Del arte a la antropología militante: una nueva forma de pensar la antropología. Reflexiones de la doctora Silvia Gómez Tagle

María Josefa Santos Corral*

CIENCIA UANL / AÑO 24, No.108, julio-agosto 2021

La doctora Silvia Gómez Tagle es maestra en Etnología, con especialización en Antropología Social, por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Tiene estudios de posgrado en Antropología Política en la Facultad de Antropología de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Asimismo, es doctora en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Su área de trabajo se ha centrado en temas relacionados con la democracia y la cultura política en diferentes niveles, que van desde las organizaciones colectivas campesinas productoras de vides en el norte de México en los años sesenta, hasta la participación ciudadana política a través de las nuevas tecnologías (Internet y redes sociales) en años recientes, con un enfoque que comienza en la microsociología y llega a la dimensión nacional y transnacional.

Desde 1973 ingresó como investigadora al Colegio de México y en 1975 participó en la fundación del Centro de Estudios Sociológicos. La doctora Gómez Tagle ha contribuido a explicar los alcances de las sucesivas reformas político-electorales y los obstáculos del régimen político para la democratización, a través de proyectos de investigación tanto básica como aplicada. Es, además, orgullosa fundadora y directora de la revista Nueva Antropología, que en 2020 cumplió 45 años de publicar artículos sobre temas y problemas de los nuevos debates antropológicos.

 

¿Cuándo descubre su vocación de investigadora?

Desde muy joven, quizá porque nací con esa inquietud, pero también por las cosas que me enseñaron mi padre y mi tío. Mi padre fue ingeniero en Química y desde muy chicas, a mis hermanas y a mí, nos enseñaba cosas en su laboratorio. Cortábamos plantas en el jardín y luego las observábamos en el microscopio y hacíamos mezclas de sustancias que desprendían olores horribles, juegos que, a los seis o siete años, me divertían mucho. También mi tío, que era historiador y escribía novelas, sabía mucho de cultura prehispánica y hablaba náhuatl. Éstas fueron mis primeras incursiones en cosas que me gustaban mucho. Para elegir Antropología como carrera de vida transcurrieron varios sucesos. Primero, me dio polio, tuve periodos de rehabilitación durante muchos años y empecé con otras actividades, pues además de asistir a la escuela, tenía que hacer ejercicio específico para rehabilitación, como natación, lo que me llevó a tener una recuperación bastante buena.

También inicié otras tareas. Lo primero que me llamó la atención fue la pintura y luego historia del arte y en eso pasé muchos años, pero nunca estudie ni la secundaria ni la preparatoria. Iba y venía de Estados Unidos, donde me hicieron tratamientos y una intervención de la espina dorsal, tenía periodos de atención que no me permitían hacer estudios regulares, mi papá y mi tío me ponían al corriente, pero no tenía el certificado que acreditara mis conocimientos.

A los 15 años, sin secundaria ni preparatoria, ingresé a la Licenciatura del Arte en la Universidad Iberoamericana (UIA), la terminé y no era mala. Hacia fotos y tuve profesores excepcionales como Mathias Goeritz, Silvia Santa María y Katy Horna, en fotografía, hice amigos interesantes y me divertía mucho, pero cuando terminé la carrera no tenía nada, había terminado una licenciatura, pero no tenía un título. Entonces me puse a estudiar la secundaria y la preparatoria con un permiso para hacerlo de forma extraordinaria, nuevamente fue mi papá el que me ayudó en este proceso, sobre todo con materias como Física y Química. Cuando terminé la licenciatura hasta había publicado dos o tres artículos en el periódico que promovieron mis profesores.

Yo ya estaba encarrilada y tenía dos vías, una era la investigación en historia del arte, y la otra la pintura y fotografía como artista. Sin embargo, decidí hacer Antropología en parte por un profesor, Felipe Pardinas, quien me acogió en la UIA con mi situación de estudios irregulares que hacía difícil el poder ingresar a otros planteles universitarios, él me apoyó. Luego la Ibero se desbarató, se fueron los grandes artistas y eso me hizo migrar a la Ibero de Zaragoza y ahí vi que me interesaba más la Antropología porque quería explicarme el mundo en el que vivía, y lo quería abordar en forma especial porque yo vivía con una singularidad grande que era caminar con muletas, que en ocasiones representaban un obstáculo.

