiento que promueva la sustentabilidad ambiental, social y económica. Así emerge la economía verde (EV), como una demostración de que es factible sortear esta mayúscula crisis que encaramos en el siglo XXI. Esta EV tiene entre sus propósitos impulsar nuevas e innovadoras formas de crecimiento ecológico, coadyuvar a mejorar la calidad y bienestar de vida de las personas y, finalmente, favorecer los esfuerzos de carácter internacional para atenuar y combatir los estragos del cambio climático.

El camino de una EV, como lo referencia el Consejo de Nivel Ministerial de la OCDE (2011:7), “depende de los escenarios institucionales y de políticas, el grado de desarrollo, la disponibilidad de recursos y los aspectos particulares de presión ambiental”. Este marco nos advierte que el desarrollo económico en el mundo se presenta de manera desigual, producto de los regímenes económicos de carácter insostenible. Los cuales han dado como resultados evidentes el deterioro de la calidad del aire, del suelo y del agua, así como el declinamiento de muchos recursos naturales, y por ende una pérdida cuantiosa de biodiversidad; especular en continuar con la misma visión se torna no aconsejable e inconveniente.

Por estas razones es relevante abordar en qué consiste este planteamiento de EV que surge de manera significativa para impulsar el desarrollo económico a la vez que trata de garantizar los bienes naturales y mejorar las condiciones de vida de todas las personas. De tal manera abordaremos qué es la EV, cómo se erige ésta como una valiosa alternativa a los modelos actuales, cómo se aplicaría, para finalmente apuntar unas consideraciones finales al respecto.

¿QUÉ ES LA ECONOMÍA VERDE?

Hablar de EV se vincula particularmente a la posición que esgrimió el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) durante la reunión de Río +20. El cual conceptualizó la EV como aquélla que promueve un “crecimiento del ingreso y el empleo es conducido por inversión pública y privada que reduce las emisiones de carbono y la contaminación, estimula la eficiencia energética y de los recursos y previene la pérdida de biodiversidad y servicios ecosistémicos” (Roca, 2012:7).

Este planteamiento está soportado en los estragos que ha promovido el aprovechamiento de los sistemas naturales y de sus recursos, y que ha conllevado gravámenes ambientales como la génesis de cambio climático. Pero que además comprometen la vida del ser humano y han agravado las asimetrías sociales entre todos los países.

No obstante, si hacemos un recuento podemos aseverar que el concepto de EV no es tan nuevo como se quiere pretender. Serrano y Martín (2011:7) comentan: “En el año 1989 fue introducido por Pearce, Markandya y Barbier en su libro Blueprint for a Green Economy, en el cual desarrollan algunas de las políticas que serían necesarias para alcanzar el desarrollo sostenible”. Sin embargo, fue hasta 2009 que vuelve a retomarse este concepto por el PNUMA, obteniendo un nuevo impulso en el concierto internacional cuando este organismo da a conocer el informe titulado Global Green New Deal (Barbier, 2009). Y entre las acciones que propone está llevar a cabo inversiones verdes entre las que encontraríamos la actividad agrícola, el transporte público, la eficiencia energética y el impulsar las tecnologías que favorezcan la conformación de sistemas de energía renovable.

De tal manera que con esta nueva postura se puedan contrarrestar los riesgos que provienen del desarrollo vigente y que se encuentran erosionando el capital de orden natural, que también conlleva una pérdida de prescripción tanto social como económica. El esquema económico del actual desarrollo, al cual Melina Campos (2010) denomina economía marrón, se ha mantenido primordialmente en el crecimiento económico mediante el capital natural y físico con el que cuenta cada país, aunado a la fuerza de trabajo que aporta el capital social. Sin embargo, son conocidos ya sus efectos generalizados, lo que compromete la subsistencia del ser humano y de la naturaleza.

Por consiguiente, la EV debe prorrumpir como alternativa para influir en los aspectos productivos, promover la innovación, crear nuevos espacios de mercado, generar confianza y finalmente promover una estabilidad en las condiciones socioeconómicas y ambientales (OCDE, 2011). En este sentido, la EV no pretende sustituir y debilitar el concepto de desarrollo sustentable, por el contrario, su propósito es complementario y busca fortalecer y coadyuvar a la concreción de una agenda política de carácter operativo y funcional que puede y debe ser mensurable para evaluar los avances y logros en materia de sustentabilidad.

Por último, en la EV se reconoce que el progreso no siempre está construido sobre una línea recta de acciones, sino que plantea previsiblemente la necesidad de hacer altos para modificar y reorientar nuevos rumbos de cómo concebir el progreso sustentable.

