La ecología como ciencia social

Daniel Sifuentes Espinoza*

CIENCIA UANL / AÑO 20, No. 84, abril-junio 2017 65

Los animales y las plantas, a diferencia de las máquinas, pueden alimentarse y repararse a sí mismos, adaptarse a nuevas influencias y reproducirse. Estas facultades dependen de las relaciones recíprocas muy complejas entre las diferentes partes que conforman un organismo. Aquello que afecta a una parte del cuerpo, lo afecta todo; sin embargo, aun con todos los mecanismos de la vida integral, la planta o el animal en forma individual no pueden vivir como entidades aisladas, sino que dependen del medio ambiente. El estudio de las acciones recíprocas entre sistemas vivos y su medio ambiente constituye la ciencia de la ecología (Turk, Turk y Wittes, 1984).

El término ecología proviene de la palabra griega oikos (que significa casa o habitación); comenzó a ser usada en la segunda mitad del siglo XIX en las obras de zoólogos y botánicos. Fue definido originalmente por Ernest Haeckel como “el cuerpo de conocimientos que trata de las relaciones entre los organismos y su ambiente orgánico e inorgánico” e interpretada como la economía de la naturaleza. Con el paso del tiempo, la estructura de esa definición ha sufrido múltiples cambios que reflejan una intención de adecuarla a las necesidades del momento, pero también como un resultado del enriquecimiento cognoscitivo procedente de innumerables investigaciones efectuadas en diversas partes del mundo. Estas definiciones concurren implícitamente en un término y un objetivo comunes que subyace en todas ellas: el concepto de interrelación y la finalidad de describir los principios que gobiernan ese concepto entre los organismos y su ambiente (Gallopin, 1986).

Las proposiciones consideradas en distintos tiempos y lugares para unificar los estudios ecológicos, esto es, organismos, poblaciones, comunidades, ecosistemas y naturaleza, se explican en gran medida por el hecho de que la ecología es una ciencia de origen múltiple, lo que muestra su carácter de ciencia de síntesis desde su mismo nacimiento. Dicho en otros términos, la ecología es, en cierto modo, histórica y operativamente más abierta a la influencia de otras disciplinas (Gallopin, 1986).

El concepto de interrelación, entonces, constituye un elemento inicial en el estudio de los procesos ecoló- gicos, pues todo organismo vivo necesita tener acceso a sus fuentes de subsistencia. Sin embargo, para poder entender los principios que regulan esa relación, es necesario incorporar un nuevo concepto, inextricablemente coludido con el anterior: el de interdependencia.

El ser humano posee una tendencia inherente a preservar y expandir su vida hasta el máximo que le permitan las circunstancias externas, pero esto requiere la existencia de una mutua accesibilidad entre las partes. Esta condición, que se da en todas las formas de vida, adquiere, en el caso del ser humano, un grado de excepcional importancia, debido a su prolongado tiempo para alcanzar la madurez. Esta simbiosis ser humano-naturaleza ha dado lugar, a su vez, a la existencia de unidades de análisis como la de ecosistema. Otros autores han ampliado ese concepto y lo han elevado a la categoría de ser la unidad de estudio de la Ecología. Por ejemplo, Vicente Sánchez (1986) define ecosistema como el sistema abierto integrado por todos los organismos vivos, incluido el ser humano, y los elementos no vivientes de un sector ambiental, definido en el tiempo y el espacio cuyas propiedades globales de funcionamiento y autorregulación derivan las interacciones entre los componentes, tanto pertenecientes a los sistemas naturales como aquellos modificados u organizados por el ser humano.

Según Gilberto Gallopin (1986), el ecosistema pasó a ser el enfoque preponderante en los estudios ecológicos a partir de los años cincuenta del siglo XX debido sobre todo a la influencia recibida de la Teoría General de Sistemas creada por Ludwig von Bertalanffy, quien consideró todos los sistemas biológicos como sistemas abiertos, caracterizados por un continuo intercambio con su ambiente, lo que les permite orientarse hacia niveles superiores de organización.

Durante mucho tiempo el ser humano y la naturaleza han operado en una armonía relativa, es decir, han manifestado una condición de equilibrio en la que la función de cada una de las partes es mutuamente complementaria, creando así las condiciones necesarias para la continuidad de cada una de ellas. El número de individuos dedicados a cada función es el suficiente para mantener las relaciones entre sí, y las distintas unidades están ordenadas en el tiempo y en el espacio de tal modo que la accesibilidad de una a otra guarda relación directa con la frecuencia de los intercambios (Gallopin, 1986).

Amos Turk, Jonathan Turk y Janet Wittes (1984) consideran que los ecosistemas no siempre están o deben estar necesariamente en equilibrio. De hecho, todos los ecosistemas fluctúan en forma natural. Factores como el clima, las erupciones volcánicas, terremotos, la salinidad del agua de mar, los incendios forestales, etc., se han manifestado desde hace miles de años arrastrando tras de sí poblaciones enteras de organismos vivientes y han trastocado severamente muchos ecosistemas que permanecían en equilibrio. En este sentido, su posibilidad de sobrevivencia depende de su capacidad de adaptación.

