EL DEVELAMIENTO DE LA MADRE TIERRA
Pedro César Cantú Martínez*
CIENCIA UANL / AÑO 24, No.107, mayo-junio 2021
Hoy en día, ante los acontecimientos ambientales que estamos padeciendo, debemos tomar conciencia –interpretada ésta como el apropiamiento de un conocimiento y el cambio de una actitud– ante nuestro planeta que desde tiempos muy lejanos ha sido sujeto de veneración y manifestaciones ceremoniales (Valencia, 1999). El modelo imperante ideológico de orden occidental ha intentado, desde las épocas colonialistas –hasta la actualidad–, hacer prevalecer en nosotros una identidad que dista mucho de la precepción que poseían y ostentan aún los pueblos originarios de América.
En este contexto –destaca en el presente–, se ha buscado invariablemente desestimar esta conciencia social de los pueblos originarios, a tal punto que se produce en muchos ámbitos de nuestra sociedad posmoderna un desprecio, discriminación y exclusión de tan valioso aporte social, cultural y ambiental, el cual se ha tratado con una visión de decadencia y anticuado (Cantú-Martínez, 2020). En tanto, lo que hemos apreciado es que mucho del conocimiento científico actual ha sido confiscado del pensamiento y posturas de los pueblos indígenas, en muchas ocasiones cosificándolo y tratándolo como un objeto de escudriñamiento para reinterpretarlo y generar con ello una falsa y empedernida soberbia tanto social como tecnocientífica.
En este sentido, González (2004:54) comenta indulgentemente la expresión de Hernán Cortés –al estar en tierras mesoamericanas– quien refería: “Yo he venido aquí a coger oro y no a labrar el suelo como un campesino”. Donde el mayor tesoro que Cortés obtuvo –inclusive mayor al propio oro– fue el conocimiento y la cosmovisión que los pueblos originales poseían.
Conocimiento que después fue turnado a la Iglesia –compuesta por personas ambiciosas y sin escrúpulos– para apropiarse de la sabiduría indígena y comenzar una esclavitud no de orden físico sino mental, al desposeer de todas sus creencias, percepciones y constructos holísticos de su realidad a los indígenas, malversando esto al señalar que todo lo que ellos sabían era quimérico, mientras ellos se apoderaban de este conocimiento veraz sin reservas y conferían la trasmisión de otra utopía en la cual sólo ellos poseían la comprensión del mundo mediante un monoteísmo teocéntrico de carácter dominante y de consigna, el cual Durán (2016:133) describe de forma muy clara: “La violencia de la conquista, las enfermedades y la contundencia del celo evangelizador habían acabado con cualquier vestigio de las antiguas costumbres indígenas”.
Por otra parte, si la comunidad indígena se oponía, aseveraban que morirías, no física, sino espiritualmente, aspecto que los indígenas consideraban sumamente relevante –no por este monoteísmo teocéntrico embaucador–, sino por lo que para ellos seguía significando –en espacio y tiempo– la relación de poder retornar lánguidamente con la Madre Tierra.
Por lo antes expuesto, en el presente manuscrito abordaremos la devoción a la Madre Tierra, como el surgimiento de esta estrecha relación que poseían los pueblos originales y los valores que esto concernía, y se constituían en el lazo con el cual se mantenían en armonía con la naturaleza. Finalmente abordaremos algunas consideraciones a manera de conclusión.
DEVOCIÓN Y RESPETO A LA MADRE TIERRA
Entre los pueblos mesoamericanos han subsistido distintas formas de relacionarse con la Madre Tierra, en estas relaciones se percibe siempre el mundo de una manera interdependiente, complementaria y holística. La cultura maya exterioriza esto de manera sucinta al indicar lo que representa la Madre Tierra –Akna– para ellos:
Nosotros, el Pueblo Maya, con nuestra cosmogónica manera de percibir, de ser y de vivir, somos milenarias hermanas y milenarios hermanos de las flores, de los pinos, de las aves, de los reptiles, de las codornices y de toda la diminuta e inmensa flora y fauna que la Madre Tierra ha dado a luz en su millonaria existencia, como fruto, a su vez, de la incesante vibración de la totalidad del Cosmos (Cochoy, Yac, Yaxón Tzapinel, et al, 2006:17).