ECONOMÍA VERDE ¿UNA ALTERNATIVA?

¿Es la EV una alternativa viable que nos enfile al desarrollo sustentable? Seguramente ésta es una pregunta crucial en estos tiempos de crisis; sin embargo, si nos arriesgamos a implementarla nos movilizaría a dejar atrás el modelo económico marrón que se ha convertido (como lo cita Esteban, 2012) en ineficiente, inestable, infeliz, injusto e insostenible. El cual no admite límites naturales y que además se niega a reconocer que ha promovido mayor desigualdad social.

A causa de estas posturas han emergido otras crisis como la del propio modelo económico, la de escasez y la ética. En particular, la del modelo económico ha promovido una tensión permanente entre la naturaleza y la humanidad. En cambio, la de escasez ha promovido una carestía principalmente de insumos y energía para seguir sosteniendo la economía marrón. Mientras la crisis de carácter ético –particularmente desde el surgimiento de la Revolución Industrial– ha promovido un antropocentrismo a ultranza que ha suscitado una crisis de valores en la sociedad, donde se percibe a la naturaleza como un simple objeto (Marcellesi, 2012).

Al mismo tiempo está ocurriendo, hoy por hoy, que tanto el discurso como las acciones emprendidas por el desarrollo sustentable sean cuestionadas si de manera fehaciente no han evitado el crecimiento de la desigualdad social y de la pobreza, y adicionalmente se hayan disminuido o detenido las arremetidas sobre los sistemas naturales que dañan su estructura vital (Horstink, 2012). Por lo cual se hace imprescindible abordar la EV como una disyuntiva seria para lograr alcanzar una justicia social y ambiental como se pretende con la sustentabilidad.

Asimismo, habría que mencionar que la EV contempla, en su postura formal, la conservación de los ecosistemas, la gestión de los servicios ecosistémicos y la valoración de éstos, también demarcar lindes a la mercantilización de la naturaleza por el ser humano. Lo que conllevaría a recuperar y mejorar las reservas de recursos naturales en el mundo, con lo cual se recuperaría –a la vez que se reconstruiría– la capacidad de proveer prosperidad social, económica y ecológica (Campos, 2010).

En este contexto, el Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible y el PNUMA (2014:6) aducen que la EV podrá contar con:

distintas facetas según el país y las medidas que adopte en función de sus propias prioridades nacionales y bienes naturales. Sin embargo, mediante un marco internacional de normas, mejores prácticas y agentes se puede informar y ayudar a los países en el camino que tomen. Desde este lugar, el sistema de las Naciones Unidas pretende apoyar a los países y las regiones en la transición mundial hacia una economía verde inclusiva.

Con lo que se afirma arriba, se daría pie a la continuidad de una moderna gobernanza ambiental de carácter universal, la cual se remonta a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano en 1972 (Cantú-Martínez, 2015). Por consiguiente, la EV se erigiría en el instrumento que reorientaría la economía mundial –particularmente la de mercado– para hacer realidad y efectivas las propuestas establecidas en el marco del desarrollo sustentable.

APLICACIÓN DE LA ECONOMIA VERDE

El establecimiento de una EV como un buen comienzo se sostendría en una baja utilización de hidrocarburos y el uso más razonable de los recursos naturales, todo esto en un marco de compromisos concretos por parte de las autoridades gubernamentales e iniciativa privada, esencialmente en aquellos rubros que pueden ocasionar mayores riesgos ambientales y conllevar aunadamente una reducción de los recursos naturales disponibles (Herrán, 2012).

Para conseguir esto se deben impulsar y favorecer acciones más amigables y que promuevan una mejora sustancial del medio ambiente. Entre éstas, como lo hacen saber Serrano y Martín (2011:10), encontramos las siguientes:

i. Privilegiar a los sectores más verdes mediante subvenciones o incentivos fiscales, de modo que las inversiones privadas sean dirigidas a éstos.
ii. Establecer normas que prohíban el ejercicio de determinadas prácticas o actividades dañinas con el medio ambiente.
iii. Aprobar un marco regulador para determinados instrumentos de mercado que ayuden a la conservación del medio natural, entre los que destacan los impuestos y los derechos de emisión.

Estas nuevas condiciones producirían, de manera adyacente, dividendos como la generación de empleos, el acceso a los bienes e insumos emanados de los servicios de los sistemas naturales e indudablemente reduciría la cantidad de personas que subsisten en un estado social de miseria (Herrán, 2012). Sin embargo, este proceso debe ser de manera progresiva y con una transición acompasada entre la economía marrón y la EV.

