El cuidado del ambiente desde una perspectiva holística: el enfoque de la doctora Leticia Durand Smith

María Josefa Santos*

CIENCIA UANL / AÑO 27, No.126, julio-agosto 2024

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La doctora Leticia Durand Smith es licenciada y maestra en Biología por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y tiene un doctorado en Antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución. Ha desarrollado investigación en áreas protegidas de Los Tuxtlas (Veracruz), en la Sierra de Huautla (Morelos) y en la Selva Lacandona (Chiapas), sobre temas vinculados a la ecología política de la conservación. Actualmente desarrolla un proyecto ligado a las vertientes posthumanistas de la ecología política y la etnografía multiespecie, explorando la noción de agencia vegetal en torno al recale masivo de sargazo en el Caribe mexicano.

Además de su labor académica, donde ha publicado numerosos artículos, capítulos del libro y un libro, ha sido asesora en programas de Biología en la Secretaría de Educación Pública y colaboradora de la Conabio. Desde 2004 es investigadora del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM.

¿Cuándo y cómo descubre la doctora Durand su vocación por la investigación?

Bueno, yo creo que mi vocación se encuentra vinculada a la historia de mis padres. Los dos son sociólogos y dedicaron su vida a la investigación. Desde chica siempre los vi leer y escribir, ellos platicaban de sus seminarios, de sus clases, de sus libros. Digamos que la investigación fue cercana a mí desde pequeña. Después, cuando empecé a hacer mi licenciatura en Biología, en la Facultad de Ciencias en 1986, me tocó una época en la que la disciplina de la ecología se estaba consolidando e institucionalizando en México. Se fundó, por ejemplo, el Centro de Ecología, todavía no era Instituto, en el que había muchos investigadores e investigadoras jóvenes, lo mismo ocurría en la Facultad de Ciencias. Todos eran muy entusiastas y comprometidos con su trabajo, algunos nos daban clases, a mí me parecía muy interesante, me encantaba lo que hacían, las largas temporadas de campo, en las que tenía que transformar las observaciones en datos, luego en gráficas y análisis, posteriormente reflexionar sobre cómo a partir de ellas podríamos entenderlo que sucedía en el sistema o lo que hacían los animales.

Después hice mi servicio social en el Herbario del Instituto de Biología, que también era un lugar maravilloso, una colección gigante de plantas. Resultaba muy impresionante observar todas las que se encontraban ahí, cómo se preparaban y se guardaban, la información que se tenía en cada uno de los ejemplares, los lugares de donde provenían, etcétera.

Esos años en la licenciatura fueron muy emocionantes y pronto me di cuenta de que no había mejor plan que poder hacer eso toda la vida, esa posibilidad de dedicarse a estudiar, a leer y a entender que nos da la investigación, en Biología y en Antropología, además de conocer sitios nuevos, viajar, fue especial, me gustaba mucho. Así me acerqué y tuve la gran fortuna de poder quedarme ahí y continuar en ello.

¿Qué la lleva a elegir el tema de conservación del ambiente

Creo que no fue una decisión muy consciente, más bien fue un camino que se fue abriendo poco a poco. Terminé mi licenciatura más o menos en 1992, en ese año se realizó la gran cumbre de la tierra en Río de Janeiro, y fue el auge de la idea de desarrollo sustentable. Estábamos alrededor de la nueva noción que era la biodiversidad, buscando la manera de fomentar la protección de los ecosistemas, de los genes, de las especies. La discusión, el interés, estaban ahí. Al mismo tiempo, durante mis años en la facultad y en las prácticas de campo, conocí lugares hermosos de México, la costa del Pacífico, la Isla Isabel en Nayarit, los bosques de Molango en Hidalgo, la selva de los Tuxtlas en Veracruz; de alguna manera comenzó a ser difícil pensar que todo eso pudiera, en algún momento, desaparecer. Simultáneamente existía una discusión acerca de las consecuencias de los grandes proyectos de desarrollo y de modernización en México: el Plan Chontalpa, la Revolución Verde y los efectos a los ecosistemas que estos proyectos habían tenido.