En tanto, el pueblo aymara –cultura precolombina–, estudiado desde su relación con la civilización incaica, como comenta Valencia (1999:26), contenía una profunda dependencia con la Madre Tierra –Abya Yala– al señalar:
De ahí que su cosmovisión tenga sus fundamentos en la experiencia del universo como una totalidad orgánica, donde todos los componentes están en relación mutua y en armonía, donde nada es aislado. Allí el dar y el recibir –característica fundamental de la reciprocidad aymara– se extiende más allá de las relaciones humanas, alcanzando todos los elementos del universo: el hombre, la tierra, los animales y toda la naturaleza. Por ello, mantener el equilibrio, dentro y entre los grandes y pequeños componentes de su universo, es fundamental.
Mientras la cultura mapuche precisa que la Madre Tierra –Ñuque Mapu– les proporciona una identidad como pueblo, y este “principio cosmológico se organiza en la Ñuque Mapu en su dimensión espacial, temporal, cultural e histórica” (Gavilán, 2012:23); observándose así ellos como descendencia de la madre naturaleza, la cual les otorga un contexto social, espacial y temporal en la que se relacionan estrechamente con la Madre Tierra, y les confiere adicionalmente una civilidad, tradiciones y una conexión de carácter identitario que distingue a su comunidad.
Por lo que respecta a la cultura quechua, su posición frente a la Madre Tierra –Pachamama– es altamente vinculante –como comenta Las Heras (2017, p. 64), al reconocerla como “la Santa Tierra, la madre de todos y de todo. Pachamama es siempre un ser femenino; es una deidad buena y benevolente; de ella ha nacido todo: hombres, animales y plantas; ella protege todo y especialmente a los hombres”; Di Salvia, 2013:107–; comenta, además, que esta configuración femenina se debía “a la visión que se tenía de este numen como entidad dispensadora de los productos alimenticios y, por tanto, sustentadora de todo ser viviente, de manera análoga a como lo haría toda madre con sus hijos”. Esto es, la admiración conferida a la Pachamama no sólo se manifestaba en actos ceremoniales otorgando dádivas, sino que en su compleja cosmovisión mostraba la adoración a todo el entorno natural.
LOS VALORES DE LA MADRE TIERRA
En su vital vínculo con la Madre Tierra, los pueblos originarios ostentan explicaciones sumamente importantes –que expresan una sabiduría milenaria– sobre los acontecimientos y dinámicas que yacen en su entorno natural, que de acuerdo con Acuña et al. (2015:128), es emanado de que la Madre Tierra se les muestra como “un libro abierto, el cual encierra en sus páginas los secretos que son necesarios conocer para tener una convivencia armónica con ella”.
Lo anterior puede quedar ejemplificado en la carta que el jefe Seattle mandó al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, en 1855, tras recibir la misiva de que el gobierno de Pierce deseaba comprarle los territorios que hoy en día constituyen Washington. En esta comunicación, el jefe Seattle le hacía ver cómo la cultura de su pueblo –Suwamish– se relacionaba y valoraba el entorno natural, al respecto suscribimos los párrafos 4 y 5 de este portentoso documento:
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas.
Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Con lo antes mencionado, al hacer una reflexión, podemos observar que en la actualidad nuestra sociedad moderna y postmoderna es el último eslabón de una cadena social que se ha desvinculado de la Madre Tierra, en este tenor, Ralph W. Emerson (1904:10), filósofo y escritor, en su obra denominada Naturaleza seguido de varios discursos, hace mención a lo siguiente:
La Naturaleza, cuando sirve al hombre, no es sólo el material, sino el proceso y el resultado. Todas las partes trabajan incesantemente, unas en unión de otras, para el provecho del hombre. El viento siembra la semilla; el sol evapora el mar; el viento arrastra el vapor al campo; el hielo, por un extremo del planeta, condensa la lluvia en el extremo opuesto; la lluvia nutre a la planta; la planta nutre al animal; y así las interminables circulaciones de la Divina Caridad alimentan al hombre.
En cambio, nosotros nos hemos alejado de la Madre Tierra, ya que no comprendemos su lenguaje y formas de expresión que surgen del trinar de las aves, del aullido de los lobos, del rugido de los leones, del sonido relajante de un río, de los sonidos silbantes del viento, del crujir de las hojas de un árbol cuando el viento sopla, del cambio de las estaciones del año, entre otras manifestaciones.
