La Hacienda de Guadalupe, desde los Jesuitas hasta la UANL (1667 – 2016)

Virginia Guadalupe Cuéllar Treviño*, Gabriel Chávez Cabello*

CIENCIA UANL / AÑO 19, No. 82, NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2016

Haremos un breve recorrido histórico sobre la Hacienda de Guadalupe, hoy orgullosamente las instalaciones de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad Autónoma de Nuevo León, nuestra alma máter.

Llegó a la Nueva España un rico minero español, el capitán don Alonso de Villaseca, quien mandó construir esta hermosa pieza arquitectónica de paredes de sillar, techos de terrado y columnas abultadas (figura 1). El escenario colonial del siglo XVII fue testigo fiel de la edificación de la Hacienda y de su fundación en 1667. Su nombre hace honor a la devoción que ya se guardaba por la Virgen de Guadalupe.

Figura 1. Fachada actual de la Hacienda de Guadalupe y su atrio en el lado izquierdo.

A mediados del siglo XVII se vivían tiempos difíciles por estas tierras, por un lado se encontraban los indígenas Chichimecas, nativos de la región, y por el otro los españoles y sus mayordomos. En vista de que los Chichimecas se encontraban resentidos por los malos tratos de los españoles, don Alonso de Villaseca llegó a la conclusión de que la única forma de tranquilizar el espíritu enardecido de los naturales era mediante la catequesis o evangelización, por lo que pasando algunos años, donó la Hacienda de Guadalupe a los jesuitas que provenían de Querétaro, con la finalidad de que convirtieran al cristianismo a los indios alzados de la región, para poder llevar una convivencia pacífica.

Así, la Hacienda de Guadalupe pasaría a ser el centro de evangelización de la cofradía jesuita, quienes habían llegado a la Nueva España desde fines del siglo XVI. Para 1626 las tareas evangelizadoras del Colegio de Jesús de Querétaro se habían extendido por todo el altiplano y alcanzaban ya los llanos del sur del Nuevo Reino de León. Cabe destacar que en este trabajo se especula el tiempo en el que la capilla fue construida, probablemente no fue hasta que la Hacienda fue donada a los jesuitas, ya que ésta no está integrada al patio de paredes de sillar que rodea al casco principal; posibe lalemente la capilla, así como el acueducto que impulsaba el trapiche del antiguo molino localizado a 900 m d Hacienda son obras arquitectónicas desarrolladas por los jesuitas, después de ocupar y tener ellos el control de la Hacienda de Guadalupe a finales del siglo XVII.

Los jesuitas, también conocidos como la Compañía de Jesús, es una orden religiosa fundada en 1534, en Roma, por Ignacio de Loyola, con el propósito de detener el avance del movimiento protestante iniciado por Martín Lutero. Sus fines fueron los de prestar un servicio permanente para el sostenimiento y difusión de la fe cristiana. Se distinguían de otras órdenes por prepararse intelectualmente a través de estudios teológicos, de idiomas y humanísticos en general, con prácticas en distintos ámbitos comunitarios utilizando la educación como medio evangelizador. Tenían a su vez grandes conocimientos arquitectónicos.

Se ha documentado que los jesuitas estuvieron en la región entre 1642 y 1767. Alrededor de 100 años, la congregación de los jesuitas habitó la Hacienda de Guadalupe con el propósito de evangelizar a los indígenas de la región, las majestuosas paredes de sillar de la Hacienda fueron testigos de cientos de novenarios en devoción a San Ignacio de Loyola, mismos que concluían el 31 de julio de cada año.

En 1684, tiempo en el que gobierna el marqués de Aguayo el Nuevo Reino de León, la Hacienda de Guadalupe controlaba la explotación de lana, ubicándose el centro de trasquila de ovejas en La Petaca, entre la cabecera municipal y el casco de la Hacienda. En La Petaca se realizaba el novenario en honor de San Ignacio de Loyola los días previos al 31 de julio. Es muy conocido que don Alonso de Villaseca, quien privilegió la protección a los jesuitas, trajo una réplica del Cristo de Ávila a Linares, al cual se le rinde culto en el novenario que, todavía trescientos años después, se realiza en la colonia Villaseca de la ciudad de Linares, de ahí el origen de las fiestas de Villaseca (Leal Ríos, 2012).