Coincidió, además, que era el sexenio de Ernesto Zedillo cuando se fortaleció la construcción del andamiaje institucional para la gestión ambiental, hubo este gran impulso a las áreas protegidas. Así, éstas y la conservación parecían, en general, una buena solución a los problemas ambientales, algo que teníamos que hacer, pero al mismo tiempo había un montón de derivaciones muy complejas en las comunidades que ahí vivían y que eran impactadas al decretar su territorio área protegida.

Me parecía bien indagar sobre la tensión entre el discurso global que la presenta como algo deseable, coherente, adecuado, y al mismo tiempo las dinámicas locales, donde las áreas protegidas y las restricciones en torno al uso de los recursos trastocan la vida de las personas, sus costumbres, sus formas de producción. Con ello en mente, durante mis estudios de doctorado empecé a trabajar en los Tuxtlas, tratando de entender justo eso, la manera en que los habitantes locales comprenden y experimentan las políticas de conservación, cómo narran la degradación o la transformación del entorno, cómo lidian con eso. Así empecé mi actividad.

¿Cuándo se da cuenta que al abordar los asuntos de la conservación, además de la formación biológica necesita una en Ciencias Sociales?

Entre la licenciatura y el doctorado laboré algunos años en la Conabio. Llegué a colaborar con el primer estudio que publicó la Comisión sobre el país: un análisis del estado de la biodiversidad en México. Eso fue superinteresante, era la primera vez que se hacía ese tipo de trabajo en nuestro país y éramos un buen equipo. Lo que me sorprendió en la Comisión, bajo mi formación en Biología, era nuestro discurso de biólogos, en el que se hablaba demasiado de las especies, los ecosistemas, la importancia de preservar sin ver las consecuencias negativas para alguien, o que hubiera otras formas más allá de las que venían de la práctica hegemónica.

En el trabajo de campo que realicé durante la licenciatura en la Isla Isabel, en las costas de Nayarit, me di cuenta de eso. Ahí los biólogos trabajábamos con las aves marinas, pero había pescadores que vivían en la isla y con quienes interactuábamos, sin embargo en nuestros artículos no figuraban. No sabíamos lo que hacían, sus problemas, lo que experimentaban, es decir, esas comunidades no representaban un tema para los biólogos o la conservación, desde la perspectiva biológica eran otras las preocupaciones. De manera que cuando llegué a la Conabio y empezamos a hacer el análisis de la biodiversidad, me va quedando claro que las comunidades no pueden dejarse de lado, sino que todo está mezclado, que no podemos hablar de biodiversidad, de defensa, si no consideramos a las personas que habitan esos espacios; que la conservación tiene sus costos. Ahí fue que decidí hacer mi doctorado en Antropología y también fui feliz.

Desde la perspectiva multidisciplinaria que le permite hacer un análisis internalista de la conservación, pero, además, contextualizar el papel de las sociedades en ésta, ¿cuál considera que es su principal aporte a los estudios de cuidado del ambiente?

Creo que mi aportación ha sido justamente eso: analizar que puede ser una práctica valiosa y loable, pero al mismo tiempo es una acción, son políticas que producen desencuentros, conflictos, disputas, conectadas con los diferentes modos en que nosotros observamos y comprendemos el entorno, o lo que llamamos naturaleza. También sobre cómo queremos encausar nuestra relación con todo aquello que nos rodea. Tal vez el aporte ha sido sugerir que dentro del ámbito de la conservación no podemos hablar sólo de una naturaleza, sino de muchos procedimientos para construir la realidad material que nos rodea, de dónde provienen esas tensiones, es decir, del encuentro de las diferentes concepciones de lo natural y nuestra forma de vincularnos y de actuar en función de ello. Tal vez mi aportación ha sido sugerir la posibilidad de proyectarla como una práctica y un discurso o una narrativa.