A pesar de esas fluctuaciones, la naturaleza perfeccionó sus mecanismos autorreguladores tendientes hacia la recuperación del equilibrio roto, en el pasado inmediato. Esta visión optimista de la capacidad de regeneración de la naturaleza ha quedado plasmada en forma artística en la novela Resurrección de León Tolstoi: “Inútilmente, millones de hombres agrupados en su pequeño espacio, se esforzaban en mutilar la tierra en que vivían; inútilmente aplastaban todo signo de germinación; inútilmente arrasaban hasta la última brizna de hierba; inútilmente saturaban el aire de humos y petró- leo; inútilmente talaban los árboles: la primavera seguía siendo la primavera. Brillaba el sol y la hierba surgía por todas partes”. Si la naturaleza poseía la capacidad de renovarse constantemente, sólo cabía pensar en la presencia de un elemento perturbador “externo” que con su acción efectuase la inestabilidad y aun pusiese la existencia misma en peligro de extinción, provocando cambios sustanciales, en ciertos casos irreversibles en el medio ambiente. Si en el pasado la adecuación ser humano-naturaleza se desarrollaba conforme a pautas espontáneas y progresivas, en la actualidad resulta más difícil de realizarse debido a que la aceleración del cambio tecnológico y social no es acompañada de su correspondiente adecuación ecológica. En las comunidades antiguas, inclusive todavía hasta el siglo XVIII, la adecuación de las formas culturales al entorno natural se alcanzaba tras muchos años de lento proceso y en condiciones que actualmente tienen muy pocas oportunidades de entrar en acción.

Es así como la ecología se transformó en ciencia de notables implicaciones económicas, sociales y políticas.

El proceso histórico que dio lugar a la diferenciación de las ciencias permitió a su vez el fraccionamiento del conocimiento y la compartamentalización del estudio de la naturaleza en campos disciplinarios aislados entre sí. Además, las limitaciones impuestas por diversos factores, como la improvisación generada por el hecho de que lo ambiental se ha convertido en una moda, reduciendo una posible articulación interdisciplinaria a una suma inconexa de enfoques parciales, sin presentar una verdadera integración ni mucho menos una comprensión global de la problemática ambiental. Incluso la mayoría de los currícula universitarios en las llamadas “ciencias ambientales” que están proliferando en el mundo entero se asemejan más a intentos multidisciplinarios que verdaderamente interdisciplinarios (Turk, Turk y Wittes, 1984).

Al inicio de este escrito hemos establecido la ecología como una ciencia de síntesis que debe entenderse como la articulación de las distintas disciplinas que tocan diferentes aspectos relacionados con el medio ambiente, alrededor de una problemática común interdisciplinaria, contribuyendo a la comprensión de tales fenómenos desde varios ángulos, pero conservando su especificidad. Ello implicaría, como punto central, establecer las características de la relación sociedad-ambiente-naturaleza desde dos puntos de vista: en primer lugar se tendría que analizar detenidamente el tipo de relaciones establecidas, es decir, la forma en que el ambiente es percibido y tratado por la sociedad en general, ya sea que se hable de relaciones de dominio, oposición u armonía. En segundo lugar, se deben establecer las modalidades de interacción e influencia mutuas, por ejemplo, sería necesario hacer referencia a elementos como la calidad de vida a través de mediciones o estimaciones del ambiente en general y se tendría que valorar el conjunto de acciones humanas sobre el sistema ecológico natural, como la deforestación, emisión de desechos industriales y domésticos, proyectos de urbanización, etc.

Es evidente que lo anterior dependería del funcionamiento de un sistema social determinado, y sobre todo cómo esa sociedad afronta y plantea las soluciones. En ello intervienen, como sujetos activos, los distintos agentes sociopolíticos como los funcionarios públicos, empresarios, entidades académicas, investigadores, etc. Por lo tanto, se vuelve necesario tener en cuenta quién actúa y cómo transforma el ambiente.

La incorporación de la variable histórica adquiere su justificación en la medida que nos permite entender que los recursos naturales no sólo están regulados por condiciones ecológicas, sino también por un sistema de valores culturales, políticos y económicos que ha evolucionado a través del tiempo.

Los historiadores, y los científicos sociales en general, han ignorado en gran medida el reto ecológico. Sin embargo, la historia de la sociedad mundial, y la de nuestro país en particular, constituyen un relato verídico sobre cómo ocurrió el dominio, control y explotación irracional de nuestros recursos naturales. Si esperamos comprender los peligros que supone el tratar nuestro territorio más como una mercancía que como un recurso, se hace necesario reexaminar detalladamente nuestro pasado para ver qué es lo que nos ha conducido hasta la situación actual.

*Universidad Autónoma de Nuevo León

Contacto: danielsifuentes@gmail.com

 

Referencias

Gallopin, G. (1986). Ecología y ambiente. En Leff, E. Problemas del conocimiento y la perspectiva ambiental del desarrollo. México: Siglo XXI.

Turk A., Turk J. y Wittes, J. (1984). Ecología, contaminación, medio ambiente. México: McGraw- Hill, Interamericana Editores.

Sánchez, V. (1986). Problemas ambientales de América Latina. En Leff, E. Problemas del conocimiento y la perspectiva ambiental del desarrollo. Mé- xico: Siglo XXI.