Además, socialmente era rara, la singularidad me hizo relacionarme muy fácilmente, y con mucho gusto, con la gente del mundo del arte. En principio porque en el mundo de mis hermanas la socialización era distinta, ellas bailaban, iban a fiestas, estudiaban en una academia, estaban en un mundo muy distinto. Vi que, en el arte, donde aprendí muchas cosas, encajaba mejor, esto me abrió otros panoramas que me gustaron. Pronto entendí que yo no iba a ser como mis hermanas. La inquietud de comprenderme me llevó a la Antropología, para hallar cómo era la gente, los distintos roles que juegan. Así, me fui a Inglaterra, pero no me gustó la Antropología en Cambridge y regresé sin haber terminado el doctorado. Al poco tiempo, en 1974, Rodolfo Stavenhagen me invitó a participar en la fundación del Centro de Estudios Sociológicos (CES), en el Colegio de México (Colmex). Rodolfo había sido mi director de tesis en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde llegué después de la UIA, cuando tuve mi secundaria y preparatoria terminadas.

En esa época seguía yo con los asuntos del arte, hice una exposición y estaba entre dos mundos: el arte y la investigación. El trabajo del CES era muy bueno, tenía un buen sueldo, yo era soltera y logré independizarme. Mi corazón estaba partido entre la investigación y el arte, pero cuando me emparejé más en serio y tuvimos un hijo ya no era fácil seguir en dos pistas, así que decidí quedarme con la pura investigación por razones prácticas.

¿Qué factores influyen en la selección de sus temas de investigación? Y aquí quisiera que me contara no sólo las condicionantes académicos, sino las sociales y hasta personales que la llevan a elegir un tema.

Rodolfo (Stavenhagen) apreciaba mucho mi trabajo, me presentó con el líder de los electricistas democráticos y me ayudó a tener los contactos para hacer una investigación que era muy importante para mí, sobre el sindicato de los electricistas. Sin embargo, mi interés en la política venía de mucho más atrás, de mi primer trabajo de campo en la Huasteca, cuando era estudiante de Antropología, y tuvimos contacto con las comunidades indígenas donde me di cuenta de que su problema eran los caciques que los traían fastidiados y que estaban cobijados por una estructura política que pertenecía al PRI, partido dominante en aquel entonces.

Lo anterior, sin ser un tema de investigación propiamente dicho, eran reflexiones que circulaban en mi medio, entre los artistas, gente como Antonio Castañeda y el cineasta Felipe Cazals, quienes asistían al mismo taller de pintura que yo, y ahí me interesó el tema de la política. Por otro lado, en la Escuela de Antropología el ambiente estaba muy politizado, ahí se encontraban Luisa Pare, Erwin Stephan Otto, Javier Guerrero, los que después fundamos la revista Nueva Antropología, a lo que se suma que me tocó participar en el movimiento del 68.

Además, mi tesis de licenciatura sobre los ejidos colectivos de la Laguna era una historia política. Esa tesis la hice con Rodolfo, mi director, y con otras personas que estudiaban otros problemas en el área, como la productividad agrícola, el suministro de energía y que formábamos parte de un estudio más amplio financiado por un organismo internacional. También participé con Heberto Castillo en algo que se llamaba Consejo Ciudadano, una especie de prepartido que se comenzó a organizar en aquellos años.

Con ello, al llegar al CES, la propuesta de Stavenhagen cayó muy bien, porque era algo que ya había estado traba- jando y en lo que tenía interés. Más bien Rodolfo siempre me decía “tómalo con calma”, porque el tipo de investigación que estaba haciendo era conflictivo para los directivos del Colmex, donde no se veía con buenos ojos que los investigadores se involucraran políticamente en organizaciones que no fueran del PRI. En esa época dejé todo mi trabajo como “artista” porque no me daba tiempo. Dos años después tuve a mi segundo hijo y eso me interesaba mucho, así que me quedé sólo con la investigación.

 

¿Cómo ha sido el tránsito en sus temas de investigación?

Mi travesía por diferentes temas de investigación está cruzada por dos cosas: en principio, el que yo haya tenido ciertas limitaciones de movilidad marcó mi trayectoria. Por ejemplo, no podía participar en los trabajos de campo en la sierra. Mi investigación tenía que ser de asfalto, hasta donde llegaba mi “vocho”. Sí, mi trabajo tenía una orientación direccionada por la accesibilidad física.