¿Cómo incide el asunto del poder en la protección del ambiente?

Si nosotros imaginamos el cuidado de la biodiversidad como un discurso, inevitablemente nos damos cuenta de que hay ideologías que predominan sobre otras, algunas visiones son sometidas o invisibilizadas, mientras otras gozan de toda la legitimidad. La explicación a esta dinámica es justamente el poder o el control de unos sobre las acciones, los escenarios o las ideas de otros. Muchos autores sugieren que la verdad, lo que consideramos cierto o verdadero, es un producto de las relaciones de poder. Eso lo vemos claramente en la preservación. Hay tantas maneras de entender qué es la naturaleza. Hemos transitado, por ejemplo, de hablar de espacios naturales o salvajes, a hablar de la biodiversidad, del capital natural y ahora abordamos lo no humano o lo más que humano, cada una de esas nociones guarda visiones particulares del mundo, intereses, sugieren modos de vincularnos, de relacionarnos con otros, proponen acciones, maneras concretas de actuar.

En México sucede, tenemos muchas formas de entender la naturaleza y la conservación, por ejemplo, entre los propios científicos y las personas que la hacen desde las ONG, las visiones son variadas y tal vez lo más complicado es manejar la tendencia de pensar que hay sólo una opción útil, verdadera, porque anula la posibilidad de diálogo; en ese sentido, se niega la existencia de ese otro que ve distintas las cosas. Pienso que la preservación no puede ser efectiva sólo en términos ambientales o ecológicos, tiene que ser justa, eso supone una visión de justicia, que no sólo se relaciona con la redistribución, sino con el reconocimiento de otras visiones y su valor. Es por eso que la defensa de la biodiversidad y el poder, aunque los biólogos tal vez no lo vemos tan claramente, están tan vinculados y la ecología política nos lo explica muy bien.

 

¿Qué acciones considera usted son las que más incidirían en el cuidado del ambiente?

La verdad es que hace ya algún tiempo que no estoy vinculada con la investigación sobre áreas protegidas y las políticas de protección, pero sí creo que la idea de incorporar la noción de justicia es importante, es decir, las políticas no pueden sólo asentarse en datos ecológicos o geográficos, tienen que incorporar, además, las preocupaciones alrededor de la justicia, el reconocimiento de la identidad del otro, la representación política de los involucrados. Creo que eso está vigente todavía, es algo que debe incorporarse al diseño y a la práctica de la conservación en México.

Ahora estoy más interesada en otro componente, vinculado a la ética, a la posibilidad de la existencia potencial de todos los seres, no sólo de los humanos. Considero que ante toda la destrucción y la devastación que nos toca vivir, se debe profundizar en las ideas de la conservación; preguntarnos no sólo qué preservar, sino cómo tenemos que ser nosotros los humanos al situarnos o resituarnos en el mundo. Creo que hay que preguntarnos qué significa ser humano y cómo podemos reconstruir o relaborar nuestros vínculos con los demás seres.

¿Qué le ha dado la UNAM a la doctora Durand y usted qué considera que le ha dado a la Universidad?

Decir que la UNAM me ha dado todo es decir poco; ahí estudié, me formé y encontré un gran trabajo. He conocido colegas entrañables y he hecho amigos para toda la vida. La UNAM ha sido un maravilloso espacio de reflexión y crecimiento.

¿Y sobre qué le he dado a la UNAM? No estoy tan segura, quiero creer que lo que he ofrecido en estos años es una labor comprometida y cuidadosa. Espero haber retribuido o retribuir lo que he recibido a través de mis clases, de los proyectos que dirijo con mis estudiantes, de la labor que tenemos en los órganos colegiados. Siempre con la intención de hacerlo responsablemente y también siendo amable. Yo creo que en estos tiempos ser amable siempre y con cada uno es algo muy importante y bueno, eso es lo que intento todos los días.

 

*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
Contacto: mjsantos@sociales.unam.mx