Marte a la vista

CIENCIA UANL / AÑO 19, No. 81, SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2016

“¡Marte!”, exclamó el navegante Lusting luego de que su nave, el cohete de “La tercera expedición”, surcara las oscuras soledades del espacio desde aquella tarde en que despegó del hermoso Ohio. La nada siguiendo a la nada, la oscuridad y el tiempo que parecía detenerse. “Era una nave nueva, con fuego en las entrañas y hombres en las celdas de metal, y se movía en un silencio limpio, vehemente y cálido” (Crónicas marcianas, de R. Bradbury).

El gran planeta rojo, “el viejo y simpático Marte”, que sigue maravillándonos y sirviendo de inspiración tanto para la especulación científica como para la imaginación literaria.

Aunque Bradbury narra en dos o tres frases cómo el cohete desacelera “con una eficiencia metálica en las atmósferas superiores de Marte” para después posarse en un prado verde, la realidad es que estos procesos encierran una gran complejidad, pues no es nada fácil hacer que un objeto descienda en aquel planeta.

Hasta ahora, más de 40 misiones se han enviado y son relativamente pocas las que han tenido éxito, por mínimo que éste sea. Apenas en 1976 se logró aterrizar en la superficie marciana; desde entonces, sólo otras cinco ocasiones se ha logrado con naves estadounidenses. Con el lanzamiento de ExoMars 2016, la Agencia Espacial Europea (ESA, pos sus siglas en inglés) ahora quiere sumarse a la NASA y convertirse la segunda potencia espacial en enviar un módulo de aterrizaje y completar con éxito una misión sobre la superficie del planeta rojo. El programa ExoMars consta de dos misiones y un total de cuatro aparatos. En la misión de este año, han viajado a Marte la sonda Schiaparelli, que aterrizará en la superficie, y el satélite TGO, que se situará en órbita alrededor del planeta para analizar el metano y otros gases minoritarios de su atmósfera. Para minimizar las probabilidades de fallo catastrófico, los ingenieros espaciales invierten mucho tiempo en garantizar que su vehículo de alta tecnología complete el proceso de entrada en la atmósfera y descenso de forma segura, culminando con el correcto aterrizaje.

Son muchos factores que se deben tomar en cuenta, entre otros se consideran cómo lograr una navegación precisa. Las ventanas de lanzamiento se producen cada 26 meses aproximadamente, cuando las órbitas de la Tierra y Marte se encuentran relativamente cerca. Una vez que la nave está en camino hacia Marte, el trayecto suele durar unos seis meses.

Asumiendo que su trayectoria se cruce con la órbita del planeta en el momento apropiado, la nave podrá iniciar la fase de entrada atmosférica y descenso, pero hablamos de una entrada balística a gran velocidad en la atmósfera. Aunado a esto, el ángulo de entrada es fundamental: si es demasiado inclinado, la nave podría sobrecalentarse y desintegrarse; si su inclinación es insuficiente, podría rebotar en la atmósfera y perderse en el espacio.

La trayectoria de descenso, además, se ve modificada por variaciones en la densidad atmosférica, turbulencias y por la velocidad del viento, así como por pequeñas incertidumbres en la trayectoria, por lo que la ubicación del punto de aterrizaje es bastante imprecisa y suele definirse mediante una elipse de tamaño considerable.

Otro factor es la energía, pues se debe decidir cómo alimentar las sondas o robots que son enviados, la mayoría ha sido con paneles solares, pero ahora las misiones de la ExoMars llevarán baterías no recargables, por lo que su actividad se verá limitada a unos pocos días marcianos.

En fin, son muchas las cuestiones que encierra un viaje y su respectivo aterrizaje en la superficie del gran coloso rojo, pero si quieres saber más, visita http://noticiasdelaciencia.com/not/21387/los-riesgos-deaterrizar-en-marte/