EL ACUEDUCTO

Se ha propuesto que los jesuitas construyeron el acueducto colonial que se encuentra 900 m hacia el SE del casco de la Hacienda (figura 2). Este acueducto se alimentaba de un canal en su parte sur y descargaba sobre una rueda hidráulica que impulsaba las poleas que formaban el corazón de un molino de caña. Se estima que, al igual que el acueducto de la Ciudad de Querétaro, éste fue construido entre 1720 y 1740, con el objetivo de impulsar la economía de la región y satisfacer las necesidades alimenticias de una población creciente durante el primer cuarto del siglo XVIII.

Figura 2. Sector de la arcada del acueducto colonial construido por jesuitas a principios del siglo XVIII.

El acueducto puede ser dividido en dos sectores: el inicial que está compuesto de un muro de mampostería de 126 m de longitud por 1.45 m de ancho, inicia desde el nivel del suelo en el sur y termina donde empieza el primer arco tipo Tudor de 1.95 m de alto por 1.85 m de ancho. La altura del muro hasta la base de la atarjea en el punto central del primer arco es de 3.16 m. A partir del primer arco, de las dimensiones citadas, inicia la segunda parte arcada del acueducto, ésta se compone de 33 arcos tipo Tudor (figuras 2 y 3) que continúan y sostienen la atarjea o canal en su parte superior.

Figura 3. Arcos tipo Tudor del sector arcado del acueducto de la Hacienda
de Guadalupe.

La longitud del sector arcado es de 91 m, sumando las dos partes del acueducto se alcanza una longitud total de 217 metros del inicio hasta donde la atarjea se empotra con la caja que contenía a la rueda hidráulica; en este punto, la base de la atarjea se eleva seis metros de altura sobre la superficie del suelo. La caja de roca arenisca que contenía a la rueda hidráulica tiene una dimensión de 12.75 m de largo por 5.40 m de ancho por 6 m de altura (figura 4).

Figura 4. Plano actual a escala de la caja de roca que contenía a la rueda hidráulica
que impulsaba el trapiche de la Hacienda
de Guadalupe.

El acueducto inicia a ras de piso en el sur en las coordenadas: latitud Norte: 24°53’29.70’’ con -99°27’34.57’’ de longitud Oeste, donde la atarjea ademada estuvo conectada a un canal que drenaba desde el cauce del río Pablillo, aguas arriba de la propia Hacienda de Guadalupe. Conforme desciende el nivel del terreno, la atarjea es soportada por una arcada hasta llegar al remate, localizado en las coordenadas de latitud Norte: 24°53’36.70’’ con -99°27’34.30’’ de longitud Oeste, donde se ubicaba una rueda motriz o hidráulica que, al girar, impulsada por la fuerza del agua, hacía girar una polea que activaba al molino de caña.

Aunque el remate del acueducto se encuentra alejado del casco de la Hacienda de Guadalupe, es imposible no vincularlo a su historia, se cree que por la ingeniería y estilo, este fue construido por los jesuitas. Se interpreta que los 33 arcos estilo tudor que constituyen el acueducto son simbólicos dentro de la cultura cristiana, ya que corresponden a la edad de Cristo o a los 33 años que David gobernó en el reino de Israel.

Durante el desarrollo de esta investigación, se recolectaron restos de moldes de barro que fueron utilizados para hacer piloncillos, los cuales tienen las iniciales HG invertidas al fondo, de tal manera, que al desmoldar dieran fiel reflejo de su procedencia de la “Hacienda de Guadalupe” (figura 5).

