Caza ilegal. La triste realidad de cientos de animales salvajes

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¡El precio es muy alto! El consumo humano de cientos de especies salvajes ha disparado una crisis global hasta el punto de la extinción. La caza ilegal para obtener carne, producir adornos, medicinas o domesticación, expone a 301 especies –desde monos hasta murciélagos–, advierten en un estudio expertos de la Universidad Estatal de Oregón, Estados Unidos.

El descenso de esas poblaciones tiene un significativo impacto ambiental:

hace 50 años había aproximadamente 450 mil leones salvajes en África. Hoy en día tan sólo quedan 20 mil, de los cuales cinco mueren todos los días. En 1900, había aproximadamente 500 mil rinocerontes en África y Asia. Actualmente, sólo quedan 29 mil y continúan desapareciendo rápidamente. Entre los años 2010 y 2012,  desparecieron 100 mil elefantes debido a la misma causa. El estudio realizado también señala la importancia de los mamíferos más pequeños, ya que su función es crucial en la dispersión de semillas, la polinización de las plantas y el control de insectos.

La extinción de especies salvajes también atenta contra la seguridad alimentaria de millones de personas en Asia, África y Sudamérica. La carne de animales silvestres forma parte esencial de la alimentación mundial, sólo de la Amazonia brasileña, se extraen alrededor de 89 mil toneladas. Los expertos sugieren que la caza excesiva se asocia, sobre todo, con los países pobres, donde a los cazadores probablemente se les dificulte más alimentar a sus familias. Gran parte de esa carne se vende en mercados callejeros y se destina a platillos exóticos muy demandados en restaurantes urbanos. Por ejemplo, la carne de pangolines –una especie de oso hormiguero con escamas que puede encontrarse en Asia y en la África subsahariana– es considerada un manjar y es valorada por supuestas cualidades medicinales.

La caza furtiva, en muchos lugares, representa una actividad lucrativa gracias a los altos precios que tienen los cuernos, el marfil y la piel de estos animales que se consideran protegidos.

Desafortunadamente, el contrabando de vida silvestre y derivados es dirigido por peligrosas redes internacionales (que también envuelve a la mafia rusa y a los extremistas islámicos) con ganancias equiparadas al tráfico de armas, de personas y de drogas. En 2014, el periódico The New York Times reveló que el tráfico de animales –vivos y muertos– es un negocio de 19 billones de dólares. Después de China, los Estados Unidos son el segundo mercado más grande de animales salvajes.

En el mercado internacional se pueden adquirir colmillos de marfil de los elefantes africanos a un precio muy alto, por ejemplo dos mil dólares el kilo en China. También se pueden comprar cuernos de rinoceronte triturados, los que se consumen como pócima por sus supuestas propiedades curativas; su precio es más alto que el oro, los diamantes e incluso la cocaína. Los tigres y los gorilas también son considerados un trofeo por la creencia errónea de que ciertas partes de su cuerpo poseen un valor medicinal.

Algo que se olvida, y que hay que considerar, es el impacto al bienestar y los altos niveles de sufrimiento que soportan los animales, como los primates, al ser capturados, mutilados y sacrificados para obtener su carne. Ante esta problemática, la mayoría de los países han propuesto la creación de leyes para detener o limitar la caza de especies en peligro de extinción. De hecho, existe un tratado conocido como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que ha sido formado por la mayoría de los países. Sin embargo, el gran enemigo de estos tratados y leyes es la impunidad.

Jessica Martínez Flores

Fuente: La Jornada

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