Vol. 25 Núm. 112 (2022): Marzo-Abril 2022

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La participación de las mujeres en la ciencia ha sido desde tiempos inmemorables un proceso con muchas dificultades. Quizá el nombre de la científica que más nos suena es el de Marie Curie, conocida por sus investigaciones sobre la radioactividad y ganadora de dos Premios Nobel, el de Física en 1903 y el de Química en 1911. Marie atravesó por una serie de inconvenientes desde pequeña teniendo que acudir incluso a una universidad clandestina y trabajar como institutriz para costearse los estudios. Fue la primera mujer científica en recibir el Premio Nobel y la primera catedrática de la Universidad de la Sorbona de París.

Otras mujeres han hecho enormes aportes a la ciencia, pero sus nombres son poco conocidos. Sólo por mencionar algunas, tenemos a Mary Anning, paleontóloga inglesa que describió el primer pterosaurio y los primeros esqueletos de ictiosaurio y plesiosaurio; Hedy Lamarr, inventora y actriz austriaca, coautora de la tecnología en la que se basan las redes móviles; Rosalind Franklin, química y cristalógrafa inglesa, quien tomó la primera foto de la doble hélice del ADN; Vera Rubin, astrónoma estadounidense que realizó investigaciones sobre la rotación espiral de las galaxias; Valentina Tereshkova, astronauta rusa y primera mujer en volar al espacio exterior, con un viaje de 48 vueltas a la tierra durante 71 horas, en 1963. En México destaca Helia Bravo-Hollis, mexicana que en 1927 se convirtió en la primera bióloga titulada en el país. Pionera en el estudio de Biología y especialmente de las cactáceas, tema en el que fue referente internacional.

El número de mujeres en la ciencia y la ingeniería está incrementando, pero aún los hombres continúan sobrepasando en número, especialmente en los niveles más altos de estas profesiones. En el libro ¿Por qué tan pocas? Catherin Hill et al., habla de los recientes hallazgos sobre los factores sociales y ambientales que contribuyen a una baja representación de las mujeres en la ciencia y la ingeniería. Hace treinta años había 13 niños por cada niña que obtenía una puntuación superior a 700 en el examen de Matemáticas SAT a los 13 años; hoy, esa proporción se ha reducido a alrededor de 3:1. Este aumento en el número de niñas identificadas como “matemáticamente dotadas” sugiere que la educación puede y marca una diferencia en los niveles más altos de rendimiento matemático. Mientras las diferencias biológicas de género, aún por entender bien, pueden jugar un papel, y claramente no son la historia completa. Otro hallazgo muestra que cuando los maestros y los padres conminan a las niñas a aprender y a que confien en su inteligencia obtienen mejores resultados en las pruebas y es más probable que digan que quieren seguir estudiando Matemáticas en el futuro. Es decir, hacerles creer en su potencial de crecimiento intelectual, en sí mismas, mejora los resultados.

Según Catherine Hill et al., la mayoría de las personas asocian los campos de ciencias y Matemáticas con «masculino» y los campos de humanidades y artes con “femenino”. El sesgo implícito es común, incluso entre individuos que rechazan activamente estos estereotipos. Este sesgo no sólo afecta las actitudes de los individuos hacia los demás, también puede influir en la probabilidad de que las niñas y las mujeres cultiven su propio interés por las ciencias.

El techo de cristal también sigue siendo un obstáculo para las carreras de las mujeres en el mundo académico, a pesar de algunos avances. A nivel mundial, las mujeres han alcanzado la paridad numérica (45-55%) en los niveles de estudio de grado y máster y están en puertas de conseguirla en los niveles de doctorado (44%), según el Instituto de Estadística de la UNESCO. En México, si bien los datos de la participación de las catedráticas en proyectos de investigación resultan alentadores, puesto que ellas representan 40.8%, aún es necesario impulsar la participación de las mujeres en campos como el conocimiento del universo, la energía y el desarrollo tecnológico. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI), órgano que reconoce la labor de las personas dedicadas a producir conocimientos científicos y tecnológicos, en 2017, mostró que sólo 36.7% de quienes pertenecían al Sistema eran mujeres. La diferencia se agudiza conforme el nivel del SNI aumenta.

El sesgo de género también se constata en los procesos de revisión por pares y en los congresos científicos, en los que se invita a hombres a hablar en paneles científicos dos veces más que a mujeres (los datos sobre la proporción mundial de mujeres investigadoras se basan en la información recopilada en 107 países en el periodo 2015-2018 por el Instituto de Estadística de la UNESCO).

Bajo este panorama, concluyo que el progreso educativo de las mujeres y su mayor inclusión en la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las Matemáticas es aún un tema pendiente. El Estado y las organizaciones científicas tienen el compromiso de implementar estrategias en el sistema educativo para aumentar el interés de las niñas por la ciencia y la tecnología. Asimismo, se deben garantizar legislaciones y políticas públicas que favorezcan el acceso igualitario a becas, programas y fondos de investigación para las mujeres científicas. Por último, como sociedad debemos promover la eliminación de roles y estereotipos de género que masculinizan y por tanto acaparan el ámbito de la ciencia y la tecnología.

Carmen Amelia Molina Torres                                                                                                                                                        Universidad Autónoma de Nuevo León, San Nicolás de los Garza, México. 
Contacto: carmelia7@hotmail.com

Publicado: 2023-11-08

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