Por otro lado, siempre tuve la inquietud de entender lo micro en el contexto de lo macro; de hecho, desde que estuve en Inglaterra, mi discusión con Mayer Fortes, mi tutor, era ésa. No se podían entender las tribus sin el contexto del Estado colonial en donde vivían. Ese tipo de cosas siempre me interesaron. Entender el país para explicar los problemas específicos de un grupo y establecer la vinculación entre los casos particulares y el contexto general.

Desde ahí he seguido haciendo malabares que plantean una forma distinta de analizar la realidad, tanto entre los politólogos que no se acercan a la gente, sino que la ven generalmente a través de documentos, y los antropólogos que no contextualizan al informante que tienen enfrente. No piensan en el gobierno o sociedad en la que están inmersos.

 

¿Cómo transferir conocimientos generados por los científicos sociales para enriquecer el debate político?

Lo que he hecho es participar en el debate, actuar. Siempre tuve la inquietud, desde el 68, cuando llegué más allá del marxismo ortodoxo. Estuve vinculada al movimiento y a la acción, quería intervenir, sobre todo a partir del 68, me di cuenta de lo desorientados que estábamos, éramos incapaces de hacer practicante nada. Por ejemplo, nuestras células clandestinas eran conocidas, todos sabían quienes éramos y dónde estábamos, durante años siguieron señalándonos y mandándonos correspondencia. Juegos de niños frente a un gobierno que sabía lo que hacía.

Me quedó la idea de que si teníamos que actuar debería ser desde un grupo organizado. Desde mi vida en Inglaterra, donde tuve una experiencia con la organización de los militant, donde estaban, entre otros, los trotskistas infiltrados y los exiliados del movimiento del 68. Era una organización disciplinada, con objetivos serios que tenían incidencia del partido laborista. Cuando regresé a México pensé que eso es lo que había que hacer, buscar un partido. No me asocié al comunista porque era como religioso, así que más bien participé en muchos grupos que querían fundar partidos, algunos de los cuales fracasaron.

El primero fue con Heberto Castillo, pero nunca pasó nada, luego el Partido Socialista de los Trabajadores (PCT), ahí entramos un grupo de personas como Jorge Alonso y otros y nos corrieron, porque nos pidieron que hiciéramos una crítica de los documentos del partido y como la hicimos a fondo no les gustó. Luego me acerqué al PESUM, donde estaban muchos de mis amigos. Realmente empecé a participar seriamente en partidos después del 88 con Cárdenas. Andaba entre la militancia, la investigación y la familia, lo que era muy complicado. Siempre mantuve el contacto y cuando tuve la oportunidad, sin mayor reflexión, traté de hacer cosas que al final me costaron la etiqueta de ultrarradical.

En el Colmex, por ejemplo, pensé que no era posible estudiar sindicatos y no podía quedarme callada cuando en mi institución se atropellaran de una manera tan catastrófica los derechos laborales. Logramos una convocatoria muy exitosa contra la institución y en el Colegio me odiaron por eso. Nunca me desprendí de la idea de hacer algo hasta que logré formar parte del Comité Ejecutivo del PRD, luego me fastidié y me salí cuando éste perdió la brújula. Siempre tuve ese doble quehacer, estudiar las cosas para entenderlas y estudiar para actuar, pero sólo te consideran cuando actúas, o por lo menos publicas en la prensa. Entre lo que yo escribía, sobre todo si lo lograba publicar fuera de México, y lo que estaba pasando, me empezaron a tomar en cuenta desde los años ochenta.

¿Qué supone construir y mantener durante 45 años un proyecto editorial independiente? Retos y satisfacciones de la revista Nueva Antropología en su carrera académica

La terquedad. Mira, esa revista la fundamos un grupo de arrepentidos que hicimos cosas muy fuertes en la (ENAH) donde yo participé muy irresponsablemente, aunque por un corto tiempo, me retiré a tiempo. Pedí seis meses de licencia en el Colmex para irme de directora de la escuela, nos apoyaba una célula del partido comunista, que tramposamente nunca sacó la cara. Había gente sensata, pero también extremistas, me propusieron ser directora y acepté, todavía no tenía familia. Hicimos muchos desmanes porque pretendimos hacer un cogobierno con los estudiantes, cosa que es inapropiada, pues éstos son población que va y viene y cambia muchísimo, puede plantearse un cogobierno con los profesores, pero definitivamente no con los estudiantes pues no puedes tener línea de estabilidad.

