Arqueología experimental en el noreste de México
HÉCTOR CARLOS LAZCANO FERNÁNDEZ
CIENCIA UANL / AÑO 17, No. 68, JULIO-AGOSTO 2014
El presente trabajo describe las actividades llevadas a cabo entre 2000 y 2007, periodo en que fui titular de las clases de arqueología y de arte prehispánico mexicano en la Universidad de Monterrey. Las fuentes de estas actividades son la etnohistoria y la etnoarqueología; la primera, entendida como “la historia de los no civilizados”, (1) es decir, la historia de los pueblos sin historia; y la segunda entendida como “el estudio etnográfico de culturas vivas desde una perspectiva arqueológica”. (2)
El instrumento que me permitió utilizar los conocimientos etnohistóricos y etnoarqueológicos fue la arqueología experimental, “una disciplina que pretende entender lo que el hombre antiguo estaba haciendo.
Al reproducir antiguas condiciones, trata de hacer uso de algunas armas y herramientas del pasado para obtener alguna información de esos objetos, sus inventores y poseedores”, (3) otra posible definición sería que consiste en la replicación de artefactos, elaboración de hipótesis con respecto al uso de éstos y la comprobación de dichas hipótesis. La arqueología experimental, una disciplina auxiliar de la arqueología, y por ende la antropología, debe considerarse parte de las ciencias sociales.
Este documento describe una serie de actividades que incluyen la replicación de artefactos prehistóricos, así como su utilización en experimentos destinados a proporcionar un poco más de información acerca del pasado remoto del noreste de México.
El átlatl
El átlatl, un arma utilizada desde hace más de veinte mil años, (4) básicamente es un palo o vara del tamaño del brazo, con un gancho en un extremo para acomodar un dardo o proyectil y una agarradera en el otro extremo, que permite lanzar proyectiles a una distancia mayor.
El átlatl fue y sigue siendo usado en muy diversos lugares; en algunas partes desapareció y resurgió con usos diferentes. En otras, no dejó de usarse y se sigue utilizando más o menos con los mismos propósitos que en el pasado, como en Australia y Alaska; en otras partes más desapareció de manera reciente, como en Michoacán (en algún momento del siglo XX).
Como el arco, el átlatl consta de dos piezas: la lanzadera y el dardo o proyectil. El dardo o proyectil se coloca sobre la lanzadera y se arroja con un movimiento parecido al de una pelota de beisbol; el consenso es que funciona como una aplicación de la palanca (una máquina simple), (5) como se muestra en las siguientes ilustraciones:
No se tiene conocimiento de si realmente evolucionó a partir de la pica o lanza, tampoco hay evidencia de que el arco y la flecha sean una “evolución natural” del átlatl. Sin embargo, al parecer picas, lanzas, átlatls y arcos y flechas aparecieron en ese orden; no fue una historia de simple reemplazo, sino de “coexistencia pacífica”, en la cual cambiaron los usos y fines de estos artefactos.
Los materiales utilizados para la construcción de átlatls son muy variados: hueso, madera, piedra, entre otros; cabe destacar que la preservación de algunos de estos materiales es difícil; sin embargo, en Francia se han encontrado ejemplares con una antigüedad de unos veinte mil años. (6)
A diferencia de una pica o lanza, el átlatl tiene mayor alcance (98 m alcanza la pica, frente a 258 m del átlatl), pero ésta es más grande y de cerca puede ser más efectiva, una pica o lanza es una arma menos especializada, más “multipropósito”; frente al arco y la flecha, el átlatl tiene menos alcance (la flecha puede alcanzar hasta 1000 m), pero mayor penetración debido al tamaño de los proyectiles. (5) Debido a eso, algunos grupos de esquimales lo siguen usando en la cacería de mamíferos acuáticos, lo mismo que grupos de aborígenes australianos. En Michoacán, en particular en el lago de Pátzcuaro, se usó para cazar patos hasta los años cuarenta del siglo XX.