Ya que si esto es así, comprendería acciones políticas que fortalecerían las regulaciones ambientales como del sector productivo para impulsar la EV, con lo cual se estarían tratando de resarcir los errores y fallas emanados de la economía marrón, e inclusive tendrían en primera instancia un efecto un tanto negativo al status quo actual. No obstante, los dividendos y frutos fortalecerían el modelo de desarrollo humano integral dentro de la postura de desarrollo sustentable (Conte y D ́Elia, 2018).

En consonancia con lo anterior, la Organización Internacional del Trabajo, como lo comenta Ramos (2016), aduce que mediante la EV se conseguiría un progreso económico y empleo digno, afrontando los tres grandes retos globales que actualmente se enfrentan: la conservación del entorno natural, desplegar el desarrollo económico en todo el mundo y robustecer cada vez más la inclusión social.

De acuerdo con un estudio llevado a cabo por la Organización Dual Citizen, según expone ExpokNews –publicación relacionada con la responsabilidad social empresarial y la sustentabilidad–, en 2014 los primeros cinco países en avanzar en el establecimiento de una EV eran Suecia, Noruega, Costa Rica, Alemania y Dinamarca, en tanto que México ocupaba el lugar 31. Este informe detalla y expone el Índice Global de Economía Verde como forma de valoración.

CONSIDERACIONES FINALES

Sin lugar a dudas, establecer una EV es una empresa sumamente compleja dados los desafíos que existen de trasladarse desde una economía marrón. Además requiere de una comprensión muy clara por todos los sectores involucrados –tanto público como privado– donde de manera sucinta se busca abatir las emisiones de carbono, usar los recursos de la naturaleza de forma más eficiente e impulsar la inclusión social.

Para lograr lo anterior se vuelve pertinente estimular la inversión pública y privada, orientar las políticas actuales hacia la EV y reducir el número de personas en condición de pobreza. Mientras en el plano ambiental podemos citar las siguientes acciones: disminuir la deforestación, conservar y administrar adecuadamente las fuentes de abastecimiento de agua subterránea y superficial e impulsar los proyectos de generación de energía eólica y solar.

Dicho esto, también será necesario contar con marcos regulatorios extremadamente rigurosos para controlar las actividades manufactureras que dañen el ambiente, pero esencialmente abatir los subsidios económicos a los hidrocarburos para desestimular su empleo. De ahí que con esta reconfiguración en el marco de la EV se aspire a acercarnos más a la sustentabilidad de una manera relevante, más óptima y apoyada en procesos sociales y económicos ecoeficientes.

 

* Universidad Autónoma de Nuevo León.
Contacto: cantup@hotmail.com

REFERENCIAS

Barbier, E.B. (2009). A Global Green New Deal. Geneva:UNEP-DTIE.
Campos, M. (2010). Economía verde. Éxito empresarial. 151:1-4.
Cantú-Martínez, P.C. (2015). Ascenso del desarrollo sustentable. De Estocolmo a Río +20. Ciencia UANL. 18(75):33- 39.
Conte, M., y D’Elia, V. (2018). Desarrollo sostenible y concepto verdes. Revista Problemas del Desarrollo. 192(49):61-84.
Esteban, A. (2012). De la economía de las 5 i’s a la economía verde. Ecología Política. 44:10-13.
ExpokNews. (2014). Los 10 países con economías más verdes. Disponible en: https://www.expoknews.com/los-10-paises-con-economias-mas- verdes/
Herrán, C. (2012). El camino hacia una economía verde. México:Friedrich Ebert Stiftung.
Horstink, L. (2012). Es sostenible si es comercializable: la brecha democrática y ecológica en el discurso del desarrollismo verde. Ecología Política. 44:15-20.
Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible y Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. (2014). Manual de comercio y economía verde. Ginebra IISD.
Marcellesi, F. (2012). Decálogo para la gran transformación ecológica. Eco- logía Política. 44:21-25.
OCDE. (2011). Hacia el crecimiento verde. Un resumen para los diseñadores de políticas. París:OCDE.
Ramos, J. (2016) Economía verde y empleo: las potencialidades y limitaciones laborales de la transición ecológica en España. Cuadernos de Relaciones Laborales. 34(2):433-453.
Roca, J. (2012). La economía verde: términos y contenidos. Ecología Política. 44:7-9.
Serrano, A., y Martín, S. (2011). La economía verde desde una perspectiva de América Latina. Ecuador:FES-ILDIS.