Ya después de los desmanes, Erwin Stephen Otto, Javier Guerrero, Guillermo Bonfil (en ese entonces director del Instituto de Antropología) y Arturo Warman pensamos en hacer una revista. Bonfil nos apoyó. En aquel tiempo se debatía sobre la manera de hacer Antropología, por ejemplo, había quien decía que las encuestas eran burguesas, y que no podíamos ni estudiar ni enseñar estadística porque era burguesa. Pensamos entonces que las discusiones de la revista se podrían centrar en una Antropología no tradicional, ésa que en aquel entonces consistía en describir si en los pueblos la gente come salsa roja o verde.

Así nació la revista Nueva Antropología, con el apoyo de Adrián García Valadés, mi esposo por muchos años, y quien me ayudó con la edición. A lo largo de mi participación en ella, me ha enriquecido la posibilidad de conocer lo que hacen otros fuera de mi campo de especialidad. Esto es así porque los campos de especialidad pueden volverse muy estériles. Por ejemplo, mi campo, el de los sindicatos, era bastante pobre en la discusión teórica por lo menos en México, no había reflexión sobre el mundo que estamos viviendo, que era distinto a aquél en el que se hicieron los primeros estudios de sindicato, no puedes arrastrar las premisas cuando la realidad es otra. Lo veo también con los estudios sobre democracia. Es pues muy enriquecedor tener una puerta abierta a las reflexiones de los otros. Te das cuenta de la riqueza de entender cómo construyen su investigación. Lo que nunca en mi vida me habría topado si no estuviera en la revista.

Otra satisfacción es el trato personal con los integrantes del comité editorial, sobre todo con los que más participan. Aquí hay gente maravillosa como seres humanos, pero también como investigadores que enriquecen el pensamiento, a los que tampoco hubiese conocido de no estar en la revista. Por eso para mí ha sido siempre un placer invitarlos a un convivio personal y prepararles una riquísima cena, no sólo para que trabajemos, sino para tener un espacio de convivencia, espontánea y libre. Por otro lado, con mi fama en el Colegio, ganada a partir de mi participación en la Escuela de Antropología y en el sindicato, nunca tuve un espacio, incluso fue hasta los años noventa que me dieron una plaza, a pesar de ello, me quedé ahí por razones de movilidad y por la biblioteca. Así, busqué espacios alternativos y la revista para poder interactuar con colegas. Uno de estos espacios fue el que tuve con Pablo González Casanova, con quien participé en libros sobre la democracia. Pude discutir con mucha gente y viajar en los seminarios regionales organizados en varios estados.

 

¿Qué le ha dado el Colmex a la doctora Gómez Tagle y que le ha dado usted al Colmex?

El Colegio me ha dado una infraestructura de investigación excelente: biblioteca, asesoría en cómputo, cubículo y libertad. No me dio espacio para desarrollarme institucionalmente, nunca me pidieron que fuera directora de nada. En alguna época lo resentí, pero ahora lo agradezco, porque me dio una maravillosa libertad para hacer cosas estimulantes. Por ejemplo, cuando empezó a funcionar la democracia, por lo menos en términos electorales, pensé en que debería hacer algo por el país en otro sentido, pues ya los votos estaban contados por el INE. Decidí entonces participar como fundadora del PRD y ver lo que pasaba.

En la medida en que crecía comenzó a tener muchos problemas de corrupción, de desorganización, de gente que llegaba nada más por interés y no por convicción, siempre estuve ahí en cargos honorarios que me mantenían bien informada, pero sin mayores compromisos, y decidí entrarle al juego político, donde vi no sólo la teoría del partido, también la práctica, desafortunadamente no hice diario de campo, hubiese sido un gran documento, también me di cuenta que lo que contaba era la capacidad de movilización de la gente y no tanto el trabajo o las ideas.

El Colmex es parte de eso, si no hubiera tenido la libertad no hubiese podido hacer nada, y si bien fui muy discriminada en el sentido en que no pude participar, no me dieron oportunidad de hacer nada dentro de la institución, a cambio tuve libertad y respeto por mi trabajo que ahora hasta aprecian. Yo le he dado al Colegio mi investigación, se la di al Colegio, al país o a quien le sirva, el esfuerzo honesto de mostrar la realidad, no comprometiéndome con un esquema teórico-metodológico preconcebido.

Muchas gracias doctora Gómez Tagle.

 

*Universidad Nacional Autónoma de México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx