DORMIR BIEN, CLAVE PARA ENVEJECER MEJOR

¿Cuántas veces nos mandaron nuestros papás a dormir porque ya era muy tarde y las desveladas nos hacían mal? No pocas, ¿verdad? Pues bien, ellos, como casi siempre, tenían razón. De hecho, ¿sabías que el 15 de marzo es el Día Mundial del Sueño? La fecha fue instaurada en 2008 por iniciativa de la Asociación Mundial de Medicina del Sueño (WASM: por sus siglas en inglés) y busca llamar la atención en torno a la importancia de dormir bien y sus consecuencias en diferentes planos de la vida: educativo, social, emocional y de la salud, incluso tiene por lema “Sueño saludable, envejecimiento saludable”.
“Creo que se puede leer o escuchar mucho sobre un tema, pero si uno no lo experimenta en carne propia, queda todo en la teoría. Con la cuestión del sueño pasa eso: su importancia está subvalorada y las personas se preocupan recién cuando sufren los efectos de la falta de descanso”, señala Cecilia Forcato, investigadora adjunta del Conicet en la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, Conicet- HEC-UNAJ) (Argentina).
Para honrar esta fecha, la científica aconseja realizar un experimento casero muy sencillo durante dos semanas: en la primera, simplemente dormir como uno lo hace siempre; en la segunda, introducir algunos cambios: evitar acostarse mirando la pantalla del celular o la televisión –en todo caso se pueden utilizar aplicaciones con filtro de luz azul–, ir a la cama en cuanto se siente el cansancio, descansar el tiempo que el cuerpo necesite y en un ambiente tranquilo, comer sano y no hacer siestas de más de treinta minutos. Por último, comparar el desempeño en cada momento.
“Hay que pensar en los estados de ánimo, cuán despiertos estuvimos durante nuestra jornada de trabajo, cuánto nos costó recordar tareas como horarios de reuniones, comprar algo específico, hacer un trámite, pagar un servicio, etc. No tengo ninguna duda de que todo habrá resultado mucho mejor la semana en que dormimos bien, y una experiencia personal de este tipo puede servir para ayudarnos a tomar conciencia sobre la necesidad de un descanso real”, expresa Forcato, quien dirige un grupo dedicado al estudio de la formación y modificación de la memoria durante el sueño.
Su tema de investigación se centra en las fases de la memoria y qué sucede con ellas al dormir. Cuando se aprende algo, se forma un nuevo recuerdo en un proceso que sigue una trayectoria específica hasta que se afirma y queda alojado en el cerebro. El primer momento es la adquisición: el instante justo en que se incorpora la información. Puede ser, por ejemplo, una lección en la escuela, o simplemente saber el nombre de una persona desconocida.
“En el inicio, esa memoria está en un estado lábil, es decir frágil o vulnerable a las interferencias del medio. A medida que pasa el tiempo, se estabiliza y se almacena en lo que es la segunda etapa: la consolidación. Todos estos pasos se dan gracias a distintos cambios en los circuitos neuronales y que involucran expresión de genes y proteínas específicas. Por último, se puede acceder a ella durante la fase de evocación o recuperación”, apunta la especialista.
Si bien hasta hace un tiempo se pensaba que una vez consolidadas, sólo el olvido podía alterar las memorias o recuerdos, la ciencia ha mostrado que hay maneras de reactivarla. Forcato lo grafica como “una cajita ya cerrada, sellada del todo que, sin embargo, se puede volver a abrir”. Lo que cuenta la investigadora ha sido probado en numerosos experimentos con modelos animales, entre ellos cangrejos, pollos, peces y caracoles. “En humanos pasa lo mismo: si se reexpone al individuo a un elemento que haya estado presente en el momento del aprendizaje, como puede ser un olor o un sonido, la memoria se reabre y en el proceso de cierre, llamado reconsolidación, puede modificarse en distintos sentidos: perjudicarse, reafirmarse, o sumar información”, relata.
Aunque estos procesos han sido más estudiados en vigilia, el sueño es considerado una variable de peso teniendo en cuenta que la actividad cerebral no se detiene, sino todo lo contrario. “Nosotros hemos comprobado que dormir acelera los tiempos de las fases: en una persona despierta, la memoria demora más de seis horas en reconsolidarse. Si se acuesta a dormir, eso sucede en apenas 90 minutos”, explica la investigadora, que por esto mismo resalta la importancia que tendría la posibilidad de que los niños duerman una breve siesta en la escuela para que los contenidos se fijen mejor (fuente: Conicet/DICYT)