Figura 5. Restos de moldes de barro recolectados en los alrededores del acueducto.

El acueducto cuenta con restos de lo que se cree fue el soporte de una rueda motriz que al girar generaba el movimiento de poleas y ejes de un antiguo molino, soportado por muretes que debieron ser parte de la estructura del trapiche, lo que se dedujo porque en una de las paredes de esta caja de muros de piedra hay rastros de un rozamiento en forma circular. Con base en las dimensiones del cajón que contenía la rueda del molino y la curvatura de las marcas de fricción de la rueda en las paredes del cajón de roca, se estima en este trabajo que debió tener un diámetro de aproximadamente 6 m, semejante a la rueda hidráulica del trapiche de Guarenas, Venezuela (figura 6).

Figura 6. Rueda hidráulica del Trapiche de Guarenas, Venezuela.

El agua que llegaba a través del canal movía la rueda que a su vez activaba un mecanismo de poleas que ponía en funcionamiento el molino. En la parte superior hay una especie de cajón, que era la atarjea, construida con ladrillo y recubierta con mezcla de calarena (bruñido) por donde corría el agua, hoy en día sólo quedan algunos fragmentos de ese conducto (figura 7). El paso del tiempo ha hecho mella en la construcción, posibles saqueos y la falta de un programa de protección, ponen en riesgo la conservación de éste.

La Hacienda de Guadalupe, fundada en 1667, antecede a la fecha de fundación del municipio de Linares en 1712, el cual fue uno de los primeros productores de caña de azúcar en el noreste de México durante los siglos XVIII y XIX, este hecho sustenta que el acueducto fue una obra que impulsó el crecimiento económico de la región y que, muy probablemente, fue construido durante el tiempo en que los jesuitas ocuparon la Hacienda de Guadalupe a finales del siglo XVII y el tercer cuarto del siglo XVIII.

Figura 7. Vista actual de la atarjea de 217 m de longitud del acueducto. Nótese que en el sector de la arcada las paredes de la atarjea han sido totalmente destruidas.

LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

Al coronarse Carlos III como rey de España, en 1767, ordenó la expulsión de los jesuitas en los diferentes lugares donde se encontraban predicando. Carlos III era muy liberal, anticlerical y quería terminar con la influencia y poder de los jesuitas en su reino; además, controló la inquisición y dio validez a su alianza de familia con Francia, considerada liberal y anticlerical. De esta manera, los jesuitas tuvieron que abandonar la Nueva España, y por ende la Hacienda de Guadalupe, saliendo definitivamente de la Nueva España en 1772.

Entre las importantes inversiones que poseían los jesuitas en el valle de Linares se encontraban la Hacienda de Guadalupe y la Hacienda de la Barranca, que sobrepasan los límites del Nuevo Reino de León hacia el Nuevo Reino de Santander.

Una vez expulsados los jesuitas, la construcción quedó en manos de la familia Urquijo. Durante este tiempo, don Luis Urquijo contrató muchos trabajadores para la siembra de maíz y frijol que crecieron en sus fértiles tierras regadas por el caudal del río Pablillo. Tocó a don Domingo de Rábago Gutiérrez, conde de Rábago, por órdenes del virrey, subastar las tierras. A principios del siglo XIX la Hacienda fue adquirida y administrada por un rico hacendado español llamado don Inocente Mateo de la Parra, quien impulsó nuevamente las actividades agrícolas y ganaderas en la región.

Unos años más tarde, don Inocente de la Parra heredó la Hacienda a su hija, Margarita de la Parra. Más tarde, en 1889, la Hacienda de Guadalupe fue vendida a un fideicomiso norteamericano llamado The Guadalupe Sindicate Limited y, posteriormente, adquirida en 1902 por don Remigio Rojo y su hija Elvira (Rodríguez Benítez, 2015).