En contraste, todos los seres y componentes de la naturaleza nos rehúyen con temor, producto de que nuestra sociedad moderna y posmoderna liquida la fauna y derriba la flora silvestre sin ninguna consideración. Si cavilamos, esta postura occidental obedece a los acontecimientos que se suscitaron en los siglos XVI y XVII, temporalidad en la que tuvo su génesis la denominada Revolución científica, cuya característica que descuella es que muchos de los académicos y científicos de ese lapso asumieron el posicionamiento judeocristiano de tratar a la Madre Tierra como un objeto a disposición del ser humano, donde la Iglesia católica tuvo mucha responsabilidad (Mestre, 2011).
Así cabría preguntarnos ¿quiénes son los salvajes e irracionales? ¿Qué sensación nos deja el haber perdido la identidad, la pertinencia y la espiritualidad frente a la Madre Tierra? ¿Qué opinión merece la injerencia de los sistemas religiosos a lo largo de la historia, los cuales han hecho alarde por desvalorizar el conocimiento y la vinculación de los pueblos originaros con la Madre Tierra?
CONSIDERACIONES FINALES
Al adentrarnos en los contextos identitarios en los que se centraban los pueblos originales de América, podemos entrever los códigos, el simbolismo y las pautas de orden cultural respecto a sus identidades y con ello podemos apreciar un antes y un después de la irrupción de la cultura occidental que conllevó el exterminio de las miradas historiográficas en derredor de la Madre Tierra. Ya que con esta actuación la cultura occidental ha establecido una forma de relacionarse con la Madre Tierra, en la que la huella radica prácticamente en una reducción y desplazamiento de los saberes de los pueblos subyugados.
Esta incursión cultural de orden occidental desestima las cosmovisiones de las distintas culturas mesoamericanas con respecto a la Madre Tierra, al punto que cuando hoy nos referimos a ellas desde un contexto cultural o social, las hemos desautorizado llamándolas ritos, supersticiones, cultos, costumbres, entre otros rubros nominales. En cambio, todos los posicionamientos occidentales que emergen por las posturas culturales, han sido denominados por ellos mismos como filosofías de vida, las cuales han tratado de extender hegemónicamente ignorando los principios, valores e ideas que rigieron y aún reinan en los descendientes de los pueblos originales de Mesoamérica, y que supeditan una cosmología de vida y una expresión de ideas como actitudes simétricas frente a la Madre Tierra.
* Universidad Autónoma de Nuevo León.
Contacto: cantup@hotmail.com
Referencias
Acuña, I.T., Moncayo, F.H.O., Chávez, F.A.M., et al. (2015). De la conservación del suelo al cuidado de la tierra: una propuesta ético-afectiva del uso del suelo. Ambiente & Sociedade. 18(3):121-136.
Cantú-Martínez, P.C. (2020). Escenarios de los pueblos indígenas frente al cambio climático. México:Universidad Autónoma de Nuevo León.
Cochoy, M.F., Yac, P.C., Yaxón, I., et al. (2006). Raxalaj Mayab’ K’aslemalil. Cosmovisión maya, plenitud de la vida. Guatemala:PNUD Guatemala.
Di Salvia, D. (2013). La Pachamama en la época incaica y posincaica: una visión andina a partir de las crónicas peruanas coloniales (siglos XVI y XVII). Revista Española de Antropología Americana. 43(1):89-110.
Durán, N. (2016). La evangelización de Mesoamérica en el siglo XVI: una aproximación crítica. Historia y Grafía. 24(47):115-143.
Emerson, R.W. (1904). La naturaleza. Seguido de varios ensayos. Madrid:La España Moderna.
Gavilán, V.M. (2012). El pensamiento en espiral. El paradigma de los pueblos indígenas. Santiago: Ñuke Mapuförlaget.
González, S. (2004). Mirando a la Pachamama: globalización y territorio en el Tarapacá andino. Revista de Geografía Norte Grande. 31:53-62.
Las Heras, A. (2017). Descripción y análisis de los rituales actuales a la Pachamama realizadas por el pueblo quechua. Revista Borromeo. 8:62-70.
Mestre, A.C. (2011). El culto a la Madre Tierra: mujer, naturaleza y espiritualidad. (Tesis de Licenciatura). Gandía, España:Universidad Politécnica de Valencia.
Seattle, J. (1855). Carta del jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos. Disponible en: https://tinyurl.com/y4kw6wcq
Valencia, N. (1999). La Pachamama: revelación del dios creador. Quito: Ediciones Abya-Yala.