En la actualidad, se utiliza como auxiliar del conocimiento académico, de hecho se han diseñado diversos experimentos para replicar su uso, tamaño, velocidad, alcance, capacidad de penetración, certeza, efectividad, etc. Su uso también ha renacido como deporte, incluso existe una asociación mundial que incluye a diversos países, entre los que se efectúan competencias o campeonatos. Asimismo, y esto es importante subrayarlo, en algunos estados de la Unión Americana se permite la cacería con átlatl.
Si bien el átlatl aparece en la iconografía de las culturas mesoamericanas como la maya, la tolteca, la teotihuacana y la azteca, y el nombre proviene de unavoz náhuatl que significa lanzadera, particularmente nos interesa hablar de éste en el noreste de México, donde hay evidencia de su uso en varias fuentes arqueológicas:
1. Grabados en piedra que parecen ser imágenes que lo representan.
2. Puntas de proyectil que diversos autores señalan como puntas de átlatl.
3. Algunos ejemplares conservados en tumbas en Coahuila.
Por otra parte, la iconografía rupestre muestra evidencia indirecta con las representaciones de fauna como el venado: las astas, las huellas y, asociadas con éstas, representaciones de cuchillos, puntas de proyectil y átlatls. (8)
En diversos lugares y momentos se han diseñado experimentos como auxiliares en el estudio del pasado remoto; en el caso del átlatl, el propósito de los experimentos ha sido obtener información acerca de su alcance, capacidad de penetración y efectividad. En los años ochenta, en África se desarrollaron experimentos con el propósito de saber si proyectiles impulsados por átlatl eran capaces de penetrar la piel de elefante; de alguna manera esto daría información de si en el pasado se habría usado de manera efectiva en megafauna como el mamut. Los resultados fueron positivos: perforaron la piel de estos animales con puntas de proyectil de diversos materiales como obsidiana y pedernal. (9)
Arqueología experimental en el noreste de México
Desde 2002, el Dr. William Breen Murray, el Lic. Francisco Ruiz y un servidor llevamos a cabo experimentos con átlatls. Asimismo, de 2000 a 2003 experimentamos con pigmentos naturales (carbón, óxido de hierro), fibras vegetales (lechuguilla) y grabados en piedra. En 2005, el Dr. Murray diseñó un experimento que incluía el arte rupestre del noreste y el uso del átlatl.
La hipótesis del Dr. Murray es que los grabados que representan el átlatl indican los lugares desde donde se apostaban los cazadores, en esa hipótesis se incluye la proposición de que los grabados se localizan en lugares que le ofrecen ventaja a los cazadores, y que la cacería no sería individual sino en grupo. Cabe mencionar que algunos de los lugares son verdaderas trampas naturales (El Delgado, N.L.), otros ofrecen ventajas para esconderse (Boca de Potrerillos, Icamole, Presa la Mula, todos en Nuevo León). Durante varios meses fuimos a diversos sitios en donde hay grabados de átlatl para realizar el experimento de tirar con uno de éstos desde donde había grabados. (8) En mi opinión, en algunos lugares es válida la hipótesis del Dr. Murray, pero muchos grabados no están en lugares que serían de utilidad para la cacería; al menos hoy en día esto no es obvio.
Petrograbados, pigmentos y pinturas rupestres
Desde hace algunos años he realizado algunos experimentos de elaboración de petrograbados, recogí muestras de piedras parecidas a las usadas en los grabados en Nuevo León y Coahuila, y procedí a utilizarlos en mis cursos y talleres, en los que utilizamos diversas piedras como percutores en la elaboración de grabados.
La mayoría de los grabados revela claras muestras de percutores (hay marcas de golpes), por eso los experimentos se orientaron en ese sentido; los alumnos elaboraron grabados con percutores puntiagudos, también
utilizaron piedras sin ningún retoque o trabajo y algunos otros objetos como martillo y cincel. Los resultados de los ejercicios indican que no hay gran diferencia entre el uso de artefactos muy puntiagudos y ligeramente puntiagudos, ni en el uso de martillos y cinceles, o golpear directamente con una piedra en la mano.
Lo anterior lleva a la conclusión de que los artefactos con que se realizaron los grabados no requerían un conocimiento especializado: casi cualquier objeto con una pequeña protuberancia serviría para golpear la piedra a grabar; la elaboración de los grabados tampoco requeriría una preparación o aprendizaje especial y estaría al alcance de casi cualquier miembro del grupo.
De igual forma, he llevado a cabo experimentos con pigmentos minerales elaborados a partir de muestras de rocas recogidas en las zonas semiáridas de Nuevo León y Coahuila; la finalidad de estos ejercicios es obtener información acerca de la elaboración de las pinturas rupestres de esas zonas.
Al respecto, es importante señalar que la mayor parte de los colores empleados son tonalidades de rojo, pero también naranja, negro, blanco y un color parecido al amarillo o naranja. Las tonalidades rojas, naranjas y amarilla es posible que provengan de algún óxido de hierro; el negro, de carbón vegetal (de las fogatas); y el blanco, de algunas de las piedras calizas que abundan en esos sitios.
En los alrededores de los sitios donde hay pinturas rupestres, se encontraron rocas con los diversos tonos de rojo, naranja, amarillo y blanco. Como mencioné, estos materiales abundan; con estos materiales se realizaron algunos ejercicios: se molieron las piedras y se mezclaron con diferentes líquidos como agua y grasa de puerco, y se aplicaron en papel craft (no en piedra). Mezclados con agua, los pigmentos se cayeron al secarse, aunque es necesario experimentar en piedras parecidas a las que se usaron en las pinturas rupestres; sin embargo, estamos casi seguros de que el agua no es el ingrediente para fijar las pinturas.
Los ejercicios efectuados permiten establecer que para realizar muchas de las pinturas es posible usar los dedos y varas delgadas, y se puede concluir que para llevarlas a cabo no es necesario un conocimiento o preparación especial; los ingredientes abundan en lazona, y los artefactos como las varas son simples y fáciles de conseguir. A diferencia de los grabados, para algunos de los ingredientes utilizados en la elaboración de los pigmentos tal vez sí se requieran conocimientos especiales de hierbas o sustancias que sirvan para aglutinar y fijar los pigmentos en las superficies rocosas, posiblemente el curandero(a) o anciano del grupo los prepararía, pero la ejecución podría ser una actividad social no especializada.
La lechuguilla
En el caso de los textiles, se realizó trabajo de campo en el ejido de Los Fierro, a 40 km de Monterrey, en la frontera con Coahuila, ahí se observó el trabajo de corte, preparación e hilado de la fibra del agave o lechuguilla. También se realizaron ejercicios para tallar la lechuguilla con piedras, con los cuales se estableció que la piedra para trabajarla no debe tener mucho filo, pues de lo contrario podría cortar las hojas, no despulparlas. Además, se constató que el artefacto para despulpar requiere poco trabajo para su fabricación, e incluso se puede improvisar con muchas de las piedras que abundan en la región, puede ser una piedra con poco filo, plana de la parte de abajo, del tamaño de la mano, entre más pesada mejor. Asimismo, para apoyarse se puede usar un trozo de piel de animal, un tronco o incluso una piedra grande lisa; finalmente, el hilado o torcido de la fibra lo pueden realizar una o dos personas sin ayuda de máquinas de ningún tipo.
La lechuguilla fue utilizada por los antiguos pobladores del noreste de diversas maneras: como alimento, tal y como lo describe Alonso de León: lo preparaban en barbacoa y hacían una masa para su consumo. También lo empleaban para obtener fibra y elaborar cuerdas y amarrar cosas. (10)
Otro uso que mencionan algunos autores es el de los “quiotes” o inflorescencias de la lechuguilla para elaborar dardos para el átlatl.11 Muchas de esas varas son rectas, las protuberancias no son difíciles de quitar, son más gruesas de un lado, lo que les da características como los aeroplanos modernos (más gruesos al frente y delgados en la parte de atrás); es fácil colocar un astil en la punta, pues el interior es suave, y en la parte de atrás es fácil hacer un hoyo para enganchar en la lanzadera. Una vez que los “quiotes” están bien secos, no son muy pesados y funcionan bien con dos o tres plumas; además son fáciles de reparar cuando se dañan y no requieren mucho trabajo de fabricación o mantenimiento. No resulta extraño entonces que debido a los múltiples usos de esta planta, los antiguos pobladores del noreste la tuvieran en gran estima.
La cultura material es lo poco que nos queda de los antiguos pobladores del noreste de México, el átlatl, los petrograbados, las pinturas rupestres y el uso de las fibras son parte de esa cultura material de los antiguos cazadores-recolectores del noreste. Por lo tanto, es necesaria la preservación de esos conocimientos, y la arqueología experimental es uno de los medios que tenemos a nuestro alcance para lograr este objetivo. Después de haberlas esclavizado, marginado y por fin exterminado, tratar de recuperar y conservar algo de esas culturas es lo menos que podemos hacer.
* Universidad Autónoma de Coahuila.
hlazcano57@gmail.com
Referencias
1. Wolf, Eric. Europa y la gente sin historia. Fondo de Cultura Económica. 2006.
2. David Nicholas and Carol Kramer. Etnoarchaeology in action. Cambridge University Press. 2001.
3. Coles, John. Experimental Archaeology. Academic Press. London, England. 1979.
4. Anderson, Robert. Stone age know how. Natural History, Oct. 99.Vol.108. issue108.
5. Whittaker, John. Weapon Trials: The Átlatl and experiments in Hunting Technology. Grinnell College, IA 50112. 7/200.
6. Dickinson, Bruce. The Átlatl assessed: a review of anthropological approaches to prehistoric north American weaponry. Bulletin of the Texas Archaeological society, 1985.
7. Sterling, M.W. The use of the Átlatl on Lake Pátzcuaro, Michoacán. Smithsonian institution bureau of American ethnology bulletin 173, anthropological papers No. 59.
8. Murray, Wm B. and Héctor Lazcano. Átlatl Hunters of the Sierra Madre Oriental (México). American Indian Rock Art, Vol. 27.2001.
9. Frison, George C. 1989 experimental use of Clovis weaponry and tools on african elephants. American Antiquity 54(4) : 766-783.
10. De León, Alonso; Juan Bautista Chapa, Fernando Sánchez de Zamora. Historia de Nuevo León. Fondo Editorial Nuevo León. 2005.
11. Shafer J., Harry. Ancient Texans. Texas Monthly Press. 1986.
12. Aveleyra Arroyo de Anda, Luis; Manuel Maldonado-Koerdell y Pablo Martínez del Río, con la colaboración de Ignacio Bernal. Cueva de la Candelaria. Memoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia V. INAH. SEP, 1956.
13. González Arratia, Leticia. Museo Regional de la Laguna y la cueva de la Candelaria. Conaculta. INAH. 2000.
14. Goodchild, Peter. Survival Skills of the North American Indians. Chicago review press. Second edition. 1999.
15. Lazcano, Fernández, Héctor. El átlatl en la historia. CiENCiAUANL. Vol. III, Núm. 1, Ene.-Mar., 2000.
16. Morgado, A.; Baena Preysler, J.; García González, D. (eds.), La investigación experimental aplicada a la arqueología. Universidad de Granada, 2010.
17. Narez, Jesús; Rojas Martínez, José Luis. Sala de las Culturas del Norte de México. Colección Catálogos. INAH. 1996.