Elvira Rojo contrajo matrimonio con el marqués don Luis Aguayo, procreando de esta unión a cinco hijos: Elvira, Delfino, María Luisa, Ángel y Remigio Aguayo Rojo, haciendo honor a su generoso padre. En 1910, cuando el movimiento de la Revolución en México apenas iniciaba, el marqués don Luis Aguayo y su esposa, doña Elvira Rojo de Aguayo, cedieron el control de la Hacienda a sangre nueva, heredando el majestuoso inmueble al menor de sus hijos, Remigio Aguayo Rojo.

En 1919, el movimiento revolucionario pasa por Linares y la Hacienda de Guadalupe es escenario de una revuelta entre bandos contrarios, según la tradición oral, los carrancistas utilizaron la casa grande para subir los cañones hasta la azotea y desde ese lugar bombardear a los villistas que se encontraban apostados en la Loma del Arenoso. Hubo demasiadas pérdidas humanas, y los deudos no encontraban dónde congregarse a orar por el alma de sus difuntos, ya que la capilla de la Hacienda de Guadalupe fue cerrada porque se pensó que los sacerdotes habían tenido intervención en la rebelión.

En 1925 se instaló el comité municipal dependiente de la Comisión Nacional Agraria para dar respuesta a los reclamos de los campesinos que, motivados por el espíritu revolucionario, reclamaban la dotación de tierras que estaban en manos de los hacendados. En 1935, diez años después de instalarse la Comisión Agraria, don Remigio Aguayo Rojo perdió gran parte de sus tierras gracias a la Ley Agraria, quedándose solamente con 245 hectáreas; en ese entonces los dominios alcanzaban la imponente superficie de 31,000 hectáreas. Además, la Hacienda sufre un embargo económico por 12 mil pesos, problema que no se puede resolver por su administrador de entonces, el Sr. Pedro Garza Ríos, por ser hacendado, tomándose la atinada decisión de nombrar al don Miguel Cabrieles Núñez para desempeñar el cargo de administrador y así lograr sacar la requisición en dos años (Beraza-Cardona, 2016).

Después de estos tropiezos, regresa la calma a las tierras de don Remigio Aguayo Rojo, la Hacienda sigue siendo próspera en la agricultura y ganadería, siendo el cultivo de caña, maíz y frijol, así como la cría de ganado el motor de la economía en la región. Se reabrieron las puertas de la capilla y los fieles lugareños pudieron festejar con rosarios, jolgorios, juegos pirotécnicos, alabanzas y bastos banquetes a la Virgen de Guadalupe, todo esto financiado por el patrón don Remigio Aguayo Rojo.

En 1942, en noviembre, don Remigio Aguayo Rojo vende sus 245 hectáreas restantes al Sr. Pablo Bush, por temor de perderlas por el agrarismo. El Sr. Bush puso como administrador de sus propiedades al Lic. Jesús Ramal Garza; durante este tiempo, la Hacienda retomó un auge agrícola y ganadero. Posteriormente, el Sr. Pablo Bush rentó la Hacienda al Sr. Ismael Cantú, quien la convierte en una importante lechería, transformando los establos y corrales en procesadora de leche, comprando la mayor cantidad de la leche producida en la región para elaborar quesos y demás productos lácteos. Años más tarde, al terminar el contrato de renta, don Pablo Bush decide convertir el edificio en una empacadora de naranja, que representó la bonanza de la región por algunos años hasta que empezó a escasear la fruta.

En 1952, el Sr. Pablo Bush vendió la Hacienda de Guadalupe al Sr. Lainer, un terrateniente norteamericano cuyos bienes administró el Sr. Guadalupe Guerra, nativo de Linares, quien logró cubrir de verde los campos de la Hacienda con el cultivo de maíz y forrajes, volviendo la Hacienda a su naturaleza agrícola.

En 1955 la propiedad fue adquirida por el Sr. Daniel Carter, también de origen extranjero, y administrada por el Sr. Benjamín Tsuart. En 1976, la voz de los ejidatarios de la región volvió a hacer eco y el gobierno mexicano le quitó 240 hectáreas de tierra al Sr. Carter, dejándole únicamente cinco hectáreas, las del casco de la Hacienda. Después de este hecho, la Hacienda quedó descabezada, ya que, según testimonios orales, nadie se hizo cargo del inmueble y empezó a mostrar signos de deterioro en sus paredes de sillar, techo de terrado, vigas y hasta en la capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe (figura 8). Los señores Miguel Cabrieles, Bernardo Serna, Fructuoso López, Juan Matamoros, Pablo Cabrera, Antonio Pecina y Homobono Serna vivían en los patios de sus instalaciones, ya que eran trabajadores del Sr. Carter, ellos estuvieron a punto de ser desalojados de sus tierras por la Ley Ejidal y un proceso de expropiación federal de la propiedad, no obstante recibieron asesoría jurídica, quedando su situación resuelta, conservando así sus propiedades, hasta hoy ubicadas dentro de las únicas cinco hectáreas originales de la Hacienda de Guadalupe que le fueron respetadas al Sr. Carter después de la Ley Ejidal de los años setenta.

Figura 8. Virgen de Guadalupe colocada a la derecha del portón
de entrada del casco de la Hacienda de Guadalupe.

Siendo estos tiempos de paz social, y de impulso educativo como bandera para avanzar como país, un grupo de personas de la alta sociedad de Linares acudieron con el entonces rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, el Dr. Alfredo Piñeyro López (rector en el periodo 1979-1985), solicitando su apoyo para que se formaran extensiones de facultades pertenecientes a la UANL en la ciudad de Linares, con el fin de facilitar a las familias de escasos recursos de la región el acceso a la educación para los jóvenes. El Dr. Piñeyro propuso, además de abrir extensiones de facultades establecidas en la Ciudad Universitaria de San Nicolás de los Garza, N.L., como fue el caso de Facultad de Contaduría Pública y Administración desde inicios de los ochenta, abrir nuevas dependencias.

En vista de las necesidades de crecimiento académico en el sur del estado, en 1981 el Dr. Piñeyro gestiona con el gobernador vigente, Alfonso Martínez Domínguez, la compra definitiva de las instalaciones de la Hacienda de Guadalupe, por parte de la Universidad Autónoma de Nuevo León, adquiriendo así la UANL el edificio con la intención de emplearlo como sede para descentralizar sus actividades académicas del área metropolitana de Monterrey (figura 9).

Figura 9. Placa conmemorativa de la inauguración de la Hacienda
de Guadalupe como Instituto de Geología y Silvicultura.

En esos tiempos el Dr. Piñeyro mantenía lazos de colaboración académica con instituciones de Alemania, razón por la cual impulsó convenios de cooperación, siendo elegida la Hacienda de Guadalupe como sede de la vicerrectoría y de los institutos de Geología y Silvicultura a partir del 23 de marzo de 1981. Los fundadores de los institutos fueron un grupo de investigadores alemanes encabezados por el Dr. Peter Meibürg, geólogo visionario y explorador nato con amplia capacidad para liderar el proyecto. En la creación de los programas educativos, además de los investigadores alemanes, participaron mexicanos como el Ing. Benito Muñoz, el exrector Ing. Gregorio Farías Longoria, entre otros colaboradores. De 1981 a 1984 operó el conocido programa de becarios integrado por profesionistas de reciente egreso de la ingeniería civil y química y de la licenciatura en biología de la UANL, así como de geología de la Uuniversidad Autónoma de San Luis Potosí, para que viajaran a Alemania a especializarse en las diferentes ramas de las geociencias con el fin de que, al terminar su formación, fueran la base del personal técnico, docente e investigador que integraría el cuerpo académico para la formación de nuevos profesionistas en esta institución.

A partir del 17 de junio de 1983, fecha en que el Consejo Universitario aprobó la creación de las facultades de Ciencias de la Tierra y Silvicultura, los institutos de Geología y Silvicultura se transformaron en escuelas. La Facultad de Silvicultura, hoy de Ciencias Forestales, en 1987 cambió de sede a sus actuales instalaciones, ubicadas en el km. 145 de la carretera nacional # 85, en el mismo municipio de Linares, Nuevo León (Flores Salazar, 2015). La Facultad de Ciencias de la Tierra ha sido dirigida por el exrrector Ing. Gregorio Farías Longoria (1983-1985), Dr. Javier Helenez Escamilla (1985- 1986), Dr. Juan Manuel Barbarín Castillo (1986-1992), Dr. Cosme Pola Simuta (1992-1998), Dr. José Rosbel Chapa Guerrero (1998-2004), Dr. Héctor de León Gómez (2004-2010), Dr. Francisco Medina Barrera (2010-2016) y actualmente por el Dr. Sóstenes Méndez Delgado.

Desde 1981 a la fecha, la majestuosa Hacienda de Guadalupe ha sido fiel testigo del progreso educativo y económico del sur del estado, siendo un ícono de gran prestigio para la comunidad linarense y la región citrícola. Actualmente, con una matrícula de alrededor de 700 estudiantes, se imparten programas de pregrado: Técnico Superior Universitario, Ingeniero Geólogo, Ingeniero Geólogo Mineralogista, Ingeniero Geofísico e Ingeniero Petrolero, este último en operación desde agosto de 2007, reconocidos por CACEI o CIEES como programas de calidad nivel I; asimismo, ofrece dos programas de posgrado: Maestría en Ciencias Geológicas y el Doctorado en Ciencias, con Orientación en Geociencias, reconocidos por el Conacyt dentro del Programa Nacional de Posgrados de Calidad.

Desde los años ochenta del siglo pasado, la Hacienda de Guadalupe ha sido escenario del crecimiento académico de profesores, de la generación de más de 900 ingenieros en las diferentes carreras profesionales y sede de congresos nacionales e internacionales. La historia sigue colocando a la Hacienda de Guadalupe en un lugar central para el crecimiento social, cultural, académico y, por qué no decirlo, también económico para el país y el mundo, de ella egresan profesionistas que se emplean en México, explorando y explotando recursos naturales no renovables, así como en compañías internacionales que desarrollan proyectos en Asia, Europa, África, Oceanía, Norte y Sudamérica. La Hacienda de Guadalupe tiene una historia extraordinaria, rica, tan amplia que aún se desconocen muchos hechos llevados a cabo en ella, ha vivido crisis de toda índole, incluyendo episodios de la Revolución Mexicana.

Hoy se sigue erigiendo como un lugar de puertas abiertas que espera majestuosa la llegada de nuevos hombres y mujeres que quieran superarse, participando en el rol de aprendices o de maestros, que deseen escribir nuevos párrafos de su historia.

* Universidad Autónoma de Nuevo León, FCT. Contacto: vicky-cuellar@yahoo.com.mx

REFERENCIAS

Beraza Cardona V. (2016). Narración sobre la Historia de la Hacienda de Guadalupe http://fct.uanl.mx/ portal-fcc/historia/

Historia de los jesuitas (2008). (http://www.laguia2000. com/el-mundo/los-jesuitas#ixzz4QMRlg2sE).

Flores Salazar, A.V. (2015). La Hacienda de Guadalupe en el campus Linares. Ciencia UANL. 18 (71), enero-febrero 2015.

Leal Ríos, A. (2012). Linares, Hacienda de Guadalupe. Influencia cultural Jesuita en el Nuevo Reino de León. VIII Ciclo de Conferencias “Las Haciendas en México. Unidades de producción comercial y social en diferentes contextos históricos”. Organiza el Centro de Información de Historia Regional/Hacienda San Pedro “Celso Garza Guajardo” UANL.

Rodríguez Benítez, M.E. (2015). Una gota de mi sangre. Relatos de familia. Universidad Autónoma de Nuevo León, pp